El mundo es una catástrofe, esta sociedad cada vez está más rota, una ciudad sumamente peligrosa donde las personas no pueden vivir tranquilas y en paz. Vivo en un mundo en el que nada está bien, la ciudad está completamente destruída por la delincuencia y dominada por los que se denominan "líderes", un regimen totalitario en el que no puedes pensar, no puedes hablar y no puedes hacer nada porque no eres digno de hacerlo.
Nací y crecí en este mundo, aunque sin mi familia ni amigos, por lo general los líderes suelen separar a los bebés de los padres debido a que estos no son dignos de aplicar sus pensamientos y enseñanzas a las nuevas generaciones. Todo debe ser igual, no pueden existir diferencias, ni por más minima que sea, por ejemplo todas las personas deben tener el cabello negro, no importa si tu genetica es de cabello castaño o rubio tendrás que hacer que sea negro porque si no es así, eres un traidor, y todos sabemos lo que le sucede a los traidores.
No puedes reír, ni llorar, está sumamente prohibido cualquier tipo de emoción que no sea la ira y que ésta sea justificada por el país vecino, a quienes sin duda alguna admiro, ellos pueden hablar, pueden vestir de colores, pueden expresarse y hacerse valer por ellos mismos.
Un día la curiosidad me terminó matando, me escapé del internado al cual llamamos casa, y me dirigí a la frontera, aquella delimitada por un alto muro de concreto que separa mis deseos con la realidad. Divisé un pequeño agujero en dicho muro y no pude evitar mirar hacia el otro lado, todo era hermoso, nadie aparentaba ser infeliz, nadie parecía asustado y todos hablaban a viva voz. Era un espectáculo visual del que no podía dejar de ver, no podía dejar de soñar ni de rogar por ese aclamado futuro que jamás llegaría a mí, porque al voltearme llegó mi realidad con disparo y una bala atravesando mi frente, haciéndome caer, ya muerto y solo escuchando las últimas palabras del líder.
"Todos saben lo que les sucede a los traidores"