YoungBlood 🥊

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Quince años, quince años tenía cuando subí a ese ring de peleas clandestinas por primera vez, todo por insistencia de mi hermano y por la necesidad de mi familia. Mi madre y hermanas, peregrinas de aquella profesión de pecados nocturnos, todas las medias noches partían hacia su puesto.

Mi hermana menor Presley, tenía diez años la última vez que la vi. Inocente y con cabellos, tan ondulados como los míos, que le caían hasta su cadera y, sus ojos, de ese chocolate característico que compartíamos los seis, se llenaron de tristeza esa noche en la que mi madre me echó de nuestra precaria vivienda.
Tomé las pocas pertenencias que poseía, para voltearme y caminar por la calle de aquel barrio marginal, que me había acunado. Y me alejé, dejé de verlos, y una tiniebla de miseria se enseñoreó de mis días a partir de entonces.

Meses más tarde, me encontraba en la estación de tren principal tocando melodías desde mi única confidente y compañera, mi guitarra, cuando una chica de cabello oscuro se acercó a mi acompañada de un hombre un tanto mayor que podría ser su padre. Ella, depositó un papel en la funda de guitarra abierta, la cual ocupaba esperando la propina de un buen samaritano al que le gustara mi música. Apenas se fueron, tomé y desdoblé el papel; allí, escrito, decía: "sí necesitas un trabajo y quieres ganar buen dinero llama al siguiente número" y, en tinta roja, haciendo contraste con la negra, se leía un número telefónico.

Esa noche, ya estando en el motel, que me servía de hogar y que pagaba ayudando a la señora mayor que era la dueña del mismo, decidí bajar al teléfono público que pendía de una pared. Con nervios en todo mi cuerpo marqué el número y esperé a que del otro lado tomaran mi llamada. "un poco incoherente la hora, ¿no crees Bruno?" me decía mi cerebro. Y en eso una voz de hombre atendió mi llamada. Hablamos por un rato, él me explicaba con mínimo detalle en lo que consistiría mi nuevo empleo, yo pensaba "¿para vivir hay que sufrir tanto?". Terminé la llamada, pasé por la recepción, saludé a Alba y me encaminé a mi habitación. Mi cabeza daba miles de vueltas, ¿realmente podría ser capaz de realizar esa clase de trabajo?, "mulita de carga" para transportar la cocaína de aquí a Puerto Rico o Panamá.

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Un grito femenino me sacó de mis cavilaciones. Estaba en la cocina de la casa de mi jefe, esperando para que me diera mi próxima tarea o lugar donde debía ir a pelear.
-podrías... ya sabes...- una chica en un pijama algo corto me hacía seña con sus pequeñas manos para que tapara mis ojos, parecía una niña.
- ¿Sí? -. Le contesté "tapando mis ojos". Ella se ocupó que no la mirara y se fue.
A partir de ahí, cada vez que la veía me ponía tenso, no entendía por qué, ¡era sólo una chica! Eran todas iguales, pero como idiota, estacionaba cerca de su escuela con la excusa de "entregarle un paquete" a la hija de mi jefe, Rubí, y hasta sacaba dinero de mi bolsillo, sólo para ver a Hannah, Su amiga.

Con el tiempo pude averiguar más cosas sobre ella, como que yo era un año mayor, con diecisiete. Pero, algo que todavía no comprendía era por qué no podía hablarle, simplemente me quedaba quieto con cara de indiferencia cuando se acercaba, había escuchado que me había puesto "Olaf", como el personaje de la película "Frozen" aunque, según Rubí era un "Olaf gruñón". A forma de una pequeña venganza yo, la nombré "ratita" porque parecía no tener vida social.

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- ¿Edad? - un hombre mayor, rondando sus 60, me preguntó sin quitar la vista de la hoja de admisión.

-Veinte.

-está bien-. Anotó en esa planilla el resto de mis datos y para finalizar me dio un papel con un número de tres dígitos.

Entré al recinto lleno de personas, con el padre de Rubí a mis espaldas, tenía una mezcla de temor y nervios, pero, al mismo tiempo pensaba de que estaba acostumbrado a este ambiente y no tenía nada que temer ya que hasta ahora era campeón invicto.
No tardaron en llamarme para que suba a ese ring percudido con sangre de otros boxeadores que, como yo, venían sábados de por medio a dejar, a veces hasta sus propias vidas, por unos cuantos dólares.

Me quité la remera que traía, unas chicas y mujeres de unos cuarenta, que se encontraban cerca mío suspiraron; creo que guardaban cierta esperanza para que las eligiera por unas cuantas horas esta noche. Coloqué el protector bucal en su lugar y subí al ring, me encontré cara a cara con mi oponente y en cuanto sonó la campana empecé a pelear, ensordeciéndome a lo que mi jefe decía y al grito de la gente alrededor del cuadrilátero.
Después de cuatro rounds, vi caer a mi oponente al suelo luego del golpe final que le di.
- ¡un KO limpio damas y caballeros! ¡Y nuestro campeón sigue con su racha! -. gritaba con emoción el referee al mismo tiempo que levantaba mi mano izquierda.

Luego de la ovación, baje del ring. No podía borrar la imagen del hombre que, tenía posiblemente unos doce años más que yo, todo golpeado y sangrante. Cada vez que peleaba me volvía más agresivo y empezaba a temerme. Me duché de forma rápida y nos fuimos de ese lugar.

Conforme pasaba el tiempo y yo seguía ascendiendo en mi pecaminosa profesión, me volvía más frío y agresivo. Pero, a pesar de mi oscuro ser, pude acercarme más a Hannah; por fuera repetía que solo era por el deseo de tenerla dentro de mi cama, pero por mis adentros sabía que ella era esa pequeña mancha de claridad en tanta oscuridad de mi vida.

Una tarde, estando con Hannah en su habitación recibí un mensaje de mi hermano Eric, diciendo que mi madre quería verme, pero, como obviamente no le creí empezó a amenazarme y manipularme a partir de entonces; tanto así que llegó a prohibirme acercarme a Hannah y si lo desobedecía personalmente se encargaba de hacerme tajos en mi espalda que, a veces me costaba unas visitas a urgencias del hospital más cercano.

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El día de mi cumpleaños número veintiuno me vi obligado en invitar a Hannah a mi fiesta. Me partía por la mitad ver lo triste que estaba por lo que mi hermano me había obligado a hacerle. Quería correr, subirnos a mi auto y conducir hasta alejarnos de todos. No soportaba más este martirio y sobre todo no soportaba más ver sufrir a la única persona que logré amar en mi vida.

Una noche lluviosa, me encontraba débil en mi habitación, luego de una pelea a la cuál mi hermano me obligó a ir, me enteré que Eric había sido denunciado por la familia de Hannah por haberla violado . Lo que provocó que se mudaran a Nueva York, alejándola completamente de mí. Sentía mis mejillas mojadas como el vidrio de mi ventana. Estaba llorando, me levanté como pude, tomé mi guitarra y empecé a tocar una melodía que tenía en mí cabeza desde que empezó todo esto con mi hermano. Mientras con la voz algo cortada y débil repetía:

" No hay religión que pueda salvarme,
no importa cuánto tiempo estén mis rodillas en el suelo.
Así que ten en cuenta que
todos los sacrificios que estoy haciendo
te mantendrán a mi lado,
te mantendrán de salir por la puerta.

Porque no habrá luz de sol
si te pierdo.
No habrá cielos despejados
si te pierdo.
Como las nubes,
mis ojos harán lo mismo si te vas,
todos los días, lloverá, lloverá, lloverá."

No recuerdo en qué momento haberme dormido, con mi cabeza dando vueltas por todo lo que había vivido en tan poco tiempo, por todo lo que había perdido, pero también, en lo que había ganado. Pero, sobre todo pensando en cómo un pequeño papel doblado y depositado en la funda de mi guitarra cambió tan rápido mi vida.

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