Monólogos De La Gordura (115Kg//253Lb)

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   El sudor corría a través de nuestros poros. Un par de chicos nos miraban desde lejos, parecían estar riéndose. Teníamos puesta nuestra ropa deportiva. Caminábamos en medio de la calle. Nuestras gordas piernas se transparentaban a través de nuestro pants, y nuestra gran panza resaltaba por debajo de nuestro viejo top. El top era dos tallas más chicas, sabíamos que debíamos comprar nueva ropa, pero nos daba algo de pena levantarnos y caminar hasta la tienda de ropa más cercana. Sabíamos que debíamos ir a la zona de las chicas gordas, y –al menos ella- no quería que nos vieran ahí, le avergonzaba aceptar nuestro nuevo cuerpo y su nueva esencia. La ropa tronaba mientras caminábamos, y la gente solo nos miraba. Estábamos agotadas de solo haber caminado un par de cuadras, eso no era saludable... pero ya no éramos las mismas deportistas saludables que fuimos alguna vez en la preparatoria. Nos veíamos diferentes. Teníamos una cara más redonda, y habíamos perdido nuestro cuello entre nuestra grasa y una muy aparente papada. Nuestra apretada ropa nos hacía ver aún más grande, haciendo resaltar nuestras grandes lonjas y esos bellos y celulíticos bloques de carne que alguna vez llamamos piernas. Pero a ella le daba vergüenza verse de esa manera. Ella extrañaba su viejo cuerpo, y por eso hoy nos había traído al gimnasio. La ingenua de Dobuita quería regresar a ser "atractiva". Debía de haber alguna forma de convencerla de vivir y disfrutar esta nueva vida. El gimnasio estaba cerca. Podíamos verlo. Estábamos por entrar. Estábamos por obligarnos a hacer algo que realmente no disfrutamos.

   Mientras abríamos la puerta, pudimos ver a un par de bellas chicas haciendo ejercicio en un par de bicicletas de spinning. Eran hermosas. Tenía una forma perfecta en su cuerpo. Lucían como nosotros antes del incidente. Ella mataría por verse tan siquiera un poco similar a esas chicas, pero sabía que era imposible. Para este punto era imposible que nos diéramos la vuelta. Nuestra gigantesca panza no nos dejaba ver nuestros propios pies. No éramos las mismas. Éramos mejores, pero ella se negaba a verlo. Se negaba a observar nuestro celulítico y redondo trasero, así como detestaba ver las lonjas saliendo de nuestra cadera y siendo resaltadas por nuestro pegado pantalón. Éramos una chica gorda. Éramos todo lo que podíamos realmente ser, pero ella aún no lo entendía. Se lamentaba cada día. Lamentaba haber rechazado una beca en Alemania. Recordaba como aquella vez, en uno de sus entrenamientos de Soccer, una chica le lastimo la rodilla de manera severa. Le costó mucho trabajo recuperarse, por lo que tuvo que estar más de un año sin hacer ejercicio y en constante reposo. Recordó como Daniel había dejado de hablar con ella tras irse a la universidad. Recordó cómo fue expulsada de la universidad privada a la que asistia, todo por entrar en un intenso cuadro depresivo y olvidarse de asistir. La comida se volvía su único amigo... y esta misma fue la que me la presento. La primera vez que nos vimos ella estaba en el doctor, ya que se sentía un poco mal del estómago. Vio la báscula y nos conocimos. Éramos solo 92Kg de mujer en aquel entonces. Ya lucíamos hermosas, pero tuve que convencerla muchas veces para lucir aún más hermosas. Muchas veces tuve que hacerla ir por el pollo frito del día anterior, ya que le daba algo de pena comer ese tipo de cosas. Pero fue parte del proceso. Somos hermosas ahora.

   Ella se subió a una de las bicicletas. Las chicas que habíamos visto nos miraban sonrientes. No supimos si era burla o apoyo. Ella creyó que eran burlas, pero yo sabía que solo eran celos. Sus esqueléticos cuerpos no se movían como los nuestros. Sus secos cuerpos eran aburridos. Alguna vez ella lucio como ellas, pero no eras realmente felices. Daniel nos hacía felices, y la comida fue la que lo sustituyo. No necesitamos de un Daniel si tenemos comidas. No necesitamos de un Daniel si tenemos una gran panza y lonjas gigantescas. Las chicas aún reían, lo notaste y decidiste comenzar a pedalear. Tu cuerpo se movía de una manera sensacional. Nuestras gordas piernas se movían, y las gotas de sudor se hicieron aparentes con solo unos segundos de estar pedaleando. Todas nos miraban. Estabas intentando algo que no es para nosotros. Ellos son buenos en esto, pero no son buenos en quedarse en casa, comer dos cajas de pizza, masturbarse, ver series en Netflix y comer dos bolsas grandes de Chettos, sus frágiles cuerpos no son capaces de ese tipo de privilegios.

   Tu panza comenzó a tronar. Sabias lo que eso era. Debías alimentarla. Debías darnos de comer. Era hora de crecer. Era hora de hacer crecer nuestro y regocijarnos con lo que queremos. Te tuve que convencer. Mirabas al vacío mientras tu panza rujía y sudabas como la cerda que te estabas convirtiendo. Estabas consciente de que comer te hacía feliz. Debías de hacerlo. Había un pequeño puesto de McDonalds frente al gimnasio. Estas en los Estados Unidos De América. La nación te quiere feliz y gorda. No debes de dejar que el mundo te diga lo que debes de hacer. Estas en América. Debes ser feliz. Sabías que no podías pelear contra tu intenso apetito. Sabías que estabas destinada a ser un pedazo de mierda obeso. La felicidad era la obesidad.

   Perseveraste, pero la bicicleta comenzó a tronar. No soportaba a una chica gorda como tú. Ese no era el lugar donde debías estar. Debías estar en una mesa, comiendo todas las hamburguesas que tuvieras y pensando en lo estúpida que fuiste por abandonar este paraíso de vida en tu niñez. El ruido de la bicicleta se volvió más aparente, y las chicas frente a ti se detuvieron y comenzaron a reír de manera más explícita. Señalaban tu gelatinosos y voluminoso cuerpo, así como también se burlaban de tu apretada y vieja ropa. Pero debías de ignorarlos. Debías levantarte y conseguirte una de esas deliciosas papas fritas con una deleitante malteada de fresa. Así que te levantaste e hiciste rebotar tu hermoso y obeso cuerpo con el impacto. Pensaste en tu clásica excusa; "Un pequeño antojito no hace daño", y sacaste tus billetes del bolsillo. Era el dinero que tus padres te enviaban, y tú lo estabas usando para crecer. Tal vez no estarían orgullosos, pero... ¿Realmente te importa? Caminabas lentamente, regocijando tu gordo culo en el camino. Abriste la puerta. Ese aroma. Estabas en casa, podías sentirlo.

   - ¿Qué estamos haciendo? – Pensaste – Todo esto solo nos hará tener una nueva papada y un dolor de estómago... ¿No quieres que regrese a verme atlética y preciosa? ¿Acaso olvide quién soy? – Te diste la vuelta y miraste al gimnasio. Todas esas hermosas chicas haciendo ejercicio y reluciendo sus cuerpos. Querías eso, y recordabas ser eso... pero ahora no estás sola. No somos la Dobuita Mori atleta. Ella tenía un cuerpo atlético y hermoso. Pero recuerda... lo tenía. Eso solo es parte del pasado. Le haz probado al mundo de lo que eres capaz. Llevaste a la victoria a tu equipo de Basquetbol. Tu madre sintió orgullo por ti. Saliste con el chico más guapo de toda la escuela. Te mereces un descanso. ¿Qué más tienes que probarle al mundo y a tu familia? Se han decepcionado de ti otras veces, pero ahora eres una mujer exitosa. No eres la misma deportista de antes, pero eres esa chica linda y gordita que estudia periodismo en Nueva York. Nadie se igualaba a ti en la cancha. Ahora nadie se igualaba a ti en el buffet. ¿Por qué no consentirte un poco tras tu retiro? Sabías que tu rodilla mala te atormentaría de nuevo, ¿Por qué lo intentabas? Debías comer. Debías darte un festín. Celebrar por tus logros del pasado y disfrutar tu nueva forma. El cambio es elemental para vivir, no debías quedarte toda tu vida siendo la misma chica aburrida - ¿Acaso no quieres verme hermosa? No puedo ser hermosa si sigo comiendo de este modo – Pensaste una vez más. Pero sabías que yo tenía un gran punto. Miraste como un niño comía su deliciosa hamburguesa. Veías la grasa y el aceite cayendo de las rejas de la cocina. Era hermoso. No pudiste más. Te acercaste y pediste hamburguesas, papas, nuggets, refresco y helado. Miraste para abajo, viste tu panza cubriéndolo todo e impidiéndote ver tus pies. Era parte del sacrificio... no volverías a tener un abdomen marcado, pero ¿Acaso era realmente necesario?

   Caminamos una vez más unidas. Salimos del McDonalds siendo nuevas personas. Por fin me habías aceptado. Mi trabajo estaba completo. Éramos una sola...

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   Era verdad. No necesitaba ser delgada otra vez. Solo se puede alcanzar eso una vez en la vida, y estaba feliz de haberlo experimentado por mi cuenta. Había sido una experiencia agradable, pero era hora de continuar con mi vida. No podía seguir atascada tratando de revivir un pasado que simplemente no puede igualarse. Por fin había aceptado mi nueva vida. Era una chica feliz. Estoy retirada del mundo del deporte. Alcance la cima, y no me arrepiento de ello. Era hora de relajarme y dejarme llevar. Le di un golpe a mi panza por primera vez, se sentía suave y precisa. Era asombroso. Me vi en el televisor. Mi nuevo cuerpo era diferente, pero era mío... debía aceptarme como soy.

   Me había ganado estar en casa comiendo cosas de McDonalds, viendo televisión y sobando mi gigantesca panza. No necesitaba de nada más. Había vivido la gloria. Me lo había ganado. 

La Atleta (Un Relato Fetichista)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora