Capítulo III

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Helga se dejó caer descuidadamente en el asiento del autobús, mientras sacaba su celular y revisaba el último mensaje que le había llegado.

Phoebe: Por favor, dime que no vas a ocasionar daños a la propiedad ni enviar a nadie al hospital.

La rubia soltó una risa entre dientes, intentando no sonreír con crueldad por el preocupado ruego de su mejor amiga.

Helga: ...lo prometo

Phoebe: Algo me dice que estás cruzando los dedos ¡Helga!

La chica simplemente se encogió de hombros, no necesitaba hacer algo tan infantil para romper una promesa que obviamente iba en contra de su naturaleza.

- Y nos tiene absoluta y completamente olvidados. –comentó Gretel, arrodillada sobre su asiento, que estaba en frente del de Helga.

La rubia notó que ni siquiera había reparado que tenía a Arnold junto a ella y a Will, con su prima, en el asiento de adelante.

- Bueno, imaginé que no se iban a perder. –se cruzó de brazos, mirando hacia un lado.

- Como sea... -la alemana se giró y le dio la espalda, pero al rato ya estaba murmurando al oído de Will algo, mientras este se sorprendía e intentaba protestar pero Gretel le tapaba la boca rápidamente.

- ¿Están conspirando contra mí? –preguntó Helga, enmarcando una ceja.

- No, estoy conspirando contra el lobito. –bromeó, pero el aludido dio un respingón y se apretó contra el asiento.

- ¡No! Gretel ¡No! –le regañó Arnold, señalándola con su dedo índice.

- ¡No soy perro!

- Eres una loba, casi lo mismo. –comentó con sarcasmo Helga- ¿Recuerdas? Manada, cacería, territorio y mil cosas más que siempre hablas. Así que te pueden apuntar con un dedo y regañarte.

La alemana le fulminó con la mirada pero al parecer era mucho más importante lo que le susurra al oído a Will que simplemente... lanzarse sobre Helga y comenzarla a golpear como hacía siempre.

- Si está conspirando contra ti, deberías cuidar tu espalda. –comentó Helga, lanzándole una mirada a Arnold.

- ¿Y no puedes evitarlo? Es tu prima. –pidió Arnold, pero ni menos dijo eso, notó lo absurdo que sonaba- Bien, no me respondas. A ustedes dos no hay quien las haga entrar en razón.

- Ni a tu madre. –comentó la rubia, apoyándose de lado para verlo, mientras sonreía de lado- El embarazo la tiene... algo caprichosa.

- Creo que es normal. –respondió el chico, intentando sonar natural, aunque había visto a su madre muy irritable desde que los primeros síntomas habían comenzado y al parecer intentaba luchar contras las náuseas matutinas con puro poder mental ¡Y lo estaba logrando!

Para ser una mujer entrada en los cuarenta, estaba llevando bien todo eso.

- ¿Te puedo ser sincera? –preguntó Helga, relajándose ligeramente y se inclinó hacia él.

- Por supuesto.

- Me sorprende que tus padres no hubiesen tenido hijos cuando estuvieron en San Lorenzo. No creo que la Gente de los Ojos Verdes tuviese condones o pastillas anticonceptivas. Tú entiendes. –explicó, dejando salir la intriga principal que había estado martillándole la cabeza.

- Si... -Arnold se cruzó de brazos, mirando hacia un lado, sutilmente avergonzado- Mi padre me explicó que existe una infusión de ciertas hierbas que les enseñaron la Gente de los Ojos Verdes, justamente un método de protección tradicional. Todo esto se debe a que en la tribu debes pedirle permiso al líder y si este lo autoriza la sacerdotisa se conecta con los espíritus para saber cuántos hijos se te han permitido tener. –explicó- Si lo piensas, es una idea muy interesante.

Cacería «Hey Arnold!»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora