Capítulo XII

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Arnold deslizó una vez más sus dedos por los cabellos salvajes y azabaches de Aura, en un mimo paternal. La niña se había aferrado a la manga de su chaqueta en algún momento y se había dormido completamente apegada a él. La cama del hotel era confortable y tan grande para su pequeño cuerpo, pero aun así ella se había arrimado contra el costado de Arnold y no se había movido de ahí. El chico suspiró pesadamente, notando el surco de lágrimas en los ojos de la niña y observó la luz que se filtraba por debajo de la puerta. Aura estaba a salvo en esa habitación, pero él seguía haciendo guardia. Allá afuera estaba su madre, en una conversación con el Almirante desde hace dos... ¿O acaso tres horas? Ya no recordaba. Lo único que sabía es que si esa mujer abría la puerta, haría lo que fuese necesario para que Aura no tuviese que verla, aun si tenía que tomar a la niña y salir corriendo de ahí. Porque lo haría, se dio cuenta, en verdad lo haría para que ella no tuviese que hacerlo por su cuenta como tantas veces, sintiéndose sola ante el miedo.

Un quejido lamentable escapó de los labios de la pequeña niña y esta se enterró más entre las sábanas. Aun así, su agarre por fin se aflojó y Arnold se sintió libre. Por lo menos de eso, porque el resto de su cuerpo seguía encadenado a esa cama por puro deseo. Aun recordaba como Aura había espantado a todos los cocineros y Gretel había aparecido para anunciar que la mujer del traje deportivo resultaba ser la madre de Aura. Si el rubio la recordaba bien, madre e hija tenían el mismo cabello y tono de piel, pero de ahí no encontraba otra similitud. Tampoco había visto por demasiado tiempo a esa mujer, si era sincero. Lo único que podía pensar era que nunca había visto a una niña tan aterrada. Y eso fue lo que lo empujó a correr hacia Aura y a pesar de lo agresiva que se había comportado, la había abrazo hasta calmarla. Aun cuando las pequeñas rodillas se clavaron en sus costillas y aunque sus diminutas uñas arañaron su cuello y sin importar que su estrangulado grito lo dejó sordo. Aun con todo eso, Arnold no la soltó y eventualmente la niña se quedó quieta. Solo eso, se quedó completamente quieta y pudieron llevarla a esa habitación. El mismo lugar donde el Almirante había llevado a la mujer del traje deportivo. Y aunque una puerta separaba la pequeña sala de la habitación donde Aura se había refugiado, habían escuchado los gritos de la mujer.

Unos reclamos imposibles...

Arnold negó. No iba a pensar en eso, solo miró a la niña, que por fin había dormido y escuchó como la puerta se abría despacio. Al levantar la mirada confirmó que era Helga, completamente agotada.

- Ya se fue... Ella ya se fue.

Él asintió y acudió junto a la chica, ambos se abrazaron con fuerza y Arnold pudo sentir como ella se deshacía en sus brazos, temblando en una mezcla de desesperación y rabia.

- ¿Escuchaste lo que decía...?

- Si. –Arnold apretó su agarre contra el delicado top de Helga, porque en algún momento la chaqueta había desaparecido en el calor del momento.

- La detesto... lo juro... Me gustaría que desapareciera para siempre... Lo importante es que no va a volver.

- ¿A qué te refieres...?

- El Almirante la chantajeó y él llamó a su abogado. No entendí bien que ocurría, pero... -miró sobre su hombro- Ven...

Arnold observó a Aura por última vez y siguió a Helga hacia la pequeña sala. Ahí estaba el Almirante, con sus mangas recogidas sobre sus codos y la mirada gris completamente cansada. Casi lucía como si un siglo hubiese pasado sobre él en un abrir y cerrar de ojos. Gretel permanecía en silencio junto a su padre, leyendo unos papeles, pero cuando Helga y Arnold se acercaron, la alemana se levantó y se dirigió a la habitación donde Aura estaba, cerrando la puerta.

Cacería «Hey Arnold!»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora