Buenas, antes de iniciar la historia quisiera pedir un favor pequeño (? Por favor no comenten(? Sé que suena extraño pero esta historia ya tiene su tiempo y me molesta un poco las notificaciones (si pudiera bloquear comentarios sería genial pero no es posible) no quiero inmiscuirme en un disgusto ajeno, menos de algo que fue hace tiempo. Así que muchas gracias :D
Mirio Togata era hijo único de una familia beta, era normal ya que las mujeres de esa categoría sólo podían dar a luz máximo dos veces en su vida, sus cuerpos no podían resistir ese tipo de sobrecarga, parecía un castigo de la naturaleza. Por ello muchos optaban por alquilar vientres de omegas los cuales tenían capacidades más elevadas, pero volviendo al tema, esta familia fue bendecida con un niño alfa. No era raro que pudieran dar a luz a otras especies (como burdamente llamaban a otras ramas), lo extraordinario era producir un alfa.
Ese niño daría prestigio a la familia, todos sabían de lo que eran capaces los alfas y Mirio no era la excepción: De musculatura definida, alto y bien parecido. Fue un duelo educarlo porque no querían que fuese arrogante como los demás niños iguales a él, pero las preocupaciones que tenían eran infundadas, la verdad es que su hijo nació con un corazón de oro.
A sus veinticuatro Mirio se encontraba cursando lo último para volverse policía, tenía buenas aptitudes para ese trabajo por lo que fue a por ello sin pensarlo mucho más. Sí, todo iba bien en su vida, creyéndose dueño de sus propios pasos, tomando las enseñanzas de sus padres muy en cuenta.
Él no quería ser igual a otros alfas, los cuales sólo les importaba tener ganancias y suprimir omegas en sus manos para que mantengan descendencia, cuando miraba casos así sentía pena por las parejas de aquellos con el ego inflado, eran tan.. manipuladores, daban ganas de apartarlos de las pobres víctimas denominadas parejas enlazadas. Terrible. Jamás lo entendería.
Bueno, si todo hubiera ido recto el resto de su vida no hubiera tenido la oportunidad de pasar por algo así, pero el destino es algo pecaminoso.
Mirio al igual que todos los hombres,
era poema antes que poeta.
Recordaba ese día en que lo conoció, a Tamaki Amajiki, un omega nacido de una familia beta al igual que él. Sólo que su padre biológico fue un alfa que los abandonó, por suerte la beta encontró nuevamente el amor años más tarde. Sus madres se hicieron amigas, en un intento de ayudar a Mirio a buscar locales de comida tuvieron la oportunidad de conocerse. En el trabajo del alfa había recesos para comer y buscaban lugares para obtener esos lonches, que fueran buenos y accesibles.
Tamaki era excelente cocinando y ayudaba a su madre con ello, por lo que se estaba especializando en el área de gastronomía, era un joven tímido por lo que quería encontrar un sitio donde no tuviera que interactuar mucho y encontró refugio en la cocina donde se olvidaba de lo que le costaba normalmente. Pero muy en el fondo deseaba más, quería poder cocinar de manera más profesional en otros lugares, y se vió determinado por ello, cosa que el alfa admiró de sobremanera.
El rubio se sentía raro, cada vez que se paraba en el mostrador podía ver a Tamaki terminar las ordenes en bandejas para la entrega, admitía que el de pelo negro era muy guapo, se le hacían adorables esas orejas que terminaban en punta y esos ojos que escapaban de las personas además de sus clavículas marcadas donde resbalaba el sudor cuando el calor era insoportable.. lo único que no le gustaba era ese collar que cubría su cuello, desearía verlo sin él.
— Aquí tienes Mirio, gracias por la compra –su voz era un tanto grave, pero lograba ponerle los pelos de punta al alfa, creando un ligero temblor en su cuerpo.