Fresas y Nata.

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   África volvió a mirar por la ventana por decimoséptima vez en los cinco minutos que llevaba en la cocina. Se sentía algo patética, pero no podía evitarlo. Desde que se había mudado el nuevo vecino al piso de en frente no había dejado de espiarlo. Llevaba así una semana y dos días contados. La verdad, cualquiera que estuviera en su situación haría lo mismo, ya que el tío estaba como un queso. Y por si fuera poco, el tío se paseaba desnudo por su casa sin importarle que una mujer como ella, que llevaba sin echar un polvo más de un año, pudiera estar mirándole con la baba colgando. Definitivamente el mundo era cruel.

   Salió de la cocina y se dirigió al televisor a ver el primer programa que la despejara. Lo encendió y justamente oyó la puerta de en frente abrirse y cerrarse al momento. No supo cómo ni cuándo su cerebro ordenó a sus pies salir corriendo hacia su propia puerta y abrirla. Pero sí supo cuándo su cerebro registró en su memoria al tío más guapo que había poblado la tierra. Su pelo negro y mojado por el agua estaba un poco largo, pero a ella le encantó, sus ojos oscuros realmente la derretían y su boca era perfecta e irresistible. Definitivamente el mundo no era cruel.

   África se sintió algo ridícula ahí en su puerta mirándolo embobada y él mirándola como si esperara que le hablara. Obviamente no podía decirle que había salido a verlo. No.

            -Hola.-dijo.- ¿Has llamado tú a la puerta?-preguntó con las mejillas como un tomate de la vergüenza. Realmente era algo patético como excusa.

            -No.-respondió sonriendo.

            -Ahh.- ¡Qué patética!-Habrá sido un gamberro listillo.-dijo pobremente. Que la tierra la tragara, por Dios.

            -No sé. Yo no he visto a nadie.-dijo volviendo a sonreir.-Por cierto, me llamo Sergio.-dijo alargando la mano para estrechársela.

   África la tomó y sintió su fuerte apretón en los dedos. Se fijó en ellos, se dio cuenta de que eran alargados y masculinos y, ante todo, no llevaban alianza. Las mejillas se le sonrojaron ligeramente, o eso esperaba, cuando pensó en sus dedos y lo que podrían hacer. Su horror creció al darse cuenta de su obsesión por ese hombre. Apartó la mano de él como si fuera ácido.

            -Yo soy  África.-respondió. Buscó desesperadamente un tema de conversación para retenerlo un poco más.

            -Un nombre peculiar.-dijo sonriendo, pero sin enseñar los dientes. África se extrañó un poco por esa sonrisa, ya que parecía un poco falsa.

            -Bastante.-dijo, pero realmente el tema de su nombre no le interesaba mucho.- ¿Conoces a muchas chicas con ese nombre?-preguntó.

            -Solo una. Fui con ella a la Universidad. Éramos muy buenos amigos.-respondió y sintió como si sus ojos la escrutaran en busca de una respuesta.

            -¿Erais? ¿Ya no os veis?-preguntó curiosa.

            -No.-respondió serio.-Me tengo que ir. Un placer conocerte.

   Y sin más, se marchó escaleras abajo. África frunció el ceño extrañada por su despedida brusca y entró en su casa. Miró el reloj y ya eran las 14:10. El estómago le recordó que debería ir preparando ya la comida y se dirigió a la cocina para ver qué podía hacer. Abrió el frigorífico y el alma se le cayó a los pies. Solo quedaban unos filetes de la noche anterior. Se hizo un sándwich y pensó que ya era hora de ir a hacer la compra. Bueno ya iría por la tarde.

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⏰ Última actualización: Feb 23, 2013 ⏰

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