Por fin llegó el día señalado. Van se levantó inusualmente temprano, presa de nerviosismo, y se dedicó a corretear por el piso de aquí para allá, abriendo las ventanas. En la calle corría el aire fresco propio de las madrugadas, que embriagaba de frescor la piel del joven y le espabilaba. La ciudad despertaba progresivamente del letargo de la noche, y se vislumbraban las primeras luces de los locales.
Van se aseó, a falta de nada mejor que hacer, y se sentó sobre la cama con las piernas cruzadas. Su cabeza trazaba hipotéticos aspectos que podría tener Bergen, al margen de las fotos que le había ofrecido internet. ¿Sería cierto que los habitantes eran muy hospitalarios? ¿Llovería de verdad todos los días?
Repasó de nuevo el contenido de su equipaje de mano: una kanken de un azul intenso. Había metido un cuaderno de viaje que perteneció a su abuelo,de tapas oscuras y amarillento, que actualmente él rellenaba con instantáneas tomadas en sitios significativos para él. También decidió incluir un surtido de acuarelas, con la esperanza de que Lynn tuviera destreza usándolas, y un par de tomos de poesía ligeros.
Guardó una brújula comprada en un anticuario, un par de guantes impermeables, de un tono naranja oscuro, un mapa sacado de internet y rigurosamente doblado y una caja de cerillas. Se sintió satisfecho e incluyó finalmente una pequeña libreta de bocetos, acompañada de lápices y una pluma.Todo salió bien, para incredulidad de Van. Incluso el vuelo, que en principio le aterraba. No había subido a un avión desde que era niño, y el recuerdo no era especialmente agradable. Fue cuando su padre aún vivía con ellos, hace una eternidad, y convenció a Ada para visitar en navidades a su familia de Dinamarca. El pequeño Van pasó un trayecto movido, pegado a la bolsa donde se dedicó a vaciar su estómago.
Esta vez fue distinto. Lynn estuvo con él todo el tiempo, y se ocupó de toda la facturación mientras Van tironeaba de sus mangas. No hubo nauseas infernales, no como las recordaba. Solo había nervios y curiosidad; infinita curiosidad. Todo el aeropuerto representaba un nuevo mapa de estímulos por descubrir, sazonado por el toque de internacionalidad de los otros pasajeros. La estancia se le asemejó a Van a un hospital, con el suelo impoluto, las paredes desnudas y el intenso olor a desinfectante. Se entretuvo contando las ventanas mientras esperaban, al mismo tiempo que trazaba líneas en la palma de Lynn.
Lynn le contemplaba maravillarse por cada nuevo detalle que descubría : pantallas informativas de última tecnología, plantas artificiales de un realismo increíble, un estanque de tortugas y carpas en la zona recreativa... Ambos disfrutaron del paseo por los interminables pasillos antes de llegar a la zona de embarque.
Finalmente el momento que más inquietaba a Van sucedió. Creyó que el café que había terminado saldría disparado por su garganta tan rápido como había entrado, pero no fue así. Se acomodó en su asiento y fue mucho más fácil de lo que pensaba aislarse del mundo. A medida que avanzaba el tiempo, y el avión despegó, cayó en la cuenta de que el resto de pasajeros permanecían ajenos a todo, en su propia burbuja, y empezó a disfrutar la irónica intimidad que proporciona viajar en un vehículo público. Nadie te mira, nadie te juzga. El trayecto es lo único que existe. El tiempo parece congelarse y el espacio se vuelve indefinido. Tanto da estar sobrevolando Las Bahamas que Berlín.
Los primeros indicios de que se aproximaban a un universo distinto, caracterizado por un inhóspito frío y paisajes nevados fueron visibles a través de la sucia ventana. La boca de Van se congeló en una expresión de asombro. La blancura de Los Alpes le cortó el aliento, y Lynn sonrió, para el que las vistas resultaban familiares, parecidas a las de su Suecia natal. Bélgica no era así, no tenía algo tan impresionante que ofrecer al ojo humano. No podía alardear con arrogancia de la manera en la que imponía al espectador con las dimensiones de sus cordilleras.
Tras aterrizar, continuaron las pistas de que Noruega se encontraba en otro plano de la realidad. La humilde ciudad donde se situaba el aeropuerto les recibió con un viento gélido y una cálida amabilidad de los habitantes. Pasaron muy poco tiempo allí, porque pronto debían tomar el autobús que les llevaba hasta Bergen, pero fue suficiente para percatarse del enorme contraste entre el estilo de vida. Las tiendas cerraban mucho antes, y la gente era increíblemente educada y respetuosa. Hablaban entre ellos en un tono de voz moderado, preocupados de no molestar al vecino, por lo que los locales y calles destacaban por su relativo silencio. Al igual que en Bergen, la vía pública estaba impecable, exenta de suciedad, y eran poco comunes los desperfectos como graffitis y demás actos vandálicos, algo siempre presente en las calles Belgas.
El viaje en autobús fue agotador, a pesar de ser muy corto. Van estaba hambriento y cansado. Estar tan lejos de casa comenzó a agotarle mentalmente y no encontró consuelo en los campos extranjeros que se extendían bordeando las cunetas, ni en la vegetación que los salpicaba. Estuvo interrogando a Lynn sobre su tierra y después se hizo un ovillo en su bufanda y dormitó por un corto lapso de tiempo apoyado en el hombro de este.
Lynn le despertó con delicadeza cuando llegaron, y le besó con ternura. Por suerte, la cabezadita había dejado a Van como nuevo, y el aire frío del exterior no le puso de mal humor. Se dirigieron al hotel, a escasos metros. Habían acordado que Isak les acogería durante su estancia, pero aún tenían que esperar una noche a que su casa estuviera disponible, hecho que no les desagradaba. La perspectiva de dormir con Lynn en privado emocionaba a Van.
El lugar estaba orientado al turismo, diseñado para satisfacer las necesidades de una amplia gama de nacionalidades. Tan solo el vestíbulo prometía: elegante y a la vez no demasiado pretencioso, minimalista. Mientras recogían su llave, la pareja presenció como a su alrededor se algomeraba una familia de asiáticos y otra pareja de Alemanes, que parecían malhumorados. Su recorrido hasta la habitación también incluyó cruces con más y más turistas.
Dejaron las maletas contra la pared, sentándose en la cama y permitiendo que la calefacción se filtrase por su ropa. Van inspeccionaba el cuarto a conciencia, empapándose de cada detalle y cada innovador y fresco elemento decorativo que sus ojos encontraban. Optaron por sacudirse el cansancio acumulado de una ducha. Para sorpresa de Van, Lynn colocó ambos pares de zapatillas de casa que regalaba el hotel en el cuarto de baño.
-Ven, Van. Prefiero ahorrar agua- diciendo esto, cerró la puerta tras su pareja y se desvistió. Entro bajo el torrente de la ducha, invitando a Van a hacer lo mismo. Notaba su pulso rebotar sin control aunque exteriormente pareciese sereno. La desnudez del otro ya no suponía un drama, pero le encendía innegablemente, incluso si sus hormonas estaban aparentemente calmadas.
Van lo imitó y entró en la ducha. Le frotó la espalda de Lynn con todo el cariño que pudo, masajeandola con las yemas de los dedos. Una vez el ritual de higiene terminó, se envolvieron en toallas con fragancia a pino y permanecieron frente al otro unos minutos. Luego, Lynn le besó, de una forma que Van conocía bien. Su boca era cálida y moldeable. Exigía más, entregándose a él en un frenético compás de respiración. Van sintió una descarga subir por sus muslos y notó la toalla caer. La de Lynn tuvo el mismo destino.
Se miraron, agitados, y las manos de Lynn desfilaron por el vientre de este. Sin decir palabra, Van comenzó a besar toda la piel que encontraba y se arrodilló frente a su pubis, jadeante.
-¿Qué..?-Lynn se interrumpió cuando notó el pulgar de Van separando sus labios y abrió más las piernas instintivamente. El aliento de Van se coló como un intruso- deseado-, ladrón de su calma, y vaciló unos instantes. No, no había tiempo de vacilaciones. Estaba decidido. Perfiló con la lengua plana su entrada vaginal, notando el vello cosquillear a los extremos, mientras escuchaba a Lynn suspirar de placer. Fue más ambicioso y reunió valor para deslizar su lengua a más profundidad. El sabor de Lynn era ambrosía en su boca, ligeramente ácido. Delineó sus paredes con lentitud y empezó a trazar movimientos ascendentes al tiempo que notaba las caderas de su chico extremecerse y su manos viajaban a sostenerlas. Mantuvo el ritmo, haciendo un esfuerzo para respirar con normalidad, a pesar de la adrenalina que le embriagaba, y se pegó más a la calidez de Lynn. Pronto sintió la mano de este asirle por el pelo, cada vez con más fuerza.
Continuó un rato, todo lo que sus pulmones le permitieron, complementando la acción con una suave succión de los labios a intervalos. Paralelamente, fuera de su burbuja de concentración, escuchaba,casi lejano, a Lynn gemir fuera de sí, y tuvo que sujetar con conciencia su tambaleante cintura, para que pudiese mantenerse en pie. Notó un súbito sabor ácido e intenso, que le invadió el cielo de la boca. Decidió tomar aire y se separó, elevando la vista. Por su boca resbalaban aún fluidos, y los ojos de Lynn le observaban, brillantes.
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Butterfly {El Chico De Cristal}
Genç Kurgu¿Cuántas páginas harán falta para saber que, pese a la inegable y relativa fragilidad humana, ni siquiera en el más profundo recodo de nuestra esencia estamos hechos de cristal? No eres irreparable. Reconstrúyete. Reinvéntate. Renace las veces que...