Anestesia.

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Me levanté con pequeños capullos de alcohol brotando por mis poros y la garganta irritada de tantas metáforas tóxicas.
La planta de mis pies sonrojada por caminar sobre alfileres descalza, el labial escapándose de mi boca y buscando la de alguien más.
Salí un poco más rota y con los sentidos anestesiados, y ojalá fuese el efecto de una pastilla perdida en el pequeño vaso plástico que se sentó a esperar que lo bebieran en una de las cuatro esquinas.

No me costó entenderlo cuando me golpearon el pecho;
estaba perdida,

y no había forma de volver a encontrarme.

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