Venticuatro

2.2K 244 23
                                    

Parpadeó para que no le escocieran más los ojos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Parpadeó para que no le escocieran más los ojos. La casa de Harry era oscura y el eco de una gota cayendo del grifo de la cocina, era lo único que se oía.

Después de firmar el divorcio, Steven se metió al auto y condujo sin rumbo fijo por toda la ciudad hasta que se quedó sin gasolina. Harry, lo encontró después de contestar el teléfono por error y lo llevó a casa.

Sí, a una calle de su ex casa donde probablemente estaba su ex esposa.

Y estaba acostado en un sofá-cama, con una botella de brandy al borde de una pequeña mesa y los ojos puestos en un cactus sobre la ventana. Aunque se resistió de ser llevado a la casa de su vecino, Samantha también insistió y cedió cuando pasaron de las once. No quería hacerlos pasar mala noche también.

Un maullido llamó su atención. El gato de Los Anderson asomó su cabeza por una rendija doblando a la cocina. Era el mismo gato que la señora Emma le había pedido que bajara del tejado hacía más dos meses. El minino avanzó en completo silencio por la sala de estar y se subió en un salto, sobre el pecho de Steven.

No llevaba camisa, por lo que el calor corporal del animal se pegó a la piel. 

—¿Qué diablos quieres?—Le susurró, acariciando una de sus orejas, él cerró los ojos, disfrutando el roce delicado. La verdad era que, el animal era realmente hermoso. El ronroneo le pareció un sonido agradable y lo dejó acostarse.

Su teléfono alumbró y emitió una vibración corta sobre la mesa. Estiró el brazo, deseando en lo más profundo de sí, que fuera ella. Pero obviamente no lo era.

Papá: Deberías venir.

Vio su reloj de mano: Eran las cinco de la mañana.

Había dormido aproximadamente cuarenta minutos. El resto de la madrugada, estuvo viendo el estúpido cactus sobre la ventana.

Bajó el gato y se vistió la camisa. Se juagó ligeramente la cara y cepilló su cabello con un tenedor de la cocina. Salió de casa sin hacer ruido, no sin antes dejarle a Harry sobre la encimera, una servilleta con un "gracias".

***

Una pesadilla lo despertó. 

Se había quedado dormido sobre la banca del hospital. El olor a café le hizo revolver el estómago. El pasillo olía a desinfectante, alcohol y plástico. Se estiró disimuladamente. Ya eran las ocho de la mañana y Jackson le había visto llegar con una mirada repulsiva.

Su papá sólo le dijo que su mamá estaba bien, pero querían que él hablara con ella. Eso lo hizo sentirse un poco feliz. Hablar con su mamá, siempre era buena idea. Sacó un jugo de la máquina expendedora y lo bebió en un sorbo. Empujó la puerta y arrojó la caja vacía a la basura.

Victoria, su madre, estaba pasando canales desde la cama. Cuando lo vio, sonrió ampliamente.

— ¡Steven! ¿Cómo estás? —Él rodeó la cama y arrastró una silla para sentarse cerca de ella. Tomó su mano derecha entre las suyas. Ella estaba tibia.

—Bien  — Musitó sin mucho ánimo. Recordó lo del día inmediatamente anterior y una punzada atravesó su pecho, sonrió para contrarrestar su fugaz gesto —¿Y tú? ¿Cómo te sientes?

—Estoy muy aburrida aquí. No sé ni cuánto llevo en este cuarto, pero siento como si fuera toda una vida —Comentó con voz suave, parecía un murmullo apenas. —Además, ya no recuerdo muchas personas y a veces eso me da ansiedad.

Steven apretó su agarre, trasmitiendo seguridad. Ella cerró los ojos apenas unos segundos. Quiso contarle todo, necesitaba desahogarse, pero ella lo necesitaba a él ese día. Siempre había sido egoísta. Era típico de él hablar de sí mismo.

—Jackson estuvo aquí más temprano. —Contó, apagando la televisión —Creo que se fue molesto y un poco triste.

Steven bufó, meneando la cabeza. Jackson era un idiota la mayoría del tiempo. No podía siquiera tener una buena actitud con su mamá, ni aún estando ella así.

—Sería horrible si olvidara un hijo —Dijo de pronto gélida y Steven la miró. —No me lo perdonaría.

Estuvo en silencio un buen rato. Ella tomó algo como una compota de la mesa al lado de la cama y la destapó. Escuchó pasos fuera del cuarto, personas pasando de un lado a otro del pasillo. Se preguntó si el sonido desesperaba a su madre en algún momento. 

—Lo bueno es que no me has olvidado —. Señaló Steven, sonriendo. Ella lo miró con cautela.

—Uh, corrígeme si estoy equivocada... Eres amigo de Máximo ¿Cierto? 

Steven detuvo la caricia que le estaba haciendo en el antebrazo y fijó su mirada en las figuras de las sábanas. Su piel se erizó súbitamente. La observó un instante, ella seguía comiendo la compota con total dedicación. No había bromeado. Ella estaba convencida de que así era.

Su madre lo había olvidado.

—Sí —Respondió en un hilo de voz, ella medio sonrió — ¿Ves? No lo olvidas todo... Tengo que irme, Victoria.

Se extrañó por hablarle por el nombre. Ella estiró sus labios edificando un gesto animado y él se hincó para darle un beso en la frente. Quiso decirle que la amaba, pero eso la confundiría. La enfermera entró, ofreciendo disculpas porque ya era hora de una medicina de la anciana.

Steven caminó algo meditabundo por el pasillo y se dio cuenta que su garganta se había cerrado en un contorno doloroso. Bajó saliva varias veces, buscando alivio. Necesitaba respirar, tranquilizarse. Vio a Jackson del otro lado de la sala de espera, viendo la baldosa lustrosa debajo de sus pies.

Recordó lo que su madre le dijo, él había salido molesto y triste de su habitación. Quizá ella le dio a entender de alguna manera, que tampoco lo recordaba. Jackson tenía una expresión rota. Lucía devastado y levantó la mirada cuando sintió la presencia de alguien más.

—Creí que sí se acordaría de ti — Dijo su hermano con un tono de voz diferente al de los pasados días —. Porque siempre fuiste su favorito.

Se sostuvieron la mirada decaída. Los dos hermanos sabían lo que acababa de suceder en sus vidas: La mujer que les dio la vida, había olvidado que ellos existían. Él apretó los labios y avanzó hacia el otro sujeto, para darle un fuerte abrazo.

Quizá Jackson no tenía idea que él había firmado su divorcio justo la noche anterior, pero lloró, agarrándose con fuerza de sus brazos. Él también lo hizo, atascándose en un agarre largo y fuerte que, a pesar de que parecía que los estaba destruyendo, en realidad estaba curándolos.


UNA ROSA MARCHITA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora