Caía. Caía a una velocidad vertiginosa. Se movía en el aire intentando detener la caída, pero ya era demasiado tarde. Se acababa de poner el sol, y la oscuridad reinaba, inundandolo todo. El precipicio era alto, no se veía el fondo, sabía que iba a morir. Envuelto en un manto de misterio Saor brillaba con la luz de la mágica luna, y bajo las estrellas el espectáculo era memorable. Su pelo se movía por el aire y la velocidad de la caída, mientras bajo el el suelo se acercaba cada vez más. Inmóvil se preparo para morir, y sabiendo que había llegado su hora, cerró los ojos. Y cayó. Cayó sobre la gruesa capa de nieve, cayó y murió. Y su cuerpo inerte se quedó ahí, congelado bajo la escarcha, muerto, sin vida.