Gracias a todos por sus maravillosos comentarios. Y, en especial, gracias por tenerme paciencia.
Desde bien temprano por la mañana, la estación de metro número cinco de la línea Den-en-Toshi era un punto de gran concurrencia en el barrio de Setagaya, al suroeste de la capital. Todos los días, miles de transeúntes ingresaban a sus instalaciones subterráneas para trasladarse, la mayoría de ellos, a sus respectivos trabajos en el centro de Tokio.
Eran las 07:39, hora punta, y Retsuko aún no lograba abordar ninguno de los trenes que habían pasado desde que llegó a la estación. En la plataforma donde ella se encontraba, aquella que iba en dirección a Shibuya, la misma que solía tomar todos los días, de lunes a viernes, para llegar a su trabajo, estaba tan atestada de gente, que nada le aseguraba que conseguiría entrar, tampoco esta vez, en el siguiente transbordo.
"No. Tiene que ser en éste. No puedo llegar tarde" se dijo a sí misma con urgencia, mirando ansiosamente el reloj de su celular.
Cuando el tren que todos esperaban al fin llegó a la estación, se detuvo a lo largo del carril y abrió sus compuertas, la multitud formada en el andén empezó a moverse rápida y silenciosamente hacia el interior de los vagones, los que, por desgracia, no venían vacíos.
Retsuko, que luchaba por abrirse paso entre el tumulto de pasajeros o, más bien, que inútilmente pedía permiso para que le dejasen pasar, logró, de algún modo, ser arrastrada por la corriente y entrar a uno de los vagones. Una vez dentro, éste continuó llenándose hasta sobrepasar su capacidad máxima, todo gracias a la infatigable ayuda de los funcionarios del metro, que insistían en empujar más y más gente dentro del coche.
"¡Ya basta! ¿Qué no ven? ¡no hay más espacio! ¡No somos un montón de sardinas enlatadas!", pensó Retsuko en ese momento, con su rostro estampado en la espalda de alguien más.
De inmediato y como si sus palabras hubiesen sido escuchadas, sonó la señal de partida, las compuertas se cerraron y el tren rápidamente se puso en movimiento, dejando atrás la estación y desapareciendo en la intrincada red de túneles del área metropolitana.
Durante el viaje, el cual siempre se sentía más largo de lo que realmente era, Retsuko intentó mantener su mente ocupada mirando los anuncios adheridos a las paredes del coche. La mayoría eran carteles publicitarios, pero también estaban las típicas señales de seguridad para la prevención de accidentes.
"CUIDADO, SUJÉTESE" decía uno que a Retsuko le resultó de lo más ridículo, dada la situación. En primer lugar, no tenía cómo sujetarse; iban todos tan apretados que sus manos se hallaban atrapadas entre su cuerpo y el de otros pasajeros. Y en segundo, aunque las hubiese tenido libres, de todas formas no habría hecho falta sujetarse. Bien podía ella levantar ambas piernas y, aun así, no sufrir caída alguna. Y es que, por lo mismo, todos iban tan apretados que apenas había espacio para moverse, y mucho menos para perder el equilibrio.
Aburrida de mirar anuncios, Retsuko cerró los ojos e intentó relajarse, pero un molesto ruido perturbó su descanso. Al abrir los ojos, se encontró de frente con la boca de una mula, quien rumiaba haciendo mucho ruido, a pocos centímetros de su cara. Molesta, se volteó hacia el otro lado, pero entonces se topó con la nariz de un joven aardvark, cuya agitada respiración coincidía justamente sobre su rostro.
Con la sensación de haber vivido un episodio muy similar en el pasado, Retsuko volvió a girarse, y aunque esta vez nadie la molestó, sí se llevó una no muy agradable sorpresa cuando creyó ver a alguien conocido, a poca distancia de donde ella se encontraba.
"¿¡Re-Resasuke!?"
Esa fue su primera impresión, pero al mirar de nuevo, en seguida se dio cuenta de que no era él, sino un mapache que se le parecía muchísimo, mirando por la ventanilla del coche con la misma expresión de ausencia y despiste que alguna vez ella consideró tan atractiva.
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El Amor Cuenta (Descontinuada)
RomanceEl amor es como la contabilidad; tiene sus costos, pero también sus beneficios. Tras la ruptura con su novio, Retsuko recibe la inesperada confesión de quien menos se lo imagina. Temerosa de un nuevo fracaso, ¿valdrá la pena dar una segunda oportuni...