The east wind is coming and it's coming to get you.
Eran las dos y media de la madrugada y no lograba dormirme, los parpados me pesaban pero conciliar el sueño me estaba resultando, nuevamente, tarea imposible. Toda la casa estaba inundada de un silencio sepulcral y solo en ocasiones, se podía escuchar a lo lejos el sonido de un tren, dirigiéndose quién sabe dónde. Opté por sentarme en la cama y tomar mi móvil a modo de distracción y no forzar al sueño, dejar que me invadiera y me tomara desprevenida. No obstante, el dispositivo urgía por estar conectado a su cargador, por lo que luego de unos pocos segundos encendido, murió en mis manos.
Aún me dolía la cabeza, los ruidos de la agitada mañana laboral todavía resonaban en mis oídos, engrapadoras, impresoras escupiendo una hoja tras otra, teléfonos sonando constantemente y clientes hablando en un tono demasiado elevado, esperando ser oídos por encima de ese bullicio. Todo ese alboroto aun hacía eco en la parte trasera de mi cabeza y al apoyarme sobre la cabecera parecía que su volumen iba en crescendo. Cerré los ojos admitiendo mi derrota, aceptando que ese martes por la noche el insomnio me había vencido una vez más. Observé a mi alrededor, e incluso en la oscuridad podía notar que continuaba habiendo cajas, de todos los tamaños, abiertas, cerradas y a medio abrir, a modo de recordatorio de mi llegada a esta casa hace siete días.
Vivir sola era una nueva experiencia, una tarea que no resultaba tan fácil como esperaba, sin embargo podía apañármelas. No estaba acostumbrada a tanto silencio, a tantos espacios vacíos y paredes desnudas. Tengo siete hermanos y una madre que amaba tomarnos fotografías embarazosas, es por esto que la falta de risas y gritos en esta casa de dos pisos era algo nuevo para mí.
Por primera vez desde mi llegada, comencé a notar la penumbra que invadía este cuarto por las noches. Solo una tenue luz anaranjada, proveniente del único farol en la calle, se filtraba por una pequeña ventana, dejándome ver las diferentes sombras productos del juego que existía entre los árboles y el viento de un otoño que recién empezaba. El despertador marcaba las cinco y media de la mañana, es decir, de un momento a otro, quizás en un abrir y cerrar de ojos que me pareció completamente imperceptible, dos horas y media se esfumaron como si nada. Estaba por preguntarme por qué la alarma de las cinco no había emitido su típica musiquita, cuando en el medio de la quietud, la computadora portátil, uno de los pocos objetos que reposaba sobre mi escritorio, comenzó a emitir un pitido ensordecedor luego de encenderse de manera abrupta, sin que nadie presionara ningún botón. Fue tal el sobresalto, que después de tener que quitarle la batería para que dejara de chillar, enceguecida por la luz de la pantalla, aún podía sentir que los latidos de mi corazón habían aumentado su ritmo a tal punto que podía escucharlos como si vinieran de otro lado y no dentro de mí. No solía asustarme con facilidad, siempre me resguardaba en el hecho de que todo tiene una explicación y razón de ser. El inconveniente surgía cuando ese por qué no tenía respuesta; si la computadora había comenzado a sonar de esa forma, de seguro fue por el simple hecho de utilizarla hasta el hartazgo las 24hs del día, durante nueve años consecutivos. Trate de tranquilizarme, asumiendo que esa era la única razón y no había otra, sin embargo sentía que había algo distinto en el ambiente, un olor y una sensación que antes no estaba pero no pude indagar lo suficiente porque lo que sucedió a continuación me quitó el aliento.
La lámpara sobre mi cabeza comenzó a encenderse y apagarse al mismo tiempo que la luz de la calle se apagó por completo. Esto significaba que por momentos, cuando la única bombilla eléctrica de la habitación se extinguía, me dejaba a ciegas tanteando con las manos el lugar donde me encontraba. Mi pulso comenzó aumentar, no entendía lo que estaba sucediendo, quizás las instalaciones eléctricas eran demasiado antiguas, al igual que la casa, y por eso se producía esta especie de corto circuito por encima de mi cabeza. Si bien, busque tranquilizarme con una explicación razonable, sentía que esta vez había algo más, algo que escapaba de mis conocimientos, algo que no estaba a mi alcance y por eso no lograba comprenderlo en su totalidad. Salte sobre mis pies cuando la puerta de la habitación se abrió de par en par azotándose contra la pared, dejándome ver el pasillo que conectaba con la otra habitación. Era tal la oscuridad que parecía estar viendo la boca de un lobo. Continué observando, mirando el vacío, la negra nada frente a mis narices, y parada en el medio del cuarto, jamás me había sentido tan indefensa. Atiné a cerrar la puerta pero escuché un estallido a mis espaldas. Las ramas de los árboles se azotaban contra mi ventana violentamente, a tal punto que parecía que en cuestión de segundos el vidrio se iba a desquebrajar.
Poco a poco estaba amaneciendo, tan lentamente que deseaba para mis adentros que el sol se apresurara en salir, como si su luz a las siete u ocho de la mañana actuaría como protección de lo que fuese que estaba sucediendo. El miedo empezaba a hacerse notar, en un subidón de adrenalina mis piernas, que aun temblaban, estaban listas para salir corriendo, tomar mi mochila y huir, como si acaso tuviera dónde ir o alguien para resguardarme; estaba lejos de todo y de todos. Luego de ese pensamiento, lo que vino después sucedió demasiado rápido.
El farol de la calle volvió a encenderse y la vi. Una persona, o la silueta de lo que parecía una persona, mirando hacia mi dirección. Era tan oscura su forma que parecía no tener rostro mas podía sentir cómo me penetraba con sus ojos. Sin explicación alguna, el teléfono, que creía muerto, comenzó a sonar.
Deseaba que todo fuera una mala pesadilla, una horrible y muy mala pesadilla, incluso hasta ese preciso momento pensé que lo era, pero al colocar la mano sobre el cristal, sentí el frío del vidrio bajo las yemas de mis dedos y lo vi empañarse al respirar agitadamente cerca de él. No podía ser una pesadilla, esto estaba sucediendo aquí y ahora.
Tomé el teléfono y el nudo que tenía en el estómago ascendió hasta mi garganta, hasta las cuerdas vocales, que se desenredaron en el momento en que atendí el celular y pregunté ¿Quién es? Tuve que tomar el dispositivo con las dos manos, ya que el miedo se había apoderado de todo mi cuerpo y temblaba, de la misma manera que las hojas allí fuera, más aún cuando me percaté que una pequeña luz blanca asomaba de la silueta que estaba en la calle de enfrente. Esto significaba que quien estaba del otro lado de la línea era esa persona. Enton...
–Mierda. –inútilmente sacudí el bolígrafo tratando de revivirlo y que lo poco de tinta azul que todavía quedaba en él, me permitiera finalizar el párrafo. Observé el reloj de la computadora: dos y cuarto de la mañana. A medida que Tommy reclamaba por mi atención, ronroneando junto a mis pies, decidí que continuaría el capítulo mañana por la mañana, cuando un poco más de luz iluminara el cuarto. Si seguía esforzando mi vista de esta manera acabaría ciega.
Cuando observé hacia el corredor, la taza de té en mis manos se hizo trizas al caer al suelo, al igual que mi tranquilidad. Oscura, inmutable, y sin rostro, la silueta estaba parada frente a mí. Se me cortó la respiración e inmediatamente la garganta se me cerró. Fue en ese instante, cuando en el medio de la noche, el teléfono sonó.
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Relato a la luz de la noche
HorrorSe mudó a aquella casa hace una semana, tiempo suficiente para que cualquier cosa suceda.