05 - Olor amaderado

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Había mucho tráfico para ser la hora que era, las calles estaban concurridas a mas no poder. De un lado a otro iban y venían personas enfrascadas en sus propios asuntos, que la escuela, el trabajo, que el nieto enfermo y bla bla bla.

Cada persona parecía perdida en un mar de miseria diseñado a la medida exacta de cada individuo, no era nada lindo pensar que incluso él estaba dentro de ese gentío. Seguramente Miguel ya estaría en la escuela, tímido otra vez ante el ensamble de cuerdas punteadas (o eso le dijo la profesora). Aún no podía creer que su adorado primito fuera tan nervioso y falto de confianza ante la idea de empezar en un estilo nuevo, con compañeros distintos a cualquier apoyo antes dado, en ese lugar donde las críticas serían dolorosas y seguramente le harían dudar, pero estaba bien. Era la primera vez ¿Cómo no ponerse inquieto y achicopalado ante algo distinto?

Llegando a cierto punto bajó del autobús, miró la dirección que tenía apuntada en el pequeño trozo de papel y dirigió sus pasos por la avenida principal, intentando descifrar la calle correcta para su gran cometido.

De hecho quizás no fuera algo tan importante, y la verdad parecía que las advertencias de su mamá Chole sobre los extraños, o acerca de aceptar cosas a desconocidos le habían entrado por un oído para después salir por el otro.

"La curiosidad mató al gato" pensaba Marco extrañado ante el temor poco común en él, "pero murió sabiendo" se contestaba a sí mismo. Catrina era una desconocida, alguien que llegó fugaz dejando la mas terrible y hermosa impresión.

"Kimihiro Watanuki", ¡Al fin! Esa era la calle, restaba tan solo buscar el número uno que indicaba el punto de reunión con aquella mujer, porque a pesar de parecer una chica de dieciséis años a lo mucho, algo le decía que de niña solo tenía la cara.

Anduvo buscando unos trece minutos más, hasta que encontró el sitio decidido por ella. Definitivamente estaba loco, no podía creer que había caminado tanto, dejado de lado la escuela, engañado a su primo y todo para que el terreno estuviera baldío, sin mencionar que ni siquiera los grillos cantaban por ahí, no había rastro de ella, en efecto estaba solo.

Esperó y esperó, una hora, hora y media ¿De verdad valía la pena esperar tanto por una posible aventura? No, realmente no valía ni el esfuerzo ni el tiempo derrochado a lo estúpido.

Estuvo a punto de irse, pero sus piernas no respondieron. El ambiente fue inundado por una neblina tan oscura como densa, que olía como la misma desesperación. ¿La desesperación tenía olor?

De la Cruz creyó escuchar el aleteo de unos zopilotes a lo lejos, y entonces la vió.

Quiso correr hacia ella, sin embargo sus extremidades inferiores seguían tan paralizadas como la noche anterior. Una débil luz se encendió junto a ella iluminando parte de su fino rostro.

- No te muevas, mi niño- ¿Niño? Tal vez ella fuera mayor pero, él tampoco era un niño- podrías lastimarte.

Pétalos dorados hicieron un camino iluminando desde donde se encontraba la sublime figura femenina, hasta donde estaba parado un muy desconcertado Marco.

- Comprendo que tienes dudas corazón, pero creo que eso podría esperar un poco más- comentó ella con una voz serena que parecía provenir de ultratumba- ¿No lo crees así también?- ella sonrió mostrando los aperlados dientes.

- Vine por respuestas ¿Acaso olvidas eso dulzura?- contestó el moreno con dificultad al hablar.

- Marco de la Cruz, impaciente como siempre. Si lo que buscas son respuestas entonces hablaré primero sobre tí y luego quizá responda ciertos detalles preguntados oportunamente- susurró ella con una voz mas dulce, se acercó a él caminando despacio, hasta que la cercanía era incómoda. Aproximó su rostro suavemente, cortando así la distancia entre sus bocas y sellando un confuso momento para el mexicano- eres mío ahora.

Serenatas para el chinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora