Capitulo 3

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Justin despertó sin saber qué hora era. Normalmente despertaba cada mañana antes del amanecer. Aquel día, sin embargo, el sueño le nublaba la mente y una inhabitual pereza agarrotaba sus músculos. Algo suave despertó sus sentidos. Ella aún seguía en sus brazos.
En lugar de apartarse de inmediato, se quedó inmóvil, aspirando su aroma. Debería levantarse y ducharse, dejar claro que la aventura había terminado, pero no quería echarla aún de su lado.
Ella se movió cuando le acarició la espalda y sus manos descendieron por las curvas de sus caderas. Deseaba poseerla de nuevo. Una vez más. A pesar de las señales de alarma, le giró el cuerpo y se deslizó sobre ella mientras alargaba la mano en busca de otro preservativo.
La penetró en el instante en que los azules ojos se abrían somnolientos. Se hundió en su interior más lentamente, con más cuidado que la noche anterior. Quería saborear ese último encuentro.
—Buenos días —murmuró ella con una voz seductora que le hizo estremecerse.
____(tn) bostezó y se estiró como un gato mientras le rodeaba el cuello con sus brazos. Hermosa y suave, sus movimientos imitaron los de él en un dulce balanceo.
Si la noche anterior había sido una rugiente tormenta, aquella mañana era la suave lluvia.
Él le retiró los cabellos del rostro, incapaz de resistirse a la tentación de besarla una y otra vez. No conseguía saciarse. En su mente surgió la idea de que no quería que se marchara, pero la expulsó de su cabeza, decidido a no caer en una trampa emocional.
Había vivido demasiado tiempo sin ataduras para permitir que volviera a suceder.
Ella lo envolvió en su abrazo mientras él embestía y se retiraba. El ritmo era lento, destinado a prolongar el placer.
Cuando ya no hubo manera de retrasar el exquisito placer, los llevó a ambos a la cima, quedando jadeantes y temblorosos, abrazados el uno al otro.
Se quedaron inmóviles durante largo rato, él aún dentro de ella.
De repente, la realidad se impuso. Era de día. La velada había terminado.
Bruscamente, se echó a un lado, se levantó de la cama y buscó sus pantalones.
—Voy a ducharme —dijo secamente al ver que la mujer lo miraba.
Ella asintió mientras él entraba en el cuarto de baño con más pena que alivio. Diez minutos después volvió al dormitorio. Ella había desaparecido de la cama, de la habitación. De su vida.
Parecía, en efecto, que había entendido a la perfección las reglas del juego. Quizás demasiado bien. Por un instante se había permitido soñar con que quizás, sólo quizás, ella aún estuviera en la cama. Saciada del amor que él le había hecho. Saciada y suya

Una Aventura ClandestinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora