Crecer no es mi objetivo

33 4 4
                                    

Cuando te dije que deseaba crecer, era mentira.

Cuando te dije que no me importaba irme, era mentida.

Cuando te dije que no te olvidaría, era verdad.

El tiempo pasa Peter Pan y inevitablemente yo lo acompaño.
Cada noche espero junto a mi ventana abierta tu regreso.
Cada noche espero alguna señal que me pueda decir que estas ahí.

Cada día lo único que deseo es la noche para poder esperarte.
Pero hace tiempo que he dejado que la esperanza se consumiera.
Hace tiempo que no me emociono al escuchar tu nombre.
Y dudo, que mi ventana esté dispuesta a esperar más tiempo.
¡Peter acaso te tengo que recordar que fuiste tú el que dijiste que volverías!

No te veo llegar, claro que no. Estaba dispuesta a no crecer pero veo que tú no estabas tan seguro.

Peter hace tiempo que no eres el protagonista de mis dibujos ni de mis castigos.
Peter hace tiempo que no eres mis cosas bonitas para tranquilizar.
Las únicas hadas que he visto han sido la de los dibujos de mi compañera de pupitre y no se parecen en nada a Campanilla.
Garfio ha dejado de ser el malo del cuento. Lo sustituyo Historia.
Y el País de Nunca Jamás poco a poco se va convirtiendo en un recuerdo de niñez

Peter Pan

¿Vas a dejar que crezca?

Acabo de escribir la pregunta y dejo el bolígrafo en la mesa. Me sentía satisfecha por haberme deshecho de una gran preocupación pero me sentía mal por haberla tenido. Me levanto de la silla y me dirijo al tocador que me había obsequiado mi madre hacía ya una semana. Al verme en el espejo me sorprendo yo misma de mi reflejo.

Mi pelo seguía perfectamente arreglado en un moño de lado con mis rizos elegantemente colocados. Mi cara estaba ligeramente coloreada de un polvo blanco causando un brillo en él. Mis labios comúnmente de un tono rosado y sin una pizca de intrusos ahora estaban cubiertos de un tono rojizo potente pero elegante a la vista. Mis manos estaban vestidas con unos guantes de color verde aguamarina y mi cuerpo estaba metido en un vestido pomposo de tela con los hombros descubiertos de una talla menos. Recuerdo el grito de mi madre hacia mi padre sobre que no iba a ponerme un vestido de dos tallas menos, optando por el que tengo puesto. No puedo evitar compararme con una muñeca. Esas a las que vistes. A las que manipulas.

No me sentía yo. No me sentía nadie. Hacia menos de media hora que había estado en una gran fiesta de empresarios, la gente no había dejado de halagarme, bueno, halagar a mi padre sobre lo hermosa que era mientras él, orgulloso, las aceptaba y aprovechaba para hablar de negocios, mi señal de huida o no encaje. Me dolían los pies debido a las horas de baile con la posible mitad de hombres de negocios de aquella fiesta, asentir repetidamente a sus diversos comentarios y halagos, siempre con una sonrisa.

No me dejaban descansar, mi padre insistía en que bailara y mi madre no hacia más que mirarme con compasión durante unos segundos para luego sonreír y apoyarle. Sentía celos en esos momentos por mis hermanos: John y Michael, quienes no asistían por su corta edad. John solamente nos había acompañado una vez y había dejando a todos boquiabierto con sus conocimientos, subiendo más el orgullo de mi padre, aunque eso no fue motivo para poder rechazar algunos comentarios y bailes. Fue la primera vez que mi hermano me observó de manera distinta y en ese momento no lo entendí al igual que su decisión de no volver a otra reunión hasta su mayoría de edad. Ahora, parecía tener sentido.

En ese momento mi hermano no me veía con una sola emoción sino con muchas: tristeza, sorpresa, rabia, desesperación y, sobre todo, con una pizca de decepción. En ese momento mi hermano había visto la otra cara de la moneda, de mi moneda. Había visto a otra Wendy, no a la hermana entusiasta y aventurera que conocía y admiraba sino a la Wendy hermosa e impecable que solo asentía y daba la razón a los comentarios aunque no fueran correctos. La impecable esposa, no joven, la perfecta candidata para esposa.

Echaba de menos jugar con sus hermanos, las charlas al lado de la chimenea, los pequeños robos a la cocina a altas horas de la noche, etc. Ahora, a sus 16 años lo único que le habían dicho y repetido era:

Si quieres ser una buena mujer tienes que aprender a obedecer a una orden.

Y eso era lo que había estado haciendo los 4 años anteriores, en todo ese tiempo pensé que era lo correcto pero ahora mismo frente al espejo, empiezo a dudar sobre que hacía con mi vida.

Querido Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora