Patoland

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Era un día hermoso. El sol estaba en su máximo esplendor dando su luz hasta en los rincones más oscuro de la ciudad y los patos caminaban como siempre habían hecho. Cada familia en Patoland era feliz tal como eran. Algunos eran panaderos y se levantaban desde la madrugada estiraban sus alas y se preparaban para pasar trabajando hasta los primeros rayos del sol entre harina, huevos y azúcar. Otros eran grandes constructores de rascacielos, marchando con sus martillos, cascos y clavos alcanzando con metal y concreto la punta de las nubes, claramente haciendo pausas en sus labores cuando alguna patita coqueta pasaba al frente de ellos y no dejando pasar esa oportunidad, varias palabras poco educadas pero llenas de sensualidad y obscenidad salían de sus bocas mientras reían. Otros muchos marchaban a paso ligero a sus oficinas con trajes elegantes sin mirar más allá de las pantallas de sus celulares. Muchos de caras largas odiando sus trabajos mientras entraban en los autobuses, taxis, trenes que los llevaría a sus destinos, mirando de lejos los otros que tomaban sus vehículos y creaban grandes filas en las carreteras tratando cada uno de avanzar sin mayor resultado. Y así miles y miles de patos viviendo sus vidas día a día como siempre habían hecho.

Patoland era como cualquier otro lugar del mundo, con patos como en cualquier lugar del mundo, con problemas como en cualquier lugar del mundo, pero pronto llegaría cierta noticia que cambiaría mucho el estilo de vida de los patos de Patoland.

El alcalde de la ciudad, Plumífero Segundo, hijo del gran presidente que tuvo años atrás Patoland, Plumífero Primero, don Plu, como lo conocían todos en Patoland, llegaba a su oficina con su traje negro de los lunes. Saludaba con una sonrisa pícara a la sexy patita que tenía de secretaria con la cual había hecho algunos "viajes de negocios" a la playa como los llamaba él, o a la montaña o a cualquier lugar que podía escaparse, alejándose se su esposa e hijos.

―Señor Alcalde buenos días ―dijo la secretaria entrando a la oficina

―Buenos días Angélica ―dijo el alcalde llenando su cabeza de pensamientos lujuriosos recordando el fin de semana pasado―. ¿Cómo amaneciste hoy? Tienes unas plumas radiantes

―Ay señor alcalde que cosas dice ―dijo Angélica avergonzada.

―¿Qué tienes para mi hoy?

―Tiene reunión con los líderes de su partido a las diez. Dijeron que es muy importante para su futura candidatura a presidente ―Plumífero infló el pecho lleno de orgullo.

―Ya verás Angélica, yo cambiaré este país.

―¡Si lo creo señor alcalde! ―dijo emocionada

―¿Qué más?

―Bueno...―hizo una pausa. Sabía que esta no era una agradable noticia―. Tiene una reunión con algunos líderes del partido opositor pidiendo cuentas sobre el arreglo de la carretera frente a su casa

―¡Me lleva...! ―dijo Plumífero golpeando su escritorio y asustando a su secretaria―. Ya aparecieron ellos. Siempre es lo mismo. No lo dejan a uno trabajar en paz por el bien de la cuidad. Pero ya verán esos ―amenazó con el puño. Plumífero segundo sabía que ser hijo del más importante y amado presidente del país tenía sus bemoles. El pueblo creía en las cosas que hacía, por lo que decía él, progreso de la ciudad. Se sentía orgulloso de llevar en su sangre los genes de tan grande Pato. Pero no era algo que todos los Patos de Patoland tenían en alta estima. Muchos solo pensaban que era un corrupto patoriego como lo fue su padre―. ¿Algo más Angélica? ―dijo con más calma.

―No, nada más. Hoy no hay mucho en su agenda señor alcalde

―Está bien, entonces puedes marcharte. Creo que haré algunas llamadas antes de ir a la reunión del partido.

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⏰ Last updated: Oct 04, 2018 ⏰

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