Veintisiete

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Aproximadamente dos años después

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Aproximadamente dos años después.  

Una corriente de aire acondicionado lo alcanzó cuando presionó el botón. Su teléfono sonó al fondo del asiento trasero de su coche, se estiró para atraparlo y leyó el conocido número de Jenna en la pantalla. Deslizó el dedo para contestar.

Ella le manifestó su intención de quedarse esa noche en el apartamento, pero Steven le dijo un rotundo no. Se dirigía al cementerio y siempre que salía de allí, se quedaba unas horas en el bar para apostar y luego ver películas solo. Ese era el plan que tenía todos los últimos domingos de cada mes, no iba a cambiarlo.

La fila de lápidas se hizo ver cuando trepó la colina. El sol bañaba todo el campo verde que bordeaba la última morada de las almas. Respiró hondo cuando parqueó el auto. Esa vez no había llevado licor, sólo iría por unos minutos y vería las letras grabadas en la piedra, pero estaría en silencio.

Su reloj le indicaba las cinco y media de la tarde. Caminó hasta toparse con la conocida tumba y se metió las manos en los bolsillos. Observó la corta hierba salvaje que iba creciendo delicadamente a los costados. La rosa que solía encontrar en una pequeña vasija, estaba muerta. No sabía quién la dejaba allí, pero la encontraba a veces. Se dijo así mismo que iría a preguntarle al celador luego y entonces vio una sombra emerger detrás de él.

Su ex esposa se plantó paralelamente a él y le sonrió. Steven sabía que era inevitable huirle del todo al pasado, así que se guardó todas las maldiciones para cuando estuviera solo y sonrió con cortesía. Melany lucía diferente. 

El divorcio le sentó bien, pensó.

Ella tenía el cabello negro azabache y más corto, el color resaltaba sus ojos como dos poderosos huracanes que lo destrozaban todo; se inclinó y reemplazó la rosa marchita por una recién cortada. 

— Así que eres tú quien deja la rosa. —Concluyó él, cruzándose de brazos. Melany se encogió de hombros con una sonrisa.

—Sí, siento que tengo que traer algo. No vengo muy seguido —A ella, la voz de Steven le pareció extraña, como si la escuchara por primera vez — ¿Y tú, vienes con frecuencia?

— Sí, todos los fines de mes. —Se aclaró la garganta, evadiendo sus ojos —Tu cabello es negro...

Ella se rió.

— Sí, perdí una apuesta con mi hermana. Estaba segura que su bebé sería niño, pero es una niña y bueno, una apuesta es una deuda. 

—Eres tía entonces —Su comentario tuvo un deje interrogativo, Melany asintió con la cabeza y con dedos curiosos arrancó uno a uno los pocos pétalos de la rosa muerta —¿Y tus papás?

— Mi papá está muy bien, mamá tuvo un infarto hace unas semanas.

—¿Pero está bien?

—Murió.

Melany se escuchó triste. Él tragó saliva, contrarrestando su pesar y definitiva sorpresa. Ella se meció, inquieta y tal vez molesta de tocar el tema. Steven quiso cambiarlo, pero se tropezó con las palabras en su mente y dejó salir un bufido. Musitó un genuino "Lo siento" y ella edificó una pequeña sonrisa.

El tono de un teléfono perturbó el silencio, Melany rechazó una llamada y metió el aparato en el bolsillo de sus jeans. Puso detrás de su oreja un mechón de cabello y respiró hondo.

— Tengo que irme, están esperándome.  —Steven asintió, luciendo comprensivo y ella sonrió —Fue bueno verte, Stev.

Una vez ella estuvo a una distancia prudente, él levantó uno de los pétalos.

***

No lograba conciliar el sueño.

Se arrepintió de decirle a Jenna que no fuera. Por primera vez en meses, no había ido al bar después de ver la tumba de Patrick, no había bebido ni una gota de licor y ahora no podía dormir. Los fuertes truenos le indicaban que iba a llover hasta entrada la mañana.

Temprano había llamado a Adam, para descargarse un poco y le contó lo que había sucedido. Su mejor amigo sabía cómo funcionaban las cosas con respecto a su ex esposa y se limitó a escucharlo, sin hacer comentario alguno. No había sido suficiente hablar con él, la imagen de ella seguía imperturbable en su mente.  

Verla había despejado muchísimas de sus dudas internas, ahora sabía algo de lo que no tenía conocimiento hace unas semanas, cosas pequeñas que se había preguntado. Ella estaba bien, había ido con alguien a la ciudad. Ya habían pasado dos años, quizá había conocido a otra persona, intentó alegrarse por ella, pero falló.

Jenna no era el prototipo de mujer perfecta, tampoco se veía en una relación estable, pero le gustaba conversar con ella y por supuesto que dormir con ella también. Ella había aceptado su "relación casual" sin pretextos. Se gustaban y con eso los dos tenían suficiente.

Steven estaba listo para comenzar otra vez, pero quiso darle la razón a quien alguna vez dijo que el tiempo lo curaba todo, su matrimonio fallido era una cicatriz en su memoria. Muy dentro de sí, se negó a barrer las cenizas de lo que ardió alguna vez.

Y él lo sabía, era cierto aquello que había leído hacía años: El amor no se piensa, se siente o no se siente. Fue por eso que, a las dos de la mañana en la parte más fuerte de la tormenta cuando tocaron la puerta, Steven supo que era ella.

Melany estaba del otro lado del lumbral con el agua escurriéndose por su chaqueta, creando un pequeño charco a sus pies. Su cabello medio cubierto por la capucha, descansaba sobre sus hombros. Se sacudía ligeramente y su pálida piel parecía un lienzo bajo el agua fría. Los labios tenían una tonalidad violeta y estaban apenas entreabiertos.

Steven se recostó contra el marco y la miró. Bajo las largas pestañas femeninas, unos ojos azules eléctricos sólo podían reflejar algo: Arrepentimiento. Eso podía significar un millón de cosas subjetivas, pero lo que él más cerca estuvo de acertar, fue pensar que ella tenía lástima por el tiempo que habían dejado ir. Sin embargo, su pecho se agitó aliviado y terminó de abrir para dejarla pasar.

UNA ROSA MARCHITA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora