- Querida dama de la nostalgia, incesante apareces cada noche ante mí, trayendo contigo únicamente la desgracia, un fúnebre recordatorio de mis desdichas en tu manto negro acoges, una maldición sin escapatoria alguna, cual laberinto sin salida. ¿Qué obtienes proporcionándome tal sufrimiento? ¿Acaso te nutres de ello?
- Aún conservo las cartas que con tanto amor escribías, profesando aquél sentimiento que con seguridad me transportaba a las nubes, vestigios de tu perfume permanecen en cada una de ellas, olerlas representa una tortura. A pesar del tiempo transcurrido, no puedo desprenderme de ti, de tu alma, en ocasiones hasta puedo percibirla dentro de mí, acariciándome; entre sollozos me desvanezco en la lóbrega habitación.
- Esta es otra madrugada en la que despierto con nuestras fotos esparcidas en la que solía ser nuestra cama, el sonambulismo en su más pura esencia es el causante, anhela presionar constantemente mi herida. Fuiste mi amante, mi chica y mejor amiga, me complementabas en todo aspecto, media vida juntos compartiendo hasta el más mínimo detalle, imágenes de nuestro primer beso frente aquél hermoso lago, que con frecuencia visitabas al atardecer, pues decías que el brillo y color peculiar de el agua a esa hora, eran una combinación perfecta. ¡Basta! No deseo llorar de nuevo, necesito seguir adelante, pero mi fortaleza se ve quebrantada fácilmente tras cada parpadeo.
- Más horas permanezco en estado de somnolencia, que lúcido, las pastillas son una clase de anestésico, sin embargo, el dolor aparece ante mí horas después, al esfumarse mis etapas oníricas. Es bien cierto que si no dejas atrás el pasado, si no lo superas, este te persigue inexorablemente, hasta en los rincones más inhóspitos de tu existencia. Me dejaste, y no te culpo por ello, quizá el culpable fui yo al no cuidarte lo suficiente. Hace dos días me pareció haberte visto entre la multitud en la estación de trenes a la que acudo a menudo, para visitar a mis padres, mi alegría fue sustituida casi inmediatamente luego de haber caído en la dura realidad: ¡Tú ya no estás aquí!
- Llego a casa de mis familiares con los ojos vidriosos, estos se han cansado de recomendarme ayuda profesional, pero me niego rotundamente a dejarte ir. 2 días antes de tu accidente, aquél que te arrebató la vida, compré un anillo que te entregaría el día de tu cumpleaños, tuve que vender varias de mis pertenencias para poder obtenerlo, tan solo quería pasar el resto de mis días a tu lado, quería hacerte una propuesta que sin duda me permitiría vislumbrar por largo rato tu hermosa sonrisa.
- Han pasado 3 años, y aún desearía poder verte una vez más, que bajarás del paraíso y me dieras un último y cálido abrazo, por favor retorna a mí, hazme saber que lees mis notas, te necesito como al aire que respiro.
- Esta quizá sea la última carta que te escriba, será breve ya que mi esposa me espera en el auto, debemos comprar comida para la bebé en la casa, su abuela está cuidándola, su nombre es Elizabeth, apenas tiene 1 año de nacida, sacó mi carácter definitivamente. Sé que donde te encuentres, estás feliz de esta vida que llevo, de haber podido avanzar, se tornó engorroso durante unos cuantos años a decir verdad, pero finalmente hallé de nuevo la felicidad, te mando un fuerte abrazo, supongo que después de abandonar la carne, me uniré a ti en lo espiritual. Siempre te amé Mary, contigo comprendí el significado del amor, ahora es momento de dejarte ir, eternamente tuyo: Louis.
- Luego de haber abandonado el muelle y haber arrojado el anillo al lago que eran tan adorado para Mary como muestra de su amor, en aquél hermoso y tranquilo atardecer, este se dispuso a entrar en el coche junto a su esposa, mientras que una figura blanquecina se arrodillaba frente al lago, con lágrimas en sus ojos, presenciando como el sol se ocultaba entre las montañas, era hora de partir y lo sabía, observó el cielo, sonrió y emprendió un viaje desconocido hacia las alturas, a la par que repetía una y otra vez estas palabras, que resonaron en la inmensidad de las cristalinas aguas que esta mujer abandonaba y vislumbraba por última vez: ¡Gracias, Gracias Louis!