Capítulo 35

2.2K 263 7
                                    

Ni la melodía del piano podían de algún modo calmarme.
Desde que le pasó ese percance a Laura, ando investigando quien puedo hacerle algo así.
Y claro eran mis sospechas para llevarme hasta mi abuelo.
El sujeto que la agredió se ha culpado de todo, pero yo sé que alguien tuvo que pagarle.
Ese cierto interés que lleva mi abuelo por hacernos daño se va ir terminando.

Hoy me había reunido con Elena, ella es la mujer de Sebastián Satadell, uno de los más ricos empresarios del país. Tiene bastantes franquicias en distintos países. Al no poder reunirme con Sebastián para que me asesore en mi proyecto tuve que hacerlo con Elena.
Años atrás estuvimos saliendo juntos. Aquella relación no duró mucho, pues de mente no podía sacarme a Bianca.
En estos momentos, mantenemos buena amistad, aunque Elena se ve a leguas las intenciones que lleva conmigo. Y para su mala suerte, amo a mi esposa y no voy a encontrar en otra mujer lo que ella me ofrece.

Después de la reunión quedemos en cenar. Tenía miedo de la reacción de Laura. Pues por la manera de hablarme en la mañana, pensé que le iba a arrancar los pelos. Pero no.
Laura y Elena hablaron amistosamente como si se conocieran de toda la vida y eso terminó por preocuparme.

De nuevo rozo con mis dedos las teclas del piano. Comienzo a tocar, de algún modo quiero transmitir a través de las notas lo que llevo guardado.
Me siento afortunado porque por fin mi vida ha tomado otro rumbo.
Estoy felizmente casado con la mujer que amo y sin embargo, siento que nada es perfecto.
Cómo si un rayo fuera a caer en mitad de esta habitación y tocar de nuevo mi corazón.

Y así fue como alguien me mando unas fotos donde salía Laura con otro tío.
Me quedé frío de golpe. No podía creer que mi mujer me estuviera engañando. No, no podía ser. Laura no es esa clase de mujeres. Pero...¿Dónde habían salido estás fotos?

Llamé a Laura, pero no lo cogió. Volví a insistir pero no obtuve respuesta, lo que me hizo que mi sangre enervase.
Caminé de un lado a otro sintiendo como el veneno empezaba hacer efecto.
Cada vez que miraba las fotos más ira sentía dentro de mí.
Por lo cual cuando fui a recoger su coche al aparcamiento de la discoteca tras haberme informado cual era el lugar, sentía cada poro de mi piel quemarme.
Mil pensamientos cruzaban en mi mente y ninguno era bueno.
Tenía ganas de tenerla enfrente mío, de expresarle el odio que siento hacia ella.

Nada más verla, rechacé por primera vez a Laura. Estaba muy molesto con ella y mi enfado crecía por milésimas de segundos.
A pesar de estar demasiado enfadado, y querer dejarle las cosas claras a Laura, su mirada era sincera y transparente.
Me quedé fuera de lugar.
Ella me aseguraba que no había echo nada malo.

Tal vez estaba extralimitándome, aún así mi cuerpo se había dividido en dos, por un lado creía en la palabra de ella, y por otro lado desconfiaba de su palabra.
Solo la miré con dureza guardándome para mí las palabras. No quería provocar más conflicto con ella sin aver averiguado antes quien me ha mandado esas malditas fotos y quién diablos está detrás de todo este asunto.

No sabía si estaba furioso conmigo mismo, o por ser un imbécil. El caso que llamé a Héctor para que me ayudase.

— Héctor tardas más en arreglarte que las mujeres.

— Sabes que me gusta salir a la calle echo un pincel.

— ¡Oh! ¡Qué cool! Venga muévete rápido. Y deja de extenderte gomina por el tupé. Me tienes harto.

— ¡¡Jooo!! No me digas esas cosas con tanta ira, me vas hacer llorar y sabes que soy de lágrima fácil.

Pongo los ojos en blanco resoplando metiéndome las manos en los bolsillos pidiendo al señor que me dé paciencia para soportar a mi primo. Aunque en el fondo me hace reír aliviando de algún modo el enfado que tenía antes de verlo.

QUERER, NO ES OBLIGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora