EVERY BREATH YOU TAKE

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Para Steve, comprender a Tony suponía un desafío aún mayor que el más complicado enfrentamiento contra Hydra. Cuando al fin creía haber entendido su carácter, Tony hacía algo que ponía todo su razonamiento patas arriba.

Tony alardeaba de ser más inteligente que los demás sin medir sus palabras, siendo un completo arrogante, pero momentos después era capaz de enseñar con la paciencia del mejor de los mentores a cualquiera que tuviera una duda.

Podías pedirle una reunión a Tony para solucionar un problema y que él te dejara tirado simplemente porque le apetecía. Para cinco minutos después descubrir que se le había ocurrido una idea estrafalaria que podía hacer desaparecer tu problema como si jamás hubiera existido y que no podía despegarse de su mesa de trabajo envuelto en el frenesí.

Y había muchos más momentos... Como ese preciso instante, en realidad. Porque, ¿qué hacía el perezoso y apático Tony Stark cocinando a las tres de la mañana?

Steve iba de camino al gimnasio. Tomó la decisión después de darse cuenta que se avecinaba otra previsible noche de frustraste insomnio. Steve detestaba quedarse parado sin hacer nada, así que se preparó para una buena sesión de ejercicio cuando se quedó a medio camino de su destino, escuchando a través de los pasillos la música resonando por las paredes como un suave eco. La siguió y acabó en la entrada de la cocina del penthouse de la Torre Stark, viendo a Tony mezclando harina con batido de chocolate y tarareando la melodía de la canción que sonaba.

—¿Se puede saber qué estás haciendo a estas horas? —preguntó Steve, aún en la oscuridad del pasillo.

Pese a la música, su voz se escuchó clara. Tony se sobresaltó y le dirigió una mirada al descubrir que no estaba solo, pero no paró con la faena.

—Vaya capi, ¿tú tampoco puedes dormir?

Algo en el tono cantarín de Tony llamó la atención de Steve y solo necesitó acercarse dos pasos más para que apreciara el obvio perfume a alcohol, atenuado apenas por el polvillo de la harina.

—Eso no responde a mi pregunta.

—Tampoco a la mía.

Steve suspiró, cruzándose de brazos.

—No, no podía dormir.

—Fíjate, yo tampoco. Y no hay nada mejor que unas rosquillas de chocolate para amenizar el insomnio.

—Siempre has tenido una devoción particular por los dulces, ¿pero desde cuando los cocinas tú?

—Pasa de cuando en cuando. Efecto secundario del vino afrutado que me regala Pepper. Por eso siempre bebo whisky, pero esta vez era lo que tenía más a mano.

Steve apreció las orejas rojas de Tony, tan rojas como estaba la punta de su nariz, haciéndole parecer un curioso elfo borracho. Casi le recordó a los actores que se vestían de elfos en Navidad, dando pequeños saltitos, cantando canciones y ofreciendo dulces por la abarrotadas calles de Nueva York.

Tony, ajeno a las cavilaciones de Steve, sacó la masa del bol y empezó a amasarla.

—Ey, grandote, ayúdame con esto. Aprovechemos tus brazotes para algo distinto a repartir puñetazos.

—No es como si usara mis brazos solo para eso —dijo Steve, descruzándolos y dirigiéndose a la encimera para amasar.

Aunque no le gustara que Tony fuera dándole órdenes de aquella manera, disfrutaba siempre que estaba en una cocina.

—Sí, sí, lo sé, también necesito tus mañas culinarias, no te preocupes.

Ante el tono usado por Tony, Steve frunció el ceño, pero la atontada sonrisa borracha de Tony fue suficiente como para que Steve lo dejara pasar y siguiera con el trabajo.

Every breath you takeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora