Elimina el veneno

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Mis ojos conectaban con la pared del techo casi a oscuras dentro de mi habitación. En una esquina, una pequeña mancha de polvo en forma circular me resultaba terriblemente nostálgica para ser sólo el rastro de polvo que había dejado el impacto de una pelota de voleibol algún tiempo atrás.

Me encontraba recostada sobre la cálida alfombra rojiza en el piso mientras mis dedos tocaban débilmente la textura metálica de un brazalete bastante reconocible para mí. Álex me lo había obsequiado mientras estuvimos en su casa una tarde como esa, casi a oscuras.

Las luces de los faros de la calle entraban sutilmente por la ventana del pasadizo. El frío era horriblemente indescriptible, tanto que ya no sentía las rodillas ni los tobillos a pesar de haber tenido puestos pantalones abrigadores. Me abrazaba las piernas antes de que unas manos más grandes tomaran las mías, puesto que no me había dado cuenta de que empezaba a tiritar. Una mancha circular de tierra seca en el techo llamó mi atención cuando levanté la cabeza para mirar el enorme ventanal a mi lado, por donde el viento aun lograba entrar por las pequeñas rendijas y era el cruel causante de mis escalofríos.

-Si nos encuentran juro que no voy a volver a verte.

Advertí en susurro con la adrenalina recorriendo mi interior mientras Álex no dejaba de apretar mis manos dentro de las suyas, haciendo el mayor de sus esfuerzos por encoger su cuerpo para que ambos cabieramos entre las columnas de la ventana. Sus finos labios se curvaron en una genuina sonrisa y contemplé su boca cuando habló a continuación.

-Entonces vas a tener que lidiar conmigo por el resto de tu vida.

Lo miré a los ojos, azules grisáceos que cada día me causaban más encanto, pero antes de que yo pudiese hablar de nuevo, en un movimiento rápido se puso de pie y tiró de mi mano para echar a correr.

Detrás de él, corrí de puntillas lo más rápido y menos ruidoso posible para mis zapatos hasta que logramos cruzar el largo pasadizo de madera y llegamos a las escaleras aprovechando que sus padres se habían dirigido a la cocina a organizar las compras que acababan de hacer del supermercado. Bajamos los escalones con prisa y sin intención de detenernos, puesto que en cualquier instante alguno de ellos podía volver. Pero de un momento a otro, el cuerpo de Álex se tensó tal cual roca pesada y se detuvo en seco, obligándome al instante a retroceder. Mis rodillas flaquearon y estuve a punto de estrellar mi cabeza contra la suya. Desencajada cerré la boca para evitar soltar una palabrota en voz alta, pero mi confusión por aquella acción desprevenida no se prolongó por mucho tiempo cuando oí voces en tono de discusión desde la cocina.

Analicé con rapidez la actitud de Álex, la forma de su espalda me hizo saber que su pecho estaba contraído, el débil movimiento de sus hombros que su respiración era dificultosa y pude intuir con precisión que traía la mandíbula apretada.

Apreté su hombro con los dedos, temerosa al mismo tiempo por los estruendosos gritos que se oían. No era la primera vez que sus padres discutían, Álex decía que su papá era un hombre muy impulsivo y su madre una mujer muy testaruda. Aquella fusión era talves la razón por la que sus problemas eran constantes, pero muy por el contrario a acostumbrarse de alguna forma, Álex parecía aumentar su nivel de preocupación e intolerancia cada vez que sus padres tenían un nuevo enfrentamiento.

Los minutos pasaron y a pesar de lo que estaba sucediendo no supe si recordarle que teníamos que continuar o respetar su conmoción. Entonces, como si hubiera leído mi mente, el muchacho de cabello rizado apretó con más firmeza mi mano y nos condujo al término de los escalones.

Álex abrió la puerta con prisa pero con preciso cuidado por no hacer algún ruido. Afuera había comenzado a llover, gotas enormes rebotaron en mi cabeza y charcos de agua se habían formado en el jardín de su casa. Sentía que el frío me calaba los huesos mientras pisaba con cuidado la acera resbalosa, cuando los fríos dedos de Álex encerraron mi muñeca y me giré al tiempo en que él me abrazó. Sus brazos rodearon mi espalda y yo lo acerqué a mi misma lo más cerca que pudieron mis delgaduchos brazos. Permanecimos sintiendo la respiración del otro por menos de un minuto pues el abrazo se vió ligeramente interrumpido cuando una de sus manos se soltó para buscar algo en el bolsillo de su pantalón y terminó sacando un objeto brillante de color plateado. Un brazalete. Cogió mi muñeca y sin decir una sola palabra me la colocó con delicadeza, me miró a los ojos por un breve instante con una expresión que no pude descifrar, pero que no estaba muy alejada de la tristeza, y luego me dió un largo beso en la frente.

Después de eso se fue devuelta a su casa.

Muchas veces me había preguntado si existía alguna razón por la que él había cambiado tanto, pero después de incansables intentos por convertir un defecto en algo diminutamente positivo mi mente me repetía que eso era sólo una excusa para justificar todo lo que había pasado, algo que yo quería creer, pero que en realidad era inexistente.

Sus duras palabras no dejaban de resonar en mi cabeza y no entendía el por qué. Qué era lo que yo le había hecho para que anduviera como un fantasma sólo para recordarme cada vez que pudiera que todavía me quedaba algún sentimiento por él. Era una pregunta que ya me había hecho desde bastante tiempo atrás, pero que en realidad ya no sabía.

Apreté fuertemente la pulsera entre mis dedos tratando de separar el metal, pero este era tan resistente que no me fue posible destruirlo sólo con los dedos. Sentí calor en el rostro y mis ojos se empañaron en cuestión de segundos, me incorporé de un golpe y las lágrimas bajaron incesantes por mis mejillas de la misma manera. No conseguía destruir aquel objeto y en desesperación o frustración, mis dientes tomaron el trabajo de mis ya enrojecidas yemas de los dedos, hasta que de un último tirón con más fuerza de la que creí que podía utilizar se rompió un pedazo. Pero cuando ya ni mis dedos ni mis dientes pudieron más, terminé lanzando todo hacia el escritorio sin haberme imaginado que la furia con la que lo haría provocaría que se estrellara contra un pequeño adorno de cristal y que este se hiciera añicos en el piso.

Agobiada, un doloroso nudo en la garganta provocó que mi pecho doliera como nunca antes. Así que sin poder contenerme un segundo más me abracé las piernas, clavé las rodillas en mis ojos y dejé salir todo lo que llevaba conmigo.

Sentía un horrible veneno hirviendo dentro, pero muy difícil de expulsar por completo.

-¡Megan!

Oí la voz de mi madre llamándome desde el piso de abajo. De prisa, me aclaré la garganta lo más que pude y le avisé que bajaría en seguida.

Me sequé el rostro con el dorso de la mano y me acerqué a recoger el desastre que había ocasionado. Cogí cada pedazo de cristal con las manos sin siquiera pensar en si podría lastimarme. Incontables veces mi madre me había repetido que no lo hiciera, pero incontables veces lo había hecho sin hacerme daño.

Me dirigí al baño para lavarme el rostro pero después de secarme se hizo inevitable no quedarme por breves segundos mirándome al espejo pensando en que el rojo de mis ojos no iba a desaparecer tan rápido. Aún así, avancé hacia la salida y tomé la perilla de la puerta. Pero como si aquellos pedazos de metal tuviesen vida, los miré por una última vez sobre mis hombros con resentimiento.


 Pero como si aquellos pedazos de metal tuviesen vida, los miré por una última vez sobre mis hombros con resentimiento

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Todos deberíamos deshacernos del veneno.


Voten y comenten, en serio esas pequeñas cosas me hacen muy feliz. ¡Nos leemos pronto!♥

Cuando caiga la luna. (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora