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... en cada acto, el bien y el mal danzaban como una pareja de amantes.



«— ¿Te has arrepentido alguna vez?

— Nunca, en ninguna de nuestras vidas...»

Su primer encuentro sin armas en mano fue en un lago cercano al Bosque de los Susurros, y casi como una sentencia, su relación creció en silencio y a la distancia, con respiros temerosos y caricias efímeras e irreales.

YongGuk caminaba por el bosque recolectando las armas esparcidas entre los árboles, sus ramas y sus raíces, cuando un chillido infantil rompió el silencio perenne, llamando su atención, y lo distrajo de su tarea. Con pasos sigilosos, escondió su cuerpo entre el follaje y se arrastró lentamente hasta estar de cara al lago, donde un niño humano jugaba con una bandada de patos que intentaban morderle las piernas y los brazos. YongGuk permaneció entre los arbustos deslumbrado por la inocencia que irradiaba el humano y la escena en sí, ya que este les hablaba y jugaba con los pequeños patos como si fueran sus amigos y tuvieran la capacidad de entenderle.

Repentinamente, uno de los animales se separó del grupo y corrió graciosamente hasta donde el ángel se ocultaba en silencio. El humano, con unos graciosos cabellos rubios sobre la cabeza, del mismo tono amarillento sucio de las aves y YongGuk podría haber jurado que sería igual de suave, persiguió al animal con una sonrisa en su honesto rostro. Fue cuando el humano abrió los ojos desmesuradamente e intentó alejarse, golpeando al pequeño animal en el camino, que el ángel se percató, no solo de la cercanía entre sus cuerpos, sino que también de que el humano podía verlo perfectamente oculto entre las hojas.

Los cabellos rubios se alborotaron con los violentos movimientos del niño al tiempo que el pequeño pato soltaba chillidos agónicos.

YongGuk ignoró el temor del menor, tomó al animal entre sus toscas y cicatrizadas manos, y con un leve susurró, curó su pata fracturada.

Segundos después, el pato volvió al humano e intentó fervientemente morderle la mano hasta conseguirlo y lograr que un hilo de sangre carmesí le brotara del dedo pulgar. Reconociendo las habilidades curativas del ángel, el humano, que debía estar en la etapa de la adolescencia a contar por su altura y la constitución de su cuerpo, se acercó a YongGuk y le mostró su herida con una mueca de inocencia que el ángel podría jurar no existía en el mundo. Sin dudarlo un segundo, YongGuk acarició la piel humana con delicadeza y curó la herida, utilizando todas sus fuerzas en evitar lamer la herida y beber la sangre que olía tan dulce como el humano se veía. Pero su recompensa fue mayor que un acto de abuso vampírico, ya que en forma de agradecimiento, el humano le mostró la vista más maravillosa que YongGuk pudo haber contemplado en su interminable existencia: una sonrisa avergonzada acompañada de un intenso pestañeo.

Los días siguientes pasaron con lentitud y nostálgica paz y, cada vez que YongGuk volvía al lago, se encontraba al humano jugando con algún animal. A veces eran patos, otras eran pequeños sapos que se perdían de sus estanques y terminaban ahí; otras eran garzas, gatos silvestres o pequeños perros que buscaban hidratarse.

Al principio, el humano ignoraba completamente la presencia del ángel, pero al ver que este era tan bien recibido por sus amigos silvestres, comenzó a imitarlos hasta que fue capaz de decirle un par de palabras sin trabarse en el intento.

A veces, solo se trataba de saludos, simples y llanos, movimientos de cabeza o gestos con la manos, escasamente alguna palabra. Pero con el tiempo, el humano desarrolló una suerte de confianza ciega hacia el ángel, por lo que sin darse cuenta había pasado de saludos precarios y burlas animalescas a contarle sobre su vida.

Al filo de la eternidad [B.A.P]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora