Corpses in the Sea

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Eran las nueve de la noche, las nueve en punto, enseguida fueron las nueve y un segundo, sin embargo, ella nunca llegó a las nueve, en realidad, nunca llegó.

Salí a la calle, comencé a caminar hacia el puerto, la lluvia caía sin cesar, al mirar al cielo, solamente había oscuridad, el agua era como gotas de vida que arrojaba la muerte, manteniéndonos vivos por diversión.

Al pisar mal, caí hacia delante, no me sentía lo suficientemente lleno como para amortiguar la caída, ni si quiera puse las manos, no tenía energía. Estuve boca abajo durante unos segundos, me encontraba en el bordillo de la acera, contemplando mis ojos en un charco de la carretera, poniéndome en pie lentamente.

Un auto pasó por mi lado y, tristemente, el charco cambió de estar en la carretera a estar encima mía. *De todas formas, iba a acabar empapado tarde o temprano*

Cuando por fin estuve erguido, jorobé la espalda y continué con mi fúnebre marcha. La gente me observaba, la que pasaba acompañada, la que iba sola, la que lo hacía a través de la ventanilla del coche y la que estaba bajo el paraguas.

Era el que más despacio daba sus pasos, a pesar de pensar que debía ser el que más rápido debería ir.

Crucé unos bastos montones de tierra que se disponían al lado de la carretera principal, lo hacía desganado, lo hice siendo consciente de que cada montañita que dejaba atrás significaba que ya me encontraba delante de ellas.

Visualicé el mar, entreví el puerto, eché en falta el barco.

La multitud ladraba ante el responsable del lugar, este les ofreció sus condolencias, un rostro de pena y una pequeña cantidad de dinero que no calmó ni al más influenciable de esos ruidosos perros.

Di media vuelta, establecí el amplio y denso océano como mi único destino, no había nada que me detuviera, ¿acaso no era libre? Podía hacer lo que quería, aunque solo tuviera dos simples y sencillas opciones.

Decidí no aceptarlo, pero a la vez decidí compartir el final.

Corrí, con revoltosas lágrimas acariciando mis mejillas, cuanto más me metía en el agua, más pausado iba, más costoso se me hacía avanzar, hasta que llegó un momento el que mis pies se despegaron de la tierra, un momento el que ya no pude correr más.

No pude hacer nada por ti, así que hice que no pudiera hacer nada por mí mismo también.

Fue una pena que nuestros corazones se hundieran en el mar, preferiría que me lo hubieses roto a cambio de que el tuyo saliera a flote.

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