El desierto de Carmelia se extendía más allá de lo que se podía observar. Un viejo modelo de girocicleta transitaba por el paisaje caluroso y reseco, algo extraño de ver fuera de Veampour. Su conductor se mantenía vigilante, concentrándose en la conducción a la vez que en lo que le rodeaba. Iba cubierto con una capucha oscura para protegerse del inclemente sol, que aunque era avanzada la tarde, aún quemaba cual horno; lucía unas gafas protectoras –nada peor que la arena en los ojos–, y llevaba en las manos unos guantes de piel, de alguna bestia quizá, aunque por lo barato seguramente eran sintéticos. Del tubo de escape del vehículo salía un vapor blancuzco, como en el resto de vehículos y maquinaria.
Aquel desierto que dividía a las potencias era sumamente inmenso, de algunos miles de kilómetros. Casi parecía artificial por la conveniencia de ser el obstáculo –y un vertedero en el que no se arrojaba basura como tal– entre dos poderes. Ese pensamiento jamás abandonó su mente, sin embargo no lo consideraba demasiado; después de todo, con un trabajo como el suyo, perder la concentración podía significar la muerte en un parpadeo, y más aún si iba conduciendo.
El desierto se hallaba habitado por cierta cantidad de bestias que no se veían en ningún otro sitio, bien porque las potencias tenían sus respectivas fortificaciones y defensas, bien porque eran únicas del sitio. Fuera como fuese, había que mantener cierto control sobre las mismas. Al menos eso le habían dicho. Ya había acabado con una gran cantidad de ellas, impresionante debido a la edad que tenía en ese momento, cuando se le acercaron por primera vez con una solicitud de exterminio, además de la mitad de lo que resultó en una gran compensación. La bestia no fue difícil de encontrar, menos de matar, ya había acabado con varias –y gratis– algunas veces cuando iba de regreso a su antigua casa, mas no iba a decírselos. Eso fue solo el inicio de lo que algunos podrían llamar una “carrera”. Se había convertido en un cazador de monstruos a sueldo, un cazarrecompensas.
Tan solo unos minutos atrás iba de regreso a su escondite por el final del día cuando recibió una llamada, requiriendo sus servicios. El brillo verdusco característico de las llamadas se posó en su oreja, que presionó con la mano para contestar. Sin duda la magia de comunicación era algo sumamente útil, aunque muchos lo consideraban el peor avance en el campo; esas personas que odian que las molesten, aunque eventualmente se volvió algo indispensable hasta para ellos.
En la llamada, como en todas las que conllevaban una orden de exterminio –cuando aceptó hacer la primera, dejó de ser solicitud y se volvió orden–, una voz monótona le explicó el contenido, ergo, qué era lo que querían que matara y la ganancia de la misma antes de colgar súbitamente. En ese caso era un Shkarpa, algo muy parecido a un tiburón que nada en la arena pero diez veces más grande según los esqueletos que se habían encontrado. Eran una raza solitaria, como muchas de las que vivían en el desierto; era muy extraño que hubiese más de dos juntos del mismo género y que no intentaran matarse, e incluso los de distinto sexo lo intentaban una vez que el apareamiento había terminado. De hallarse dos juntos vivos, sería uno de esos extraños momentos en los que, de alguna forma, se hubiesen puesto de acuerdo en cazar juntos una presa peligrosa.
Justo después de terminada la llamada, otra surgió, colocándose un nuevo brillo sobre su oreja. Esta vez no era una voz monótona, sino animada y claramente femenina. De inmediato supo de quien se trataba.
—¿Hola, hola? ¡¿Destry!? ¡¿Me escuchas?! —resonó en su oído, provocándole una leve molestia.
—Fuerte y claro en exceso, Lis. No tienes porqué gritar, el sonido de esto es muy bueno. Y no me llames Destry. Es Destrius, carajo.
—Si tú puedes llamarme Lis, yo puedo llamarte Destry, ¿o lo has olvidado? —refunfuñó la chica—. No me acostumbro del todo a este sistema. Aún puedo sentir el auricular en mi oreja, como si fuera un fantasma.
ESTÁS LEYENDO
Vapor Y Magia (Beta)
FantasyDos superpotencias diferentes entre sí: una cuya base es la tecnología, y la otra con fuertes lazos con la magia. Y entre ellas, un enorme desierto que las divide, hogar de bestias salvajes y donde basura es arrojada, sin ser precisamente desechos. ...