Volví, creo, sólo por hoy.

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Estar deprimido no es llorar, ni gritar, tampoco sollozar.

La depresión no se mide por lágrimas derramadas o por gargantas cerradas.

Cuando se está deprimido, la comida es todo lo que se desea, o lo único que se desprecia. De pronto, ducharse, hablar, vestirse o cepillarse es un lujo que no se puede costear.

Cuando se está deprimido, la vida se ve vacía, como si alguien hubiese llegado a tomar todo lo que tenías, y todo se lo hubiese llevado, dejándote en una soledad opaca.

O como si al que se hubiese llevado fuese a ti, y te encerrase en una vitrina, donde puedes ver cómo el mundo pasa, como tu vida transcurre y como todos siguen adelante, pero tú estás atrapado, viendo todo desde afuera, estás sintiendo dolor de la forma más desgarradora, porque todo lo que alguna vez tuviste sigue ahí, pero ya no es tuyo, es de alguien que ocupa tu cuerpo y te carcome el corazón.

Estar deprimido también puede ser estar vacío. Puede ser reír y sonreír hasta que los pensamientos llegan y aplastan esa alegría, puede ser no pensar, hasta que debas hacerlo.

Es cuando tu mamá te abraza, y tú papá te sonríe, y tus amigos ríen contigo, y todos están apoyándote. Pero tú sigues sintiéndote como un externo, como alguien que bien podría no estar, hasta que, eventualmente, eres alguien que no debería estar.

Quizá sea egoísta querer sentirse con tal importancia que la escena no sería la misma si tú no estás. Pero, ¿no es eso algo que todo ser humano quiere? ¿Ser querido, ser requerido, ser amado?

Estar deprimido puede ser ruido, llanto, color azul llenando el alma; pero también puede ser silencio, miradas perdidas y oscuridad vacía. Estar deprimido es sentir que algo no está bien, y que ese algo eres tú.

Estar deprimido es no querer que nadie te note, pero odiar el sentimiento de que nadie te nota, y que aquellos que te notan te odian, y que quien más te odia eres tú mismo.

Y lo único que importa es llegar al final del día.

Para poder dormir.

Y descansar.

Y olvidar.

Por eso muchos preferimos no salir de la cama en lo absoluto.

Para nunca dejar de dormir.

Ni de descansar.

Ni de olvidar.

Olvidar qué hay un mundo afuera, esperándonos. Odiándonos. Listo para destruirnos.

Porque la depresión se siente como estar ahogándose en dolor, dolor, dolor.

Dolor que no se va.

Y nos envuelve.

Y nos controla.

Y no tener la fuerza para combatirlo, defendernos ni de que nos importe.

Porque solamente queremos dormir.

Y descansar.

Y olvidar.

Olvidar que alguna vez fue distinto. Que alguna vez no necesitábamos terapia, ni medicinas, ni psiquiatras. Olvidar que el dolor nunca se irá, y que si se va dejará culpa, y nadie nos regresará los momentos desaprovechados, los amigos olvidados, las lágrimas derramadas, las oportunidades perdidas.

La depresión se alimenta de todo lo que alguna vez disfrutaste, y te deja con un corazón roto y un alma seca, habitando un cuerpo olvidado en un cuarto desordenado.

Solo cuando más necesitas de alguien.

Sin poder pedir ayuda cuando más desolado te ves.

Vulnerable cuando más fuerza requieres.

Perdón a todos, porque los alejé.

Perdón a todos, porque me fui.

Perdón a aquellos que lastimé con mi partida.

Perdón a aquellos a quienes decepcioné, porque les prometí encontrar una salida.

Perdón a todos, porque estoy jodida, y dolida, y soy una decepción.

Pero, sobretodo, perdón a mí, porque un final feliz es lo único que me debía.

Psicoanálisis de una mente deprimida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora