Capítulo 11

655 19 17
                                    

Lectores, lamento haber tardado aproximadamente 6 meses en subir un capítulo. Es que mi vida ha ido cambiando y no me había adaptado totalmente. Este capítulo me ha tomado mucho tiempo de perfeccionar, a decir verdad. Se puede decir que va a tener una repercusión en el resto de la historia. He escrito mil y una historias diferentes en este capítulo, hasta quedar satisfecho. Y volviendo al tema del tiempo que me tomó, recuerden el dicho popular... "Mejor tarde que nunca". Creo que ese "tarde" llegó... Tarde. Pero el espiritú navideño me invadió y creí que sería una buena oportunidad de publicar esto. Espero que les guste. Y si no les gusta, espero que tengan un buen día :D
Los amo con todo. Aún sin conocerlos.
¡FELIZ NAVIDAD!
Octavio.
----------------------------------------------

CAPÍTULO 11

Apenas puse un pie en la escuela, un séquito de gente me rodeó. Bueno, no apenas puse un pie en la escuela. Más bien, cuando entré en mi aula. Y bueno, no un séquito de gente. Más bien, unas veinte personas. Todos gritaban al mismo tiempo. No entendía nada. Alice estaba tratando de abrirse paso entre la multitud. (Vaya multitud de veinte personas). Finalmente, tacleó a un par de muchachos y se me acercó.
-¡Hey! ¡Hey! Es mi mejor amiga y me contará a mi primero -alegó, con los brazos en alto, para silenciar a los apestosos adolescentes.
Me agarró del brazo y me llevó al pasillo.
-¿Qué pasa, Alice? -pregunté, crédula.
-Todos lo saben -dijo, con cierto tono de emoción en la voz-. ¿Porqué no me dijiste? ¿Qué?, ¿ahora no te gusta Ned?
-Todos lo saben -repetí, buscando en mis ideas-. ¿El qué?
Alice volteó. Vio que por el pasillo de abajo se acercaba el profesor de inglés. Me tomó del brazo y me jaló, para que fuéramos a la cafetería. Llegamos ahí y continuó con la conversación.
-Que besaste a Camilo.
-¿Qué? -le pregunté, muy enfadada.
-Sí, lo tuiteó.
-¿Sigues a Camilo en Twitter?
-Por mucho que lo odies, no puedes negar que sus tuits son buenos -tomó su teléfono y empezó a buscar. Una vez en Twitter, tecleó @CamiloMan11. Solté una risita por su nombre de usuario. Era muy infantil. Alice buscó entre lo que publicaba CamiloMan11 y finalmente encontró un tuit, bastante simple.

"-Oye, tu amiga esa es bien facilota.
-¿Qué? Pero es monja.
-Me habían dicho que era una zorra inmunda.
-¡SOR RAIMUNDA! ¡SOR RAIMUNDA!".

Era una publicación bastante estúpida. Incluso me molestó. Me sorprendió la cantidad de favoritos que tenía, cerca de 600 y más de 1700 retuits. Sin embargo, Alice soltó una risita.
-Bueno, volviendo al tema. ¿Qué fue lo que dijo?
Alice siguió buscando en su celular. Finalmente, encontró lo que buscaba. Me tendió su teléfono.
"Liza, tus besos son casi tan perfectos como tú. Lástima que tengas novio. No sabes lo que te pierdes".
598 favoritos y 1342 retuits.
Lo leí varias veces para serciorarme de que no me equivocaba. Lamentablemente, eso era lo que en realidad decía. ¡Ese chico era una total y completa farsa!
-Es mentira, Alice. Yo no lo besé. El me besó a mi. Y llegaron sus amigos. Luego, me insultó y después me cacheteó. Ese CamiloMan -dije con cierto desprecio eso último- no tiene nada de Man.
-¿¡QUÉ!? ¿¡ESE IMBÉCIL SE ATREVIÓ A PONERTE UN DEDO ENCIMA!?
-Sí. Y llegó mi hermano y les partió la cara a CamiloGirl y a sus Camilibers. Luego, el director nos citó a ambos el Sábado. -Suspiré, con disgusto-. Fue una reunión llena de basura, estupideces y poca coherencia. El director es un estúpido y no tiene bien definido el concepto de justicia. Ahora, estoy en detención toda la semana y también la siguiente. Y adivina con quién.
-¿Con CamiloGirl?
-¡Exacto! ¿Pero sabes qué es lo peor? Ese Chico Moco se ofreció. ¡El director no le iba a imputar nada!
-¿Qué? ¿En serio?
-En serio.
-Yo estaba emocionada porque pensé que habría un trío amoroso -me miró con una sonrisa burlona. Yo la miré, muy seria.
-No lo habrá. Que asco -hice un ademán, como si fuera a vomitar. Alice rió.
-¿A qué hora empieza tu detención?
-A las 3. Y dura dos horas.
-Vaya martirio.
-Lo sé.
-¿Qué piensas hacer al respecto?
-¿Respecto a qué? -pregunté.
-Respecto a Camilo -me miró, seria, como si fuera una estúpida por no comprender-. Esto no puede quedarse así, Liza. Necesitas vengarte.
Me miró, con una sonrisa suspicaz en el rostro.
Sonreí a su vez. Vaya gran idea. Una venganza. Sonreí, maliciosamente. No cruzó por mi cabeza que aquella pequeña idea terminaría en algo malo. Muy malo.
El día se me hizo eterno. Las clases no acababan nunca. Bueno, si acababan, pero tardaban mucho. Sentía que cada segundo que transcurría era tan largo como ver a mi madre comer (que es más o menos lo mismo a ver una tortuga correr 10 kilómetros).
No vi a Camilo en todo el día. Tuve la esperanza de que no hubiera ido a la escuela. Finalmente, la campana tocó. El mismo desorden característico de la hora de salida inundó la escuela. Excepto por unas cuantas personas, que eran las que iban a detención, corrían felices a la puerta a huir de aquella pútrida cárcel.
Me acerqué a Alice para despedirme.
-Te quiero, Alice -le dije, después de que ella me deseara mil y un veces suerte.
-Nos vemos mañana. Ya planearemos la venganza de CamiloMierda -sonrió.
-Espero que tu cerebro trabaje en algo que lo aleje de mi para siempre.
-Así sera, pequeliza, así será.
Pequeliza era el apodo que Alice había adoptado para mi. Digo, no es muy complejo. Peque de pequeña y Liza por Liza, así me llamo (por si no había quedado claro). No me molestaba, aunque sonaba a cocolizo y cocolizo me sonaba a un abuelo viudo que lo único que sabe hacer es regañar a los que juegan en la calle.
Abracé a Alice una última vez antes de que se fuera. Me encaminé al salón donde torturaban a los mal portados. Todo el mundo conocía ese lugar. Era un pequeño espacio, en el lugar más recóndito del patio, viejo, al que nadie se atrevía a ir. Conforme iba acercándome, lo fui apreciando. La pintura estaba levantada, abombada por la humedad y en algunos lugares, oscurecida por las lluvias y esas cosas que hacen que las cosas se deterioren.
Había un escándalo tremendo adentro. Pero eso no era lo que me llamaba la atención. Lo que saltó a mi vista fue que, postrado ahí, en el umbral del aula, mirando al patio, al punto específico en el que me encontraba yo, estaba Camilo. Y estaba vestido decentemente. Y su hedor no llegaba a la distancia en la que me encontraba, lo que significaba que al menos, se había bañado. Extrañada, seguí caminando a la puerta. En cuanto mi mirada se topó con la suya, sonrió.
-Buenas tardes, dulzura. Te ves... muy bien- titubeó un momento. Parecía decirlo honestamente.
"¿Dulzura? ¿¡QUÉ SE TRAE ENTRE MANOS ESE PAYASO!?", pensé, mientras pasaba a un lado suyo, haciendo caso omiso a su saludo. La bola de gente mal portada seguía con las actividades que llevaban, que eran lanzar papeles y chiflar como si no hubiera un mañana. No era mucha gente, a final de cuentas. Eran siete personas además de Camilo y yo. Y había doce asientos. Una desgracia, porque eso implicaba que...
Tomé asiento. Y Camilo lo hizo también, a mi lado, como temía. No abrió la boca, cosa que también se me hizo rara.
Finalmente, llegó un profesor a la puerta, con un portafolios negro y una taza de café. Tenía un gesto serio. No entró. Se limitó a observar a un joven en especial que no había tomado asiento aún con su llegada.
-Ah, profesor -dijo el muchacho-. Lo siento, no ví cuándo llegó.
-Lo noté -dijo el profesor, molesto, entrando al salón y sentándose.
-Lo siento, es que su presencia me es tan insignificante... -continuó el mal portado.
-Ya cállate, Jay -habló Camilo, para mi sorpresa. El profesor le hizo un gesto de agradecimiento.
-Oye, muchacho, no me calles, ¿sí? Malcriado baboso. No te quieras lucir ante tu hembra. -Lo creía imposible, pero sí. Había gente que era aún más mal educada y bastarda que el propio Camilo.
-¡BASTA! -rugió el Sr. Poca Paciencia. (El maestro) -Jay, ve con el director. Tu conducta es irreverente.
-¿EL DIRECTOR? ¿ES HOMBRE CORRUPTO QUE NADA Y SE CONSUME EN DINERO? ¿ESE HOMBRE?.
-Jay, no te expreses así de tu director.
-Puede ir a besar al director si quiere, señor. Pero a mi ya me hartaron. Estoy harto de venir aquí todas las semanas voluntariamente intentando cambiar. Por ustedes.
-Puedes irte si quieres...
-Espero que se pudra en el infierno, señor. Buena tarde -dijo, yéndose y dándole un azote a la puerta.
A decir verdad, esa situación me intrigó. El profesor nos miró a todos y se ruborizó. Se levantó de su escritorio y se rascó la cabeza.
-Lamento haberlos hecho ver ese pequeño... espectáculo. Chicos, no soy su profesor de moral, ni nada por el estilo. Pero siempre recuerden y háganse ver a si mismos que lo más importante que tienen es la vida. Ningún valor material es comparable con su vida. Ninguno...
Nos dio la espalda, tomó un plumón y empezó a pintar unas fórmulas en el pizarrón.
-Bien, hoy veremos matemáticas, potencialización en bases diferentes a diez...
Palabras y palabras que no entendí. No se presentó, ni tampoco pidió que nosotros lo hiciéramos. Supongo que los profesores no quieren saber los nombres de los futuros criminales del país. El profesor empezó a dar su clase. Camilo estaba muy atento. Anotaba, borraba y volvía a anotar todo.
-Hagan estos ejercicios, muchachos. En veinte minutos corroboramos respuestas- escribió unos algoritmos en la pizarra y se sentó en su escritorio.
Camilo los hizo rápidamente. Volteó a verme un momento. Yo vagaba en mi teléfono, buscando algo entretenido que hacer.
-¿Qué es lo más bonito que te ha pasado en la vida? -me preguntó susurrando.
Levanté la vista de mi teléfono, enarqué una ceja y lo miré, desconcertada.
-¿Me hablas a mi? -le pregunté, sonando más seca de lo que en realidad quería pretender.
-Te hablo a ti.
-¿Te atreves a hablarme a mi? -le dije, consternada.
-Me atrevo a hablarte a ti.
-Descarado -dije con desdén. Me giré y volví a revisar mi teléfono. Algo estúpido porque no encontraba nada interesante y Camilo lo notó.
-¿Qué es lo más bonito que te ha pasado? -repitió, tranquilo.
-No sé, ¿sí? No lo sé, tal vez el hecho de haber nacido junto a mi hermano. ¿Contento? Ya, cállate.
Se limitó a sonreír.
-Lo más bonito que me pasó a mi fue conocerte -dijo. ¡Maldito! ¡POCAS BOLAS! Se atrevía a besarme, manosearme, abofetearme y luego me hablaba como si fuéramos novios. Bastardo. ¡BRUUUUH! Me repugnaba el simple hecho de estar cerca de él.
-Caray. Que preguntona soy. Que mala manía, debo controlarme -le dije.
Otra vez, volvió a sonreír, con esos torcidos y amarillentos dientes.
-Mira, quería pedirte perdón por lo que...
-¡No puedes! ¡NO PUEDES! ¿Sí? -me levanté del asiento-. No puedes hacerme esas cosas horribles que me hiciste y luego venirme a pedir perdón, así, sin más. ¡Es una regla de moral o de ética o una ley universal! ¡No puedes ser un ojete y luego arreglaro con un simple perdón! -dije ya en un tono de voz más alto.
-¿Pasa algo, señorita? -preguntó el profesor, levantando la vista del periódico que leía.
-No, nada, profesor, gracias -dije, volviendo a tomar asiento.
-Supongo que no, Liza, pero...
-Pero nada. ¡Me jodiste mi fin de semana! Tuve que gastar mi maldito tiempo en ti, pseudomacho y en tu prepotente y pedante padre.
-Solamente fueron unos segundos.
En el momento en el que dijo "segundos", un mar de ideas inundó mi cabeza. Me enojé, porque no fueron solamente segundos, fueron horas. Me enojé porque ese chico me había hecho malgastar mi tiempo. Me enojé porque ese bastardo no entendía lo que un segundo significaba para mi (o para Ned). Me enojé porque quería estar enojada con alguien, porque quería canalizar los problemas que traía y desahogarme en algo externo a mi.
-¿Sabes qué, pequeño imbécil? He decidido que por ínfimo que sea un segundo para ti, tú no lo vales. No vales un segundo mío, no vale la pena que esté hablando contigo en este momento. No vale la pena siquiera un yoctosegundo contigo. Eres un tarado que nació torcido de la cabeza y yo no te voy a enderezar. Te agradecería que no me volvieras a dirigir la palabra en tu vida.
Tomé mis cuadernos y mi mochila y me senté en otro escritorio, lejos de él. Me ruboricé porque no tenía idea de lo que significaba "yocto". Lo había leído en el libro de matemáticas que él tenía abierto y no sabía si había empleado bien el término. Pero bueno, supuse que me había dado a entender. Tomé mis audífonos y me dispuse a oír música. La música me alejaba de la realidad por un momento y me tranquilizaba. Supongo que cualquier adolescente entendería, ¿no?
Al cabo de un rato, el profesor explicó los problemas que había puesto y nos dio permiso de irnos. Tomé mis cosas y salí tan rápido como pude. La escuela estaba vacía y me inquietaba un poco su aparente calma.
-¡Liza! ¡Liza, espera!
Camilo. ¿No entendió?
-Quiero hablar contigo...
-No pienso dirigirte...
-No, me refiero a YO hablar contigo, quiero que tú escuches.
-No pretendo escuchar una palabra tuya.
-Liza, por favor...
-Camilo, basta. No quiero nada contigo. Nada. No quiero ser tu amiga, no quiero ser tu compañera, aunque me tengo que aguantar, y mucho menos, quiero ser tu novia. Me daría asco salir con alguien tan repugnante y mal educado como tú. Rezaré por aquella chica que alguna vez se interese en ti. Hasta luego.
Me di la vuelta y me fui. Camilo no se movió. Se quedó plantado allí, con la boca abierta. Triste. Me daba igual. Él se lo había ganado. Me alejé del lugar lo más rápido que pude.
Fui a casa. Entré y no vi a mi madre. Se me hizo un poco raro. De cualquier forma, no estaba contenta del todo con ella. Fui a mi cuarto e hice tarea.
-Cara de prepucio -saludó Will desde la entrada de mi cuarto.
-Ahora no, Will, por favor.
-¿Qué te pasa, hermanita favorita?
Lo miré, seria.
-Digo, no es como que tuviera opción de escoger, ¿sabes? -dijo, tratando de animarme. Muy a su manera.
-Will...
-¿Qué pasa? ¿Es ese tipejo de nuevo? ¿Requiere otra golpiza?
-No, Will, muchas gracias. Lo puse en su lugar. Creo que en serio le gusto.
-Si una persona te gusta, la respetas, por mucho que te cueste. El bastardo no hizo eso.
-No lo sé, Will. Hoy me miró y me dijo que me veía bonita. Y su tono de voz era honesto. Creo. Pero bueno, no quiero hablar de eso. ¿Sí?
-Entiendo. Iré a mi cuarto a tocar batería o... A hacer lo que sea. Si me necesitas, estaré ahí.
Salió. Suspiré enormemente. Iba a volver a mi tarea cuando mi teléfono empezó a sonar. Lo busqué. Miré la pantalla. Era Ned. Contesté rapidamente, un poco emocionada.
-¿Hola?
-Liza, que gusto me da escuchar tu hermosa voz.
-¡NED!
-¿Porqué gritas mi nombre? Digo, lo viste en tu pantalla...
-Sí, pero es bonito escuchar tu voz después de tanto.
-Bah, no ha pasado tanto. Pero se me ha hecho eterno sin ti, ¿sabes?
-Ya no seas cursi.
-Bueno, iré al grano que la llamada sale cara desde acá. Voy a volver ya, mañana ya voy a la escuela.
-¿Qué? Pero si aún no...
-Es que me preocupa mi abuelo. Es testarudo y seguramente no se ha tomado sus pastillas este tiempo. No quiero que nada le pase así que regresaré. De hecho, ya estoy en el aeropuerto.
-Aborda tu avión, pasajero. Ya quiero verte. Te extraño.
-Yo a ti, princesa Liza.
-No soy una princesa.
-En Disneyland todas son princesas.
-No estamos en Disneyland.
-Cierto. Bueno, te veo mañana, princesa fuera de Disneyland.
Y colgó. Lector, sé que te aburre leer todas estas babosadas, pero es que estas pequeñas conversaciones son las que me volvían loca, las que me convertían en una soñadora, las que me hacían sentir viva. Y en ese momento, me sentía viva y soñadora, porque, dejando de lado mis problemas, me emocionaba la idea de volver a ver a Ned.
Hablé con Alice un rato. Le conté todo lo que había pasado con el Chico Moco. Ella lo dijo, era un bastardo. Le pregunté si ya tenía una idea de la venganza que le haríamos. Me dijo que sí. Me emocioné por esa respuesta. Me dijo que al día siguiente me lo diría en persona.
Pasó la noche. Llegué a la escuela emocionada. Sin embargo, no había rastro de Ned. Me encontré con Alice. La saludé y platicamos de cosas estúpidas, como las nalgas de Josh Hutcherson o la mandíbula perfecta de Colton Haynes. Pero no podía quitarme la idea de la cabeza, así que cuando la conversación se encontró con el silencio, le pregunté directamente.
-¿Cuál es tu idea para la venganza de Camilo? -hablé en voz baja, por precaución.
-Mira, es una idea algo boba, como de niño de primaria.
Solté una risita. Hacía frío en la banca en la que estábamos, así que le señalé la cafetería. Nos dirigimos hacia ella mientras Alice hablaba.
-Pues -continuó-, sería algo que lo ridiculizara frente a más personas.
-Entiendo perfectamente, Alice -dije poniendo cara maliciosa.
-Podríamos, de alguna forma, hacer que llegue tarde a tu detención un día. Ponemos una cubeta encima de la puerta y, cuando la abra, ¡la magia sucede!
-Oye, gran idea. Pero, ¿de qué llenamos la cubeta?
-Pipí.
-¿De humano? ¡Qué asco!
-No. De perro.
-No tengo perr...
-Yo sí, querida. Y ya empecé a recolectarla. Déjame decirte que huele horrible.
-Muy bien, pero... ¿No crees que necesita algo más?
-¿Como qué?
-Cucarachas en su estuche... O algo así.
-Pues no tengo cucarachas, ni sé cómo podríamos meterlas a su estuche. Pero en mi opinión eso ya sería joder en mala onda.
-Bueno, tienes razón. Creo que con una bañada de meados es suficiente.
Hablamos un rato más y después nos fuimos a clase.
Y aún más tarde, yo a detención.
En todo el día, no supe de Ned. Nadie lo había visto, varias veces me contestaron que seguía de vacaciones. A su vez, tampoco vi a Camilo. Ni siquiera en detención.
Ahora, en detención tocaba lógica y llegó una maestra que apestaba a flojera. No presté atención, para variar.
Fui a mi casa, hice mi tarea, leí un poco y dormí.
Así fue por un par de días más. Seguía sin enterarme de alguna noticia de Ned. Claro, babosa yo porque no se me ocurrió marcarle.
Alice y yo hablábamos de la venganza continuamente. Me dijo que tenía que disculparme con Camilo por haber sido tan "maldita" con él. Y así, él no sospecharía. Decidimos que un buen día para la venganza sería el último día de detención. Así que esperamos. Y Alice siguió recolectando meados de perro.
Pasó la primer semana, y sentí una sensación de alivio increíble, como cuando vienes cargando algo muy pesado, algo del tamaño de una pantalla plana, pero pesado como un elefante. O como la caca de elefante, esa es pesada y aguada.
Regresando al punto, ese día si ví a Camilo. En detención. A las clases a las que íbamos juntos no entraba. Estaba esperando en la puerta, pero supuse que no me esperaba a mi. Le sonreí cuando pasé a su lado. Él me devolvió la sonrisa, para mi sorpresa.
Ese día tocaba matemáticas de nuevo, y él se sentó hasta el frente. Pensé en sentarme a su lado y pedirle perdón allí, pero no lo hice. Esperé a que la clase del Sr. Poca Paciencia terminara y ahí lo intercepté.
-Oye, Camilo...
Levantó la vista y me miró a los ojos. Dudó un momento.
-¿M-mande?
-Yo... -fingí una pausa dramática de esas que usan en las películas de amor cuando los hombres arruinan totalmente una relación, porque siempre las arruinan-. Yo solo... -fingí titubear, para que él entendiera que buscaba las palabras adecuadas y eso-. Quería... -otro titubeo-. Quería disculparme.
Me miró, con los ojos bien abiertos, sorprendido.
-¿Tú? -dijo extrañado-. ¿Disculparte? ¿De qué?
-Es que el Lunes... Estaba enojada conmigo misma y estaba harta de todo y ya sabes, cuando la Dama de Rojo visita...
-Oh, claro.
-Sí, sí. Y me porté como toda una maldita, desgraciada, sin vida. Te dije cosas feas. Bueno, cosas que yo no acostumbro a decir. Perono te lo merecías totalmente... ¿No? Digo, lo que me hiciste, lo hiciste por... Amor.
Reprimí el impulso de vomitarle la cara después de haber dicho tremenda idiotez. Vi un brillo en sus ojos.
-Sí, si. Exacto, lo hice por que me gustas mucho y... y... yo solo quería... compartir un momento contigo.
"Que asco de tipo" pensé.
-Esa es una acción valerosa -dije.
De pronto, una sonrisa completa y torcida se dibujó en su rostro, abarcando de oreja a oreja.
-Claro... Claro que... Que quedas perdonada.
"Anzuelo mordido".
-Muchas gracias, Camilo, en serio. Me tengo que ir, por cierto. Pero muchas, muchas, muchas gracias.
-No hay de qué, Liza. Anda, ve.
Me di la vuelta y empecé a correr a casa. Me mordí los labios mientras recorría el resto de las instalaciones del colegio. Una vez estuve fuera, reí a carcajadas.
Le llamé a Alice.
-Listo, pequeña del País de las Maravillas
-¿Qué carajo? -dijo desconcertada mientras reía.
-Ya quedé perdonada -solté otra carcajada, recordando la reciente conversación-. ¡EL BASTARDO "LO HIZO POR AMOR"! -y volví a reír.
-¡Que bueno! -soltó una risita, contagiada por la mía-. Ya me harté de exprimirle el pene de perro a mi perro.
Mi risa cesó.
-¡Qué asco! ¡Dime que...!
-NOOO -soltó una risotada-. Obviamente no lo hago.
Seguimos hablando un rato, de cosas de chicas, como Robert Downy Jr. y el carácter satírico que le da a Iron Man. Y de lo musculoso que era.
En fin. Llegué a mi casa con una sonrisa. Hice tarea, leí un poco y dormí. (Sin Ned, mi vida era aburrida en escalas estratosféricas).
Pasaron los días.
Para mi desgracia, me tuve que juntar un poco con Camilo en detención para que la actuación fuera convincente y no sospechara nada. Le pregunté varias cosas. Sus hobbys, su película favorita... Creo que la que me dijo era una porno. De cualquier cosa, ese chico no me agradaba en absoluto. Le pregunté también porqué ya no estaba yendo a clases. Me dijo que le pidió al director un cambio de grupo para que yo no le distrajera en clases. Se imaginarán la cara que puse.
Ya era Jueves. Repetí el proceso. Llegué a casa, hice tarea, leí un rato y dormí. Pero me empezaba a preocupar por Ned. Ni una llamada suya. (Sí, SEGUÍA SIN OCURRÍRSEME LLAMARLE. Que tonta, ¿no?)
La noche escurrió como una gota de lluvia en una ventana, silenciosa, fugaz.
Esta parte de la historia se sitúa un Viernes. Lo llamé el Viernes del Santo Error. Porque, efectivamente. La venganza se sirve fría. Y la venganza también es dulce. Pero algo que los dichos populares no dicen, es que la venganza es mala. Y en mi caso, fue un total error.
Las clases pasaron volando, ni me di cuenta. En un parpadeo, ya era hora de detención. Mi corazón sentía la emoción, la adrenalina correr por mis venas. Alice se iba a quedar a detención. No sé donde escondió la cubeta con la pipí de perro. Pero el punto es que ya había llegado la hora. Ya estaba listo. Era Viernes y los Viernes casi nadie iba a detención. En el caso del Viernes del Santo Error, hubieron, además de Chico Moco y yo, dos personas más. Y Alice. Ella iba a detener a Camilo para que entrara al final. Yo le pedí a uno de los otros dos chicos que empezara a grabar con un teléfono. Coloqué la cubeta llena de pipí sobre la puerta, entre abierta. Los tres chicos que estábamos dentro nos sentamos y fingimos que estábamos "esperando a que llegara el profesor".
Alice avistó a Camilo y empezó a hablar con él. Lo retuvo bastante bien, aunque no se escuchaba con claridad lo que le decía.
El momento llegó. El error se cometió. Alice guardó silencio y esperó a que Camilo entrara. Éste empujó la puerta, haciendo que la cubeta se volteara encima de él, bañándolo de asquerosa y olorosa pipí de perro. Juro que viví el momento en cámara lenta. Mientras que se mojaba, todos soltamos una carcajada. La cubeta cayó al suelo, vacía. Todo su contenido estaba escurriéndole a Camilo por su ropa.
El pobre (bueno, ni tan pobre, él se lo había buscado. Que quede claro que la mala del cuento no soy yo) nos miró a todos ruborizado. Recorrió la vista por cada uno de nosotros hasta finalmente toparse en mí. Su cara se coloreó de rojo. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Dio media vuelta, tomó la puerta y la azotó. Se fue, berreando, enojado a más no poder y nosotros seguíamos ríendo.
Alice entró, carcajéandose. El profesor que tocaba ese día nunca llegó. Entonces los cuatro muchachos de detención y Alice, nos marchamos a casa.
Le pedimos al que grabó que nos mandara el video. Él accedió y nos lo mandó inmediatamente. Alice creó una cuenta falsa en Twitter y publicó el video, con una descripción que rezaba "Oye, @ CamiloMan11".
Estuvimos un rato, repitiendo y repitiendo el video, ahogándonos de la risa. Para cuando Alice y yo nos despedimos, ya tenía 142 retuits y 129 favoritos. Vaya gran triunfo. Lo habíamos humillado.
Era hora de irse. Y así lo hicimos. Nos fuimos a casa cada quién por su lado. En el camino estuve divagante, pensando principalmente en Camilo. ¿Nos habríamos excedido?
Cuando llegué a mi casa, me encontré con un muchacho alto, musculoso, de ojos verdes sentado en las escaleras del pórtico.
Me emocioné muchísimo.
Hasta que lo ví de cerca.
Estaba pálido, muy pálido. También estaba más delgado. Y tenía unas ojeras enormes.
-Hola, Liza -dijo, tendiéndome un ramo de rosas, abrazándome con fuerza. Pero con una fuerza débil y cansada-. Te extrañé.

Segundos del MinutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora