El bosque embrujado

   Las sombras acechan desde cualquier rincón oscuro, no las ves, pero están ahí, a la espera.

     Los niños que juegan al límite del gran bosque oscuro cerca de sus hogares suelen decir que escuchan una especie de quejidos provenientes del bosque, como si alguien estuviese pidiendo auxilio. Un joven de un cabello tan rubio como los rayos del sol y de unos ojos de un azul tan claro como el cielo, se aventuró a adentrarse al bosque a pesar de las advertencias de sus mayores, impulsado por un estúpido reto el cuál consistía en pasar una noche en aquel frondoso bosque donde los adultos temían adentrarse.
     El joven entró sin miedo, confiando en que nada le pasaría y que las historias que se contaban de aquel sitio simplemente eran eso, historias inventadas para evitar que los niños se adentrasen en el bosque y se perdiesen.
     En las primeras horas en aquel bosque no pasó nada, todo parecía ir bien, no se oía ningún ruido extraño más que el sonido de los grillos y el susurro del viento que azotaba suavemente las ramas de los árboles. El chico, al ver que nada ocurría, se adentró más en el bosque, sin saber siquiera que ya había algo en aquel sitio que reparó en él y se acercaba lentamente, acechando a su presa.
     Se oyó como unas ramas se rompían al ser pisadas por algo y rápidamente se giró, sin ver nada más que una ardilla, la cual huyó rápidamente lejos del haz de luz que la azotó en toda la cara cuando el joven la apuntó con su linterna. El chico suspiró de alivió y volvió a retomar su caminata hasta encontrar un claro dentro de aquel bosque. No muy seguro de si debía seguir adelante o retroceder, se adentró en aquel claro que, a pesar de que la luz de la luna iluminaba todo el terreno verdoso, parecía carente de vida, fuese animal o vegetal.
     Al oír un ruido a sus espaldas, el muchacho giró rápidamente, sin ver nada más que la oscuridad de aquel trozo de bosque que había dejado atrás hace poco y, a pesar de tratar de  algo en aquel sitio con la luz que emanaba de su linterna, no pudo ver nada más que algunos arbustos moviéndose por la brisa que empezaba a azotar con más fuerza aquel lugar.
     Sin dejar de mirar detrás cada poco tiempo, el joven se adentró en el claro, fijándose a los pocos segundos que había una figura observándolo en lo alto de un árbol, colgado boca abajo agarrada a una rama con ambas piernas mientras balanceaba el resto del cuerpo. A pesar de la escasa luz que la luna daba, pudo ver que estaba vestido completamente de negro, con una media melena balanceándose al son del resto del cuerpo y que llevaba una máscara blanca en la cual se podía dislumbrar sus ojos y una sonrisa macabra que lo único que daba era un terror enorme a quién la observase.
     El joven se quedó mirándolo hasta que por el rabillo del ojo vio como otra figura se acercaba a él lentamente. Esta iba vestida de igual forma que la primera, con la excepción de que su pelo era más largo y en su máscara ya no había una sonrisa macabra, si no que había una expresión de tristeza en esta.
     Rápidamente el chico retrocedió alejándose de ambos enmascarados hasta dar con algo a sus espaldas. Miró hacia atrás, aterrorizado por lo que estaba sucediendo en ese momento, encontrándose con otra figura vestida de negro, aparentemente más alta que las dos anteriores a pesar de que una de estas estaba sobre las ramas de los árboles, con una máscara sin expresión alguna, solo dejando entrever los ojos de la persona que la portaba.
     Al verse acorralado y por puro instinto, echó a correr tratando de huir de las tres figuras que, al ver que su presa huía con intención de escapar, le siguieron a paso rápido a través de la maleza, sin pensamiento de dejarlo ir tan fácilmente.
     El joven corrió y corrió todo lo que sus piernas le permitieron mientras, aterrado, lloraba de la angustia y pensaba como escapar estando perdido dentro de un bosque que no conocía y con tres personas siguiéndolo sin saber realmente que es lo que querían hacer con él. Mientras corría, las ramas azotaban su cuerpo, rasgando su ropa y ocasionando heridas poco profundas que comenzaron a sangrar ensuciando sus ropas.
     De tanto correr, no se dio cuenta que las tres figuras le estaban llevando hacía una formación rocosa donde, pocos segundos después, el joven quedó arrinconado sin posibilidad de huir y exhausto de tanto correr. Una de las sombras, la de expresión triste, escaló la roca y se quedó justo en la parte llana de la formación rocosa, encima de su cabeza. Otra, la de la máscara feliz, se quedó colgando de la rama de un árbol agarrada con un solo brazo. Y la última cayó justo enfrente de él, acercándose poco a poco, acechándolo.
     Lo último que se oyó en ese bosque de esa fatídica noche, fue el grito desgarrador de aquel joven que hizo volar a los pájaros que habitaban tranquilos, ajenos a lo que pasaba, en las copas de los árboles.