La Bella & la Bestia (Hora si lo bueno)

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Erase una vez un mercader cuyo nombre era Kai, vivía con sus tres hermosas hijas en una no muy grande pero modesta casa. Ellas eran famosas por haber rechazado a Miyavi, el más rico político de Japón, pero esa es otra historia.

Un día Kai tuvo que irse a un largo viaje de negocios, pero antes de partir llamó a sus tres hijas para preguntarles qué querían que les trajera a cada una como regalo.

-¡Yo quiero yaoi!- La mayor fue la que menos pensó en lo que quería.

-Reita ¿que hemos hablando sobre eso?

-Pero papá, sabes que soy una fujoshi- dijo haciendo un puchero.

-Está bien -suspiró- ¿y tú, Ru-chan?

-No me llames Ru-chan, ya no soy una pequeña- Ofendida dejó de cepillar su cabello rubio y miró a su padre con suplicantes ojos-. Me encantarían nuevos vestidos y muchas joyas.

- Sencillita la muchachita - susurró la tercer hija: Uruha, remarcando lo último para hacer enojar a la pequeña -Como ya sé que no te gusta que beba sake, yo sólo te pediré una rosa cortada con tus manos.

-Que ñoña eres, sí te dejaras dominar por tu lado fujoshi serías una gran mangaka- dijo Reita levantando el pulgar- como yo.

Ruki se echó a reír.

-Créeme, "Uru-chan" no tiene nada de ñoña

-Ya niñas, dejen de pelear. Ustedes se aprovechan de que sean mis consentidas.

- Pero sabes que te queremos mucho - añadió Ruki.

Kai emprendió su viaje y, una vez ultimados los negocios pendientes, se dispuso a volver. Sin embargo una tormenta le pilló desprevenido: el viento soplaba gélido, su caballo avanzaba fatigosamente y lo peor de todo: se había acabado el último frasco de mayonesa que sus hijas le habían preparado. Muerto de cansancio y hambre vio brillar una luz en medio del bosque, a medida que se acercaba a ella, se dio cuenta que estaba llegando a un castillo iluminado.

-Confío en que tengan mayonesa... y que puedan ofrecerme hospitalidad- dijo  para sí esperanzado.

Pero al llegar junto a la entrada, se dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta y, por más que llamó, nadie acudió a recibirlo. Entró decidido y en el salón principal vio una mesa iluminada con dos candelabros y llena de ricos manjares dispuestos para la cena. El mercader, tras meditarlo durante un rato, decidió sentarse a la mesa; con el hambre que tenía consumió en breve tiempo la suculenta cena aún sin mayonesa.

Después, una voz empezó a cantar una rara melodía. "Quiero una novia pechugona, que sea..." Intrigado, subió al piso superior. A uno y otro lado de un pasillo larguísimo, asomaban salones y habitaciones maravillosos, pero de ninguno salía esa canción. La última de esas habitaciones tenía una lumbre que chisporroteaba alegremente y una cama mullida que invitaba al descanso.

-Sí Ruki-chan estuviera aquí, ya hubiera desordenado todo.- río.

Era tarde y Kai se dejó tentar; se echó sobre la cama y quedó dormido profundamente. Al despertar por la mañana, una mano desconocida había depositado a su lado una bandeja de plata con una cafetera humeante y momiji manju.

Kai desayunó y, después de asearse un poco, bajó para darle las gracias a quien generosamente lo había hospedado. Pero al igual que la noche anterior, no encontró a nadie y, agitando la cabeza ante tan extraña situación, se dirigió al jardín en busca de su caballo que había dejado atado a un árbol, cuando un hermoso rosal atrajo su atención. Se acordó entonces de la promesa hecha a Uruha, e inclinándose cortó una rosa.

Cuentos para dormir...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora