XVI: Todo o nada

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Viktor dormía plácidamente, recargando el lado derecho de su cara en la almohada. Una sábana de seda blanca lo envolvía hasta la cintura, dejando descubierto su pecho y unos muy visibles círculos que se tornaban rojizos. Las enormes pestañas, un rasgo particular de él, enmarcaban una mirada apagada por el agotamiento de una velada apasionada. Abatido por las largas horas y el ajetreo del encuentro, había ocasionado que cayera rendido antes que su esposo.

Yuuri había despertado hace unos minutos y se ataba una bata a su cintura, mientras observaba el sueño de aquel hermoso ser que le robaba el aliento. Era tan bello incluso estando inmóvil y postrado en una cama; tenía un rostro envidiable, una piel que quemaba con el simple tacto y unos labios rosados, suaves y deliciosos que deseaba morder. No se cansaba de admirarlo, porque era un hombre que todos querían y solo él era el afortunado de tenerlo.

¿Amor? ¿Deseo? ¿Pasión? No lo sabía, quizás era una mezcla. Sus sentimientos lo mantenían tan abrumado que ya no razonaba sus decisiones. Se había equivocado al acostarse con Viktor porque, pese a ser esposos por ley, estaba traicionando la confianza de Yuko; la esposa que lo procuró y le brindó apoyo con su hijo. Pero, ¿acaso podía frenar sus propias emociones? ¿Podía pausar sus desenfrenados latidos cuando veía ese par de ojos azules seguirlo por los pasillos? ¿Podía resistirse a su brillante sonrisa?

La verdad es que no, era imposible. El príncipe de Snowland comenzaba a llenar su mente con imágenes de un futuro juntos y a él no le desagradaba la idea; incluso le parecía maravilloso pasar una vida con el peliplata y con Aysel, alejados de la destrucción y los compromisos. Anhelaba tanto huir de los problemas, pero comprendía que, si su pareja no había muerto era porque debía cumplir una misión.

Madre Luna tenía preparado un destino para ellos y, tal vez, en ese destino no estarían unidos para siempre. La eternidad era una ilusión que quería alcanzar, pero estaba lejos de sus posibilidades. ¿Qué haría si al final uno fallecía en la guerra? ¿Y si lo obligaban a elegir? ¿Y si esa elección era entre Yuko y Vitya? ¿Acaso podría tomarle la mano a uno y soltar al otro? No, él no era egoísta, preferiría lanzarse al vacío y salvarlos a los dos.

Unos golpecitos irrumpieron el silencio de la enorme alcoba, así que el pelinegro se encaminó hasta la entrada. Agarró la perilla de la puerta y la giró para asomarse, encontrando ahí a la luz de sus tristezas: Aysel. El niño estaba sosteniendo un cojín de plumas y una manta con el estampado de un lobo.

—P—Perdón —balbuceó, agachando la cabeza como si tuviera la culpa de molestar a su padre—. No puedo dormir en mi habitación y busqué a mamá, pero no sé dónde está.

—Está bien, no te disculpes —murmuró, abriendo la puerta de madera para que su hijo ingresara—. Vitya está aquí.

—¿Tú y mamá son novios? —cuestionó con esa inocencia reflejada en su expresión confundida. No entendía la razón, pero le gustaba que sus papás se amaran.

—Luces feliz —canturreó, inclinándose para cargar a su pequeñuelo que inmediatamente se colgó de su cuello.

—Es porque quiero que seamos una familia y mamá sonríe cuando está contigo —respondió, provocando que Yuuri se avergonzara. Ese niño hablaba sin temor, expresaba en palabras lo que el rey de Krasys no podía por miedo a enamorarse.

—Apresúrense —refunfuñó Nikiforov, que había sido levantado por el ruido de unas voces y bostezaba adormilado.

—Lo siento, te despertamos —susurró Katsuki, deteniéndose al pie de la cama para dejar encima del colchón a su preciado tesoro.

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⏰ Última actualización: Oct 15, 2018 ⏰

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