Gabriel me había herido en lo más hondo al decir que de pareja no me quería, independientemente de quien sea el, no tenía ningún derecho de eso.
Natalia, ni siquiera sabe que escuchaste...
El resto de los días se me fue en conocer la casa, al personal, a su hijo, de quién yo tenía la obligación de ordenar el horario y acompañarlo a dónde el fuera, cosa que no me molestaba, ya que era un niño cortés, cauto, callado, pero sobre todo, tenía los ojos verdes llenos de tristeza. A lo que podía juzgar por su mirada,extrañaba a su madre, y Gabriel, no era de mucha ayuda para el. Me recordaba mucho a mi situación infantil, solo que mis padres sí estaban vivos, y que a quien podía echar en falta si pereciese, sería a mí padre, porque mi mamá solo quería el dinero que yo ganaba, solo quería tenerme frente a cámaras, reflectores, atuendos pesados o que no me gustaban. Mi madre era como Gabriel.
Pobre niño, de verdad...
Esa tarde Adrien tenía una clase de chino después de la tutoría que le daba la institutriz, de modo que entre la clase de la institutriz y el chino, había una hora y media de lapso para que Adrien pudiera comer algo.
Durante la comida le saqué un poco de conversación para romper un poco más el hielo...
- Adrien, ¿Cómo te diviertes aquí?
- Pues, en mi habitación tengo muchos juguetes, juegos de video, televisión, un piano, libros. Me entretengo en cualquiera de ellas. Depende de cómo me sienta.- dijo con una mirada dulce.
- ¿Nunca has salido?
- No, Nathalie. Jamás. Si acaso en auto para mis sesiones, la esgrima o el examen médico anual. Pero fuera de eso no. No conozco nada de París.
Ni lo harás hasta que crezcas y te emancipes, o hasta que yo logre hablar con el imbécil de Gabriel.
Me daba cuenta, por la mirada del niño, que hablar con él era como caminar en un campo minado. Había cosas que contestaba bien y sonriendo, pero otras que decía con el llanto amenazando su garganta a punta de nudos. Me provocaba abrazarlo.
Le servi su postre y seguí platicando con él de otros temas superfluos, como qué le gustaba ver, o leer, qué comidas. Me sorprendía que no conociera ningún dulce. Sobre todo a la edad que tenía. La tierna edad de siete años.
Me contaba que su madre le contaba cuentos preciosos, que le cantaba canciones llenas de amor, que lo llevaba a la piscina y nadaban juntos, y me sentí identificada porque con mi padre yo era así. Él era quien me hacía sentir como en casa.
Me contó así mismo que la extrañaba porque, tenía la voz más dulce, porque desde que ella falleció no sentía luz en esta enorme mansión. Por lo que contaba el pequeño, Emillie Agreste había sido una mujer maravillosa.
Ahora los comprendo, a ti, a tu padre... Y algún día espero regresarles algo de esa felicidad.
Cada vez que hablaba de ella, sus ojos lagrimeaban. Y de verdad sentía el impulso de abrazarlo. Pero no quería perturbar al niño, de forma que me lo reservaba. Sin embargo, con Gabriel, era distinto.
Cierta tarde estaba sentado en la sala de la mansión, con la mano en el rostro, mientras lloraba profundamente. Yo iba caminando con un carrito de libros para llevar a la biblioteca, cuando lo vi y no lo pensé. Llegué por detrás y le abracé.
Te amo, te prometo quitar la tristeza de tus ojos, despejar los nubarrones de tu mirada, dando paso a la felicidad más luminosa, a ti, a tu hijo, te lo prometo mi amor.
Estaba en una mansión en ruinas, donde reinaba la tristeza, un par de varones que eran campos minados. Me encontré de pronto en terreno inestable. Pero toda la vida había luchado contra emociones así. Quizás era mi destino llegar aquí. No lo sé. Con el paso del tiempo lo iré descubriendo.
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De assistant à épouse d'un millionnaire
De TodoSpin-off de La muñeca de Gabriel. La vida de Nathalie Sancoeur desde sus primeros años hasta que conoció a Gabriel Agreste. Ya sabemos su vida de casada y pocas cosas de su infancia por lo que ella ha mencionado, pero ahora iremos más allá de la vid...