La Puerta

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"Con un beso largo, sentido e intenso, te despedía."

Marcos: recuerdo aquel día especial...

Te besé la frente mientras respiraba tu hermoso perfume. Cerré la puerta, y con un frío golpe del helado herraje comencé el viaje otra vez.

Marisol me dijo, entre mate y mate, que iba a estar bien. Que esperar en la recepción calmaría mis nervios. Hice mi mejor esfuerzo, pero me costó controlarlos. Es una enfermera maravillosa...

Como torbellinos arremolinados vienen a mi mente las tardes serenas en el parque. Tus manos... manos temblorosas y agrietadas, casi descascarándose, me aferraban fuertemente en los paseos al final del día: supe que no querías irte.

El reloj. Ese quieto y fundido delirio de mi mente: pretender que las elásticas manijas se retuerzan hacia atrás. ¡Dame más tiempo! ¡Tiempo necesito! El reloj avanza y no se detiene. Y si lo hace, es tan sólo una fugaz ilusión.

La mirada asesina e insistente de pedir: ¡Por favor que no sea esta la verdad! Pero sí, saber que sí es. Te estás yendo pronto.

Una mano en el hombro, de tanto en tanto, y esos tacos retumbantes que llegan hasta el final del pasillo. Son los pasos de Marisol. Ecos que regresan desnudos para traerme el sordo vacío del presente. Y con sus rítmicos pasos, el goteo cayendo somnoliento, en la siesta lúcida de punzantes narcóticos.

Un minuto. Un minuto tardamos en mirarnos. Congeniamos en las dos primeras frases y ya éramos el uno para el otro. Aprendimos a conocernos y nos fiamos de la verdad.

Crecimos amándonos como si cada instante fuese "el día". Sí, ¡Ese día! Y cada mañana al abrir los ojos a tu lado, sentir tu perfume y el tibio calor de tus brazos sobre mí.

El día anterior te dije: ¡Vamos, ya es la hora! Preparamos la valija y partimos. Tus pasos cansados y la triste caminata hacían de ese reloj mi verdugo, parado al final del pasillo. Imperturbable. Nunca odié tanto desde ese día las agujas girando en círculos apretados e infinitos, sin rumbo.

Siempre me decías que daba igual lo que fuéramos o eligiéramos. Indefectiblemente la vida nos hacía dar estas vueltas, para llegar de nuevo al principio. Pero esta vez no quiero llegar, quiero irme de viaje contigo. No quiero más caminatas. Sólo quiero tocar tus ajadas manos, acariciarlas y olerlas.

La valija fue la caja más desesperante. Meter cosas adentro. Pero... ¿Qué cosas meter? ¿Personas? Si lo que se mete no vuelve. Es un viaje. ¿Qué podrás usar? Pondremos las alpargatas de osos. Esas ayudan para tus paseos y además son cómodas. Se llevan bien con tu piel delicada, son suaves y bastante graciosas. No fueron el mejor regalo, pero nos acompañaron en la travesía. ¡Las llevarás también! Meteremos el mate. Ese viejo mate de zapallo calabaza. El pequeño. Ya tiene un par de agujeros, pero después será un hermoso florero. Todo se recicla. Incluso la valija. ¡Qué delirios estos pensamientos! ¡Ya me están haciendo daño! Cada vez son más estrechos y sólo puedo imaginarte en ese viaje. Nuestros mundos confluyen y se miran. Los círculos se cierran, como todo hasta ahora.

Así nos conocimos: tarde de mates y una pequeña ronda. Tocamos rodilla con rodilla.

La prueba más difícil fue el día que esperabas a tu madre. ¿La recuerdas? La recibiste con una hermosa torta: blanca y esponjosa. Te costó perdonarla, pero pudiste. La vida te dio la fuerza para hacerlo y los años te dieron los cimientos que faltaban. Y en ese gesto prematuro, y con el abrazo fecundo, dejabas a tu madre seguir su camino en paz. Ya lo sabías. Llevabas por dentro las amarguras sin perdón. Ella siempre te despedía con un beso en la frente.

Ese fue el día que también conociste a Marisol. Sus ojos claros, su tierna mirada, sus labios suaves y hermosos.

¡Me acuerdo y me río! Ver el jardín que decoraste con todas esas plantas. Dibujaste en el fondo del patio, una gran sonrisa de rojos malvones entre los verdes matices de las enredaderas. ¡Chistosín y saltarín! ¡Payaso de circo! te decía. No dejabas de dar tumbos por la maleza, cuando querías demostrar algo en lo que habías usado tu imaginación. Desbordante, colapsado y expresivo. Si la vida te hubiera dado tantos cuerpos como energía, dos no bastarían. ¡Y qué bueno sería tener uno de repuesto!, para seguir un poco más cuando el cansancio aprieta los dedos del pie. Los malvones se te daban bien y los rojos labios de Marisol te los recordaban. ¡Suspirabas al verla!

El regalo que te llevás es aquel paisaje del barranco: el de la ronda de mate, la charla y la mirada. También el silencio misterioso, la verdad revelada y la sorpresa. Las manos calientes y la mirada perdida en el horizonte. Las cajas llenas de todas esas cosas.

La valija repleta de tierra es ahora una gran maceta de malvones. Malvones ardientes para esa fría pared que soñaba detenerte. Que soñaba suspender el tiempo y partir en dos el templado vidrio del reloj que nunca dejó de avanzar. La blanca cal de tu lápida que hoy pone tu nombre y no el mío deja, la marca de tu adiós. La valija te abriga y cierra la puerta para pasar el invierno. El viaje nos unirá para dar otra vuelta. El próximo mate me toca a mí. ¿Me esperás? Antonio.

―FIN―

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⏰ Última actualización: Nov 02, 2018 ⏰

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