Comienzo.

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1 de Febrero, Holmes Chaple, 1994.

-¡Vamos Anne, solo un poco más, por dios ya está llegando, ya veo su cabeza!- Logró decir esa jovencita de cabellos ordenados en una malla que ocultaba estos, llevaba una bata celeste y justo entre las piernas de Anne, estaba en cuclillas, un joven no tan mayor, su nombre era Des, Des Styles.

- Vamos preciosa, vamos tu puedes, tan solo un poco más- Anne lograba mirarlo de reojo mientras unos fuertes gritos de dolor salían de sus labios haciendo que se agarre fuertemente de la camilla, sintiendo como de su cuerpo salía un pequeño ser.

Un par de gritos más y un precioso pero travieso bebé salió del vientre por el que estuvo encerrado durante casi 9 meses. Cabellos aún escasos y de esos pocos, uno que otro rubio, con una piel blanca como las nubes y unos labios con una figura singular a un extremo de estos.

Y sí, curiosamente, ese niño de ojitos cerrados aún que estaba en brazos ya del doctor mientras se iba adecuando al nuevo mundo era yo. Ese coqueto niño que más que gritar al salir del cuerpo de mi madre, salí en silencio. Lo peor es que los estúpidos doctores me dieron 3 palmaditas en el trasero para que despertar.  ¿Querían gritos? Gritos les iba a dar. Un estresante y fuerte lloriqueo salió de mi garganta, haciendo que mi cuerpo se volviera rojo, más de lo que ya estaba, complaciendo a todos en ese lugar. Mi madre logró tranquilizarse y de un momento a otro, sentí un extraño objeto de goma apoderarse de todo el líquido que aún estaba en mis pulmones y así, poder sentir mejor el extraño olor a algunas medicinas, sangre y felicidad. ¿Soy bastante modesto cierto?

Ese día fue celestial, ver los bonitos ojos de mi mami, algo verdes y relucientes, con algunas lágrimas y mi padre, algo calvo por algún motivo, tratando de agarrarme la pequeña manito que tenía en ese entonces y tratando de calmar a mamá del pequeño dolor que se le hacía presente… nuevamente. Exacto, iba a ser hermano. Tener a un enano presionándome contra el otro lado de la bolsa en la que estábamos. Era mi oasis pero un inquieto niño compartía mi espacio privado. ¿Por qué seguir hablando de lo que había en la panza de mi mamá? El punto es que nací primero, más guapo, muy travieso, pícaro y carismático desde el primer momento. Pero… lo peor vino después. Este… pequeño ser que compartió mi oasis, no vivió mucho debido a un severo caso de tuberculosis que adquirió cuando estaba haciéndose un pequeño chequeo, el primero que ambos tendríamos. Culparon a los doctores de negligencia médica y yo solamente pensaba en succionar la deliciosa leche de los pechos de mi madre. ¿Divo? ¿Dónde?

Tampoco duró mucho todo esto. Febrero de 1999. Era la fiesta de mis 5 años y me habían organizado una muy linda fiesta. Recuerdo algunos pequeños detalles como un tonto payaso haciéndome reír hasta casi orinar mis calzones y mis primos que estaban a mi lado, bailando el clásico baile de la “Macarena”. Una noticia llegó a mi tía Rome, el nombre que le había puesto debido a que me era difícil pronunciar su nombre que la verdad, no quiero recordar. Ugh, esta tía qué cosas no me ha hecho. Ella comenzó a llorar inmediatamente. Logré visualizarla y con mi inocente mirada y osito en las manos, me acerqué a ella, mirándola con mis penetrantes ojos esmeraldas y le pregunté con ese pequeño hilo de voz que tenía qué era lo que estaba pasando, ella solo me regaló una sonrisa fingida y por supuesto, sus ojos llenos de lágrimas, susurrando seguidamente :

“Todo está bien”

Que mentira.

Días después, vestido de negro y con mi cabello rubio ya más notorio, me llevaron a un campo verde, totalmente verde en el que había gente llorando con el mismo color de ropa que yo. Pensaba lo terrible que se habían vestido hoy pero ignoré cualquier signo de tristeza o incluso desesperación de mis abuelos, tíos, familiares, etc. Me dieron un par de rosas blancas y me acercaron lentamente a los huecos que estaban en forma de rectángulos, con unos objetos de madera dentro. 2 ataúdes, uno al lado de otro, mientras la gente se comenzaba a exaltar más por ver mi presencia frente a estos. Sin ninguna expresión dibujada en mi rostro, procedí a tirar las 2 flores en los huecos, una en cada cavidad. Y lo entendí todo… Era mi último adiós. Mis padres habían muerto.

O eso creí.

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