La Bestia en el Bosque

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En una tierra lejana, más allá de las montañas neblinosas, donde en la espesura abundan criaturas y los aventureros son escasos, cuatro amigos se internaron en un bosque. Era un bosque siniestro. Un bosque desconocido para el mundo. Estaban de camino a un reino distante y en su ruta, no tuvieron más remedio que cruzar dicho bosque, del que les advirtieron más de una vez, ya que los inexistentes senderos en él habían sido la perdición de muchos exploradores. Se decía que lo habitaban bestias indescriptibles y que de quienes habían logrado verlas, pocos habían vuelto para contarlo. Ante tales historias, los cuatro amigos no hicieron más que emocionarse, pues creían que la hazaña de atravesar el tenebroso bosque sería una aventura más en su haber. El primero que entró en el bosque se llamaba Ben, el segundo se llamaba Pit, la tercera se llamaba Cina y la cuarta, siempre perezosa al final, se llamaba Gretel.

Caminaron por el bosque largo rato, siempre hacia el oeste. El follaje era tan espeso que era difícil saber en qué momento del día se encontraban, pero sabían que llevaban varias horas caminando. Varias horas sin un atisbo de claridad que les indicara el fin de su travesía. Varias horas sin saber de otra alma viviente en ese bosque, que no fueran ellos mismos. Ya casi en la oscuridad total, el temor los embargó al darse cuenta de que estaban absolutamente perdidos. Gritaron, pero sus alaridos sólo hacían eco entre las frondosas ramas del bosque. Caminaron casi trotando por otro rato, pero nada cambiaba en la espesura. Estaban tan perdidos como en un principio.

En aquel momento de incertidumbre, justo en el instante en que la desesperanza los abrumaba, el horror absoluto se acercó hacia ellos. Un horror reptante y sigiloso. No lo advirtieron por su sombra o su forma en sí, sino por su olor; un repentino hedor a podredumbre inundó el aire, como si la angustia y el miedo lo atrajeran. Y se acercaba cada vez más. Un diminuto y repentino haz de luz se hizo camino por entre las espesas copas de los árboles e iluminó los ojos de la monstruosidad saliente de entre las sombras. Pit fue el primero en ver aquella horripilante mirada y dio tal grito que Gretel cayó bruscamente al suelo del susto. Cina intentó levantarla, pero ambas quedaron petrificadas ante la escena. Ben dio un paso hacia delante y enfrentó a la criatura, la que se alzó en dos patas y aulló hacia el cielo escondido en la enramada. Mientras Gretel y Cina se reincorporaban, Ben cogió un ligero tronco del suelo y desafió a la bestia. Tras vacilar un poco, ésta comenzó a retroceder, cautelosa del arma que su adversario ahora tenía. Desde atrás, Cina y Pit halaban a Gretel de ambos brazos, pues su estrepitosa caída le había dejado una singular cicatriz bajo el ojo derecho, la que le impedía ver con claridad. Pero aún podía oír y oler a la horrible alimaña que atacaba a Ben. Luego de varios intentos de alejarla con el tronco, Ben terminó por lanzarlo hacia la bestia, la que se apartó rápidamente del impacto y trepó hasta la copa de un árbol con una agilidad espeluznante.

Un súbito silencio se apoderó del bosque en aquel momento. Los corazones de los cuatro amigos latían con rapidez y en aquel lugar perdido entre los frondosos árboles, sólo podían oír sus agitadas respiraciones. Se quedaron mirando entre ellos varios segundos y un acuerdo silente se produjo en seguida, como si de pronto pudieran leer sus miradas; al mismo tiempo, los cuatro comenzaron a correr lo más rápido que pudieron. Corrían y saltaban, evitando raíces enormes y troncos caídos. Ya no sabían hacia dónde iban y menos si aún se dirigían hacia el oeste, pues de pronto la importancia de llegar a aquel distante reino ya no era prioridad. Lo importante ahora era alejarse lo más posible de aquel horrendo ser.

Corrieron todo lo que pudieron e hicieron buen trecho entre el árbol por el que subió la bestia y ellos mismos, pero después de un rato, cuando ya los pies casi no respondían, oyeron las zarpas de esta criatura demencial rasgando violentamente el suelo tras ellos. El temor no acababa de inundar completamente sus corazones cuando, de un ágil salto, el horror viviente se abalanzó sobre Gretel y se la tragó. Los otros tres, petrificados por el miedo, no podían creer lo que veían sus ojos. De las fauces del monstruo emergió una especie de risa, un sonido gutural tan desagradable que los tres amigos tuvieron que taparse los oídos. Ben se llenó de valor ante lo que estaba viendo, y de una certera patada, cesó la grotesca risa de la bestia. Sin detenerse ahí, el valiente muchacho cogió una piedra barrosa del suelo y fue tal el golpe que le dio en la cabeza, que la piedra se partió en tres. La bestia despidió un alarido de dolor que hizo eco en todos los rincones del bosque, seguido de una mirada intensa y furiosa hacia su agresor.

Pit y Cina observaban boquiabiertos el dantesco escenario que tenían frente a ellos. Se aprestaban a correr de nuevo, bajo órdenes de Ben, cuando la bestia comenzó a emitir extraños sonidos desde su interior; su respiración se agitaba y su cuerpo nauseabundo se retorcía grotescamente frente a ellos. De pronto los extraños sonidos cesaron y el monstruo abrió nuevamente sus fauces, como queriendo devorar algo, pero en lugar de eso, vomitó a Gretel en su totalidad. La muchacha cayó al piso cubierta de una especie de masa verdosa y pútrida. Con dificultad se levantó y, sin decir una sola palabra, enfrentó al monstruo con la misma valentía que Ben. Pero esta vez, de nada les valió. La bestia ya recompuesta rugió profundamente, agitando cada hoja del bosque antes de volver al acecho. Pit y Cina comenzaron la huida mientras que Ben tuvo que asir a Gretel del brazo, quien aún pretendía enfrentar a la bestia; estaba medio aturdida por el extraño suceso del que había sido protagonista, sumado a que la cicatriz en su ojo derecho parecía haberse agravado estando dentro de la bestia, y con ello, su sentido de la orientación. Sin embargo, los cuatro se las arreglaron para huir nuevamente, corriendo hacia la primera dirección que les pareció correcta.

Mientras escapaban, Pit tomó una piedra y se la lanzó a la bestia que continuaba acorralándolos, pero gracias al agite de la carrera, la puntería le falló por mucho. Se aprestaba a coger otra piedra cuando Cina lo jaló del brazo para que siguieran huyendo. Las ramas y espinos al pie de los árboles chocaban contra sus rostros, pero las ganas de vivir eran más fuertes. De un momento a otro, Gretel corría a la cabeza del grupo, impetuosamente, casi como si supiera hacia donde se dirigía. Se adelantó un buen trecho y le perdieron la vista. Fue entonces cuando los árboles comenzaron a separarse y la oscuridad a disiparse; se acercaban a un acantilado. Al llegar ahí, con pavor miraron hacia atrás, pero la bestia parecía haberse desvanecido. Y con ella, Gretel. Escudriñaron la oscuridad, ahora con la ayuda de la luz de la luna, pero no había señal alguna de ninguno de los dos. Pensando lo peor, Ben se asomó al risco que tenían detrás, pero no parecía que Gretel -o la bestia- hubieran caído por ahí. Gritaron su nombre hasta el cansancio, pero nadie respondió.

Cuando decidieron que sería mejor continuar y buscarla, lo oyeron. Un rugido espantoso proveniente de las entrañas del bosque frente a ellos, casi a pasos desde donde habían llegado. Pero no era un rugido solitario; la bestia rugía y con ella, gritaba una mujer. Ben, Pit y Cina se quedaron inmóviles. Los alaridos hicieron eco en el acantilado tras ellos, y tan repentinamente como surgieron, se acallaron. Todo quedó en silencio otra vez. De pronto, las nubes tomaron el lugar de los árboles y esta vez fueron ellas las que cubrieron la luna, dejando todo en penumbra. La incertidumbre y desesperanza volvieron a abrumar a los amigos; el horror absoluto se acercaba una vez más. Reptante y sigiloso. Un repentino pero familiar hedor a podredumbre colmó el aire, atraído por la angustia y el miedo. De pronto, un diminuto haz de luz y una mirada acechante y monstruosa entre las sombras.

— ¿Qué hacemos? —preguntó Pit, desesperado.

— O saltamos o lo matamos —respondió Cina, mirando fijamente la oscuridad.

— No —interrumpió Ben, pasmado—. No es el mismo monstruo.

— ¿Cómo que no es el mismo monstruo? —se extrañó Pit.

— Míralo. Tiene una cicatriz bajo el ojo derecho.

La Bestia en el BosqueWhere stories live. Discover now