.—«Erik... Yo...»— El joven le miró fijamente a los ojos durante unos instantes, transmitiendo toda la duda e inseguridad que el alemán le hizo sentir al confesar tan de repente sus sentimientos por él. Pero es que ya no era capaz de ocultarlo ni un solo minuto más. Cada día se le hacía más difícil el no dejarse llevar por sus instintos; el no abrazarle y besarle hasta no dejar rastro de aire en los pulmones del menor. Esos mismos instintos que ahora mismo le impulsaron a abarcar con su grande mano la delicada mejilla del castaño, inclinándose hacia delante con una fuerza aún mayor que la de su voluntad. Y estaba a punto... Charles se encontraba a escasos centímetros de su rostro. La respiración se le entrecortó al sentir cómo los húmedos labios ajenos entraban en contacto con los propios, provocando que esbozara un suspiro de puro gozo. Iba a hacerlo... Le demostraría todo lo que llevaba sintiendo por él desde hace meses. Y el chico no se negaba, ¡joder! Si incluso hubo agarrado con suavidad su cuello para que no se atreviera a echarse hacia atrás en el último momento. Eso fue todo lo que necesitó para dar el último paso y finalmente... «PIPIPIPI PIPIPIPI PIPIPIPI»
.—Agh, joder—. Gruñó en frustración el pelirrojo que, tras haber abierto los ojos de forma abrupta por culpa del incesante estruendo del despertador, se dio cuenta de que aquello no fue más que otro cruel sueño relacionado con Charles. Un chico más joven que él (aunque no sabía ciertamente cuánto) que trabaja de camarero en la cafetería que frecuenta todas las mañanas desde hace unos años. Al principio comenzó a ir a ese lugar por la cercanía que tenía en relación a su actual trabajo, y porque servían unos cafés hechos tal y como a él le gustan. Lehnsherr siempre ha sido muy especial para la comida, sobretodo siendo él un chef de tan buenas proporciones. Por eso le costó tanto encontrar un establecimiento que contrarrestara con sus gustos. Cabe decir que al principio sí que iba por el servicio, en cambio, no recuerda si quiera el momento exacto en el cual el menor fue contratado. Tampoco recuerda cómo es que fue ganándose tanto su atención... pero en cuanto quiso darse cuenta estaba completamente perdido por ese enano de melena revoltosa que cada mañana le saludaba con una deslumbrante sonrisa. Ya podrían servir los peores cafés del mundo, que aún así Erik continuaría yendo.
Estiró los agarrotados músculos aún encontrándose bajo las cálidas y suaves sábanas de su cama, bostezando una y otra vez. Todas las mañanas se le hacía jodidamente complicado despegarse de las sábanas y comenzar con una energía que no existía un nuevo día. Y es que de tan solo pensar que también tendría que levantar y preparar a sus hijos para ir a la escuela sentía que era capaz de tirarse por la ventana un día de estos. Fue al baño con gran pesadez, chocando contra todos los muebles de la habitación en lo que se frotaba los ojos con ambas manos para quitarse las legañas. Satisfizo sus necesidades en el váter y se lavó el rostro con agua bien fría. «Bien...» Pensó para sí mismo mientras miraba fijamente su reflejo en el espejo. «Ya no parece que te haya atropellado un camión de estiércol»
Sí, difícil de creer, ¡pero Lehnsherr tenía sentido del humor y todo! Qué pena que nadie pudiese leerle la mente para darse cuenta de que no está tan muerto por dentro como normalmente aparenta.
—¡Wanda, Lorna, Pietro! —. Llamó uno por uno a cada uno de sus perezosos hijos, quienes contestaban con un suave gruñido en respuesta al golpe de sus respectivas puertas. Esta semana le tocaba a él cuidar de sus tres hijos, incluido el fin de semana entero ya que Magda (su ex-mujer) viajaba por temas de negocio. Sinceramente a él le parecía perfecto, amaba a sus niños tanto que daría la vida por ellos. Aunque a veces eran éstos mismos quienes se la hacían imposible. Pero cómo enfadarse con ellos cuando nada más presenciar esas caritas inocentes inundadas en sueño se le derretía el corazón.
Lorna era la hermana mayor de los tres. Tenía 10 años, y gracias a sus insistencias ahora extravagantes mechas verdes adornaban su cabello originalmente negro. Pietro era el mediano con 8 años, hiperactivo a todas horas y un particular pelo platino de nacimiento.
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Tastes like coffee
RomanceErik es un padre soltero, Charles trabaja en la cafetería más cercana a su trabajo. No saben casi nada el uno del otro, pero Erik nunca esperaría el enorme secreto que oculta Xavier bajo el uniforme y su aspecto de joven promedio.