El olor al café de todas las mañanas que amanezco en tu casa, que es todavía más rico si te veo batiendolo. Con tu delicadeza de no ponerle agua de mas, con mi torpeza de siempre aguarlo. Con tu paciencia de "le agregamos más y se arregla, ya está"
Con las ganas incontrolables que tengo de abrazarte fuerte, con el deseo de que en ese abrazo te conviertas en mi misma, para que desde adentro mío puedas ver todo lo que pasa sin decirlo. Como cuando te miro a los ojos color verde paraíso que tenes y se te arrugan un poquito porque me sonreis. Justo en ese momento siento un millón de palabras sonando alrededor mío en el medio del silencio de tu almohada.
Pero en la cocina sonamos nosotros, ruidosos y jovenes. Suena la pava avisando que apaguemos el fuego, aunque ninguno de los dos sabe bien como hacerlo. Porque cada vez que lo intentamos se prende más y más, ardemos en una hoguera cada vez que nos tocamos, se nos escapan las ganas por todos lados y nos entregamos, sin importarnos la pava en el fuego o el reloj que no frena ni un segundo para regalarnos otro ratito a solas. Por eso abro mis brazos lo más grande que puedo y te pido que ingreses en ellos, me estiro lo máximo posible para atrapar toda la inmensidad que te rodea y cuando ya estás cómodo los cierro con fuerza, la misma fuerza que hace que el fuego de la pava derrita al reloj que nos apura inconcientemente, sin darse cuenta que te necesito en cada momento. Pero es más ingenuo que inconciente si piensa que por estar tictaquendo me va a impedir darte un beso más.
Y así, con el reloj derretido y la pava hirviendo nos quedamos flotando, manejamos el tiempo a nuestro antojo, que pasa rápido si te tengo lejos y me vuelve eterna si escucho tu voz. Entonces riéndonos y burlandonos de lo único que podría arruinarnos, yo te pido que me batas otro cafe, aunque sea mediodía, tarde o noche, da igual. Para mi siempre va a ser feriado a la mañana si estoy con vos.