Capítulo 42

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Con el codo flexionado y apoyado contra el borde de la ventanilla, descanso mi cabeza sobre mi puño y observo a Kane Velkan mientras conduce. Sus manos agarran el volante con seguridad y sus ojos se mantienen fijos en la carretera cuyos límites se observan difusos debido a la baja niebla que nos rodea. Al frente, las montañas se asemejan cercanas, no como hace un par de días cuando partimos del pequeño pueblo de pescadores. A la izquierda, un gran bosque que parece extenderse más allá de donde alcanza la vista. Los gruesos troncos de los árboles se elevan como si quisiesen rozar el cielo y sus ramas, cubiertas de abundantes hojas de distintas tonalidades otoñales, se entrelazan las unas con las otras formando una red impenetrable que apenas deja pasar los anaranjados rayos del atardecer. Entre los troncos tan sólo se vislumbran sombras y la niebla que lo hace parecer todavía más siniestro.

Kane masajea el puente de su nariz y el movimiento atrae mi atención.

— ¿Quieres que conduzca yo? —ofrezco al percatarme del cansancio que se dibuja en sus rasgos.

Él niega.

— No, estoy bien —responde y su mirada se dirige hacia el espejo retrovisor donde se observa la imagen de Jay profundamente dormido sobre los asientos traseros y tapado con su chaqueta como si fuese una manta —. ¿Por qué no sigues su ejemplo y duermes un poco?

Nah, prefiero mirarte —contesto y el tono cálido que impregna mi voz hace que sus ojos se desvíen de la carretera durante un segundo para enfrentarme.

No puedo evitar la pícara sonrisa que se extiende por mi rostro cuando su mirada encuentra la mía. Entonces, recuerdo nuestro beso en esa gasolinera y siento como mi temperatura corporal aumenta. Ojalá estuviésemos solos. Podríamos detener el coche en el borde la carretera y simplemente dejarnos llevar. Sé que él está pensando lo mismo porque le manda una mirada molesta a Jay, que ajeno a la tensión que parece incrementarse en el interior del coche, duerme plácidamente con una expresión tranquila en su aniñado rostro.

De repente, mis oídos captan algo y mi cuerpo se tensa. Mi sonrisa se borra lentamente mientras me incorporo en el asiento.

— ¿Qué ocurre? —pregunta Kane dándose cuenta del cambio.

Asciende entre los árboles, se desliza alrededor de los tallos de las pequeñas hojas y es arrastrado por el viento complicando el poder averiguar de dónde procede.

— ¿Qué es eso? —pregunta Jay ahora también despierto y alarmado.

El sonido se intensifica y, entonces, lo reconozco.

—Aullidos

Sin previo aviso, algo salta en medio de la carretera y Kane presiona el freno de forma brusca. Las ruedas chirrían contra el pavimento mientras nuestros cuerpos se lanzan hacia delante. Coloco mis manos contra el salpicadero amortiguando el golpe hasta que el coche se detiene finalmente.

— ¿Qué mierdas... —las palabras de Kane mueren cuando al elevar la vista vislumbra lo que se encuentra al otro lado del cristal.

Los latidos de mi corazón se aceleran incapaz de apartar la mirada. Entre la niebla y las densas sombras se observa una gran figura. Su pelaje es de un negro tan oscuro que parece absorber la luz que emiten los faros del vehículo. Sus poderosas garras dejan profundas marcas en el frágil cemento y el aire sale con fuerza de sus fosas nasales levantando el polvo de la ligera capa de tierra que lo cubre.

— Que nadie mueva ni un solo músculo —susurra Kane en el interior del coche.

Sin embargo, su voz parece alcanzar los oídos del imponente animal pues éste eleva bruscamente su cabeza en nuestra dirección. Contengo la respiración cuando mis ojos se topan con los suyos. Jamás había visto un azul tan intenso y electrizante. Ni siquiera la tonalidad clara de los de Jay, paralizado en el asiento trasero, se aproxima a semejante explosión de color.

La chica sobre los tejados © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora