La niña había perdido la cuenta de los días que llevaba vagando perdida, finalmente tropezó con una rama y, debilitada por el hambre y la sed, ya no volvió a levantarse.
El cuerpo de la pequeña llevaba en el suelo del bosque varios días, el tiempo iba pasando y con las pocas fuerzas que le quedaban solo podía llorar, miraba el cielo apenas visible escondido entre las hojas de los árboles mientras las lágrimas silenciosas se deslizaban por sus mejillas.El último día, sus ojos estaban cerrados. Una mueca de dolor se dibujaba en su rostro y en aquel estado de semiinconsciencia, su mente pareció querer jugar.
El hambre y el frió que tantas noches la habían acompañado desaparecieron. Como si de un sueño se tratara, se levantó despacio notando como el cansancio se desvanecía pero, cuando quiso dar un paso, se dio cuenta de que sus pies no podían despegarse del suelo.
Los dedos estaban expandiéndose y creciendo mientras se adentraban en la tierra. La espalda comenzó a estirarse al igual que los brazos que casi con voluntad propia se alzaban hacia el cielo. Presa del pánico intentó gritar pero cuando abrió la boca, de esta no salió ningún sonido. Quería llorar pero de sus ojos no salían lágrimas, quería retorcerse y correr pero su cuerpo no le respondía. Cuando por fin logró mirar hacia abajo, se vio a sí misma tumbada en el suelo; pálida, esquelética sin vida, muerta.Así comprendió que, si su destino había sido morir en aquel bosque acompañada únicamente por el dolor y el frió, su siguiente vida no podía ser tan mala. Cerró los ojos y se dejó ir; la tierra le abrazaba los tobillos, su piel antes pálida se tornó marrón, sus brazos siguieron estirándose hacia el cielo enrollándose en los mechones de su pelo que, en lugar de ser rubios, habían adquirido un tono verdoso. La niña intentó abrir los ojos para ver qué sucedía pero estos ya no existían, ni su nariz, ni sus oreja, ni su piel, ni tan siquiera sus huesos. Notaba el calor del Sol donde antes estaban sus manos y notaba como el agua del subsuelo atravesaba los dedos de sus pies ascendiendo por su cuerpo. De haber tenido boca, sin duda habría sonreído.
Los ciudadanos del pueblo habían recorrido el bosque durante semanas buscando a la hija pequeña del leñador pero, por más que miraban el lugar donde un viejo pastor juraba haber visto un cuerpo pálido tirado en el suelo dos noches atrás, los campesinos solo veían un joven árbol mecido por el viento.
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Relatos cortos
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