Capítulo 3. Hermana menor

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3.

Los días pasan y con ellos el fin de semana se acerca, trayendo consigo fiestas, alcohol y descontrol total.

Estoy impaciente porque suene el timbre que indica el final de la clase, es viernes y muero por irme a mi casa de una maldita vez. En la noche hay fiesta en casa de uno de mis antiguos amigos y tengo que prepararme; no es una fiesta normal con ropa sport, mis compañeros de mi anterior escuela se caracterizan por sus lujosas fiestas de cumpleaños y yo tengo que ir bien presentable, aparentando ser la que era antes.

El timbre suena y rápidamente me pongo de pie, jalo mi mochila y salgo de clase. La puerta de salida se ve tan cerca.

—¿A dónde crees que vas? —Se interpone la secretaria en mi camino y bufo molesta.

Olvidé completamente el hecho de que me tengo que quedar dos malditas horas haciendo Dios sabe qué.

La secretaria me agarra del brazo y me lleva al cuarto del conserje, pone en mi mano un trapeador y antes de entregarme el balde que tiene en su mano derecha, me quita mi mochila.

—Para que no te escapes esta vez —me recrimina y ruedo los ojos.

El año pasado me escapé de un castigo igual al actual, pero no voy a hacerlo de nuevo porque no quiero correr el riesgo de ser expulsada. Mi mamá acaba de dar a luz y no quiero preocuparla, ya bastante tiene con limpiar el trasero de mi hermana de tan solo un mes de nacida.

—No husmee en mis cosas —le digo y ella ríe entregándome el balde.

Se cuelga mi mochila al hombro y se va de allí dejándome encargado limpiar todos los pasillos.

Ni siquiera en casa limpio tanto y tengo que hacerlo aquí. Ironía de la vida.


~*~


Un pasillo más, me aliento internamente. Ahora odio más la escuela, tiene como un millón de pasillos. Y quizás estoy exagerando; pero el dolor en mis brazos y el olor fétido que ahora tienen mis manos por enjuagar el trapo una y otra vez, me hicieron el trabajo más pesado.

Un metro más. Ya voy a terminar, solo tengo que enjuagar el trapo una maldita vez más, botar el agua del balde y dejar las cosas en el cuarto del conserje. Por cierto, ¿hay un conserje, o es que tienen a un castigado todas las semanas para hacer este trabajo?

Termino y me dirijo a recepción, todavía asqueada por el olor de mis manos, y eso que las he lavado tres veces, y con jabón líquido.

—¿Aprendiste la lección? —pregunta burlona la secretaria, mirándome por encima de sus gafas y asiento rodando los ojos.

Nunca más voy a llegar tarde a clases.

—Mi mochila —pido estirando la mano y ella levanta una ceja.

—¿Las palabras mágicas?

—Por favor —resoplo y recibo mi mochila.

—Pasa un buen fin de semana —me dice cuando abro la puerta hacia la libertad, y sin voltear, le respondo con un igualmente.

Llego a mi casa y abro la puerta, tiro las llaves en la mesa del vestíbulo y corro a la cocina muerta de hambre.

—Comida, comida, comida... —murmuro revisando en el horno, en el microondas y luego en el refrigerador. Pero no encuentro nada.

—Qué tal si buscas aquí en la mesa —dice papá a mis espaldas y volteo encontrándome con su mirada divertida.

Me acerco y después de darle un beso en la mejilla me siento a devorar mi almuerzo.

—¿Por qué has llegado tarde? Debías llegar como hace dos horas —cuestiona mirando su reloj y hago un gesto con la mano restándole importancia, más concentrada en el delicioso puré de papas y el filete que ataco sin piedad con el tenedor

—Me castigaron por llegar tarde a clases —digo, cortando un trozo de carne.

—¿Cuántas veces? —pregunta curioso y ruedo los ojos.

—Cinco —informo entre dientes y él me mira incrédulo.

—¡Esa es mi hija! —exclama abrazándome y lo empujo, divertida y aliviada para seguir comiendo.

—¡¿Ethan Joe Willow, no se supone que debes corregir a nuestra hija y no felicitarla?! —Mi mamá entra en la cocina, y mi papá ríe.

Ups, estás en problemas, me dice papá con su mirada.

—Hola, mamá —mascullo con una sonrisa y ella niega con la cabeza en desaprobación.

—Gia, ya te he dicho que no debes llegar tarde a clases, ni saltártelas. Eso afecta tu historial y...

—Oh amor, déjala, recién está empezando el año, además no creo que haya avanzado más de cinco páginas en todos los cursos juntos —dice papá en mi defensa y lo miro agradecida, terminando de comer.

—Mamá, papá tiene razón, pero no te preocupes, después del castigo de hoy nunca más llegaré tarde a clases. —Me acerco a ella y beso su mejilla.

—¿Qué castigo te... —empiezan a preguntar mis padres, y yo salgo rápidamente de la cocina.

Subo las escaleras y antes de entrar a mi habitación, entro a la de mi ruidosa e indefensa hermana menor.

—Hola bebé —susurro agachándome en la cuna y depositando un beso en su pequeña mejilla.

Está dormida. Gracias a Dios o sino estaría llorando —chillando— por un cambio de pañal o comida, o ambos.

Salgo de allí haciendo el menor ruido posible y cuando llego a mi habitación, cierro la puerta de golpe. Instantáneamente se escucha el llanto de mi hermana.

—¡Gia! —grita mi mamá desde la planta baja, luego escucho como sube las escaleras y entra a la habitación de la bebé.

—Lo siento —mascullo, recordando que ahora no puedo ir por ahí dando portazos o poniendo música a alto volumen.

Contrólate, Gia, hazlo por tu hermana recién nacida, aconseja mi subconsciente.

Ser la hermana mayor...

Apesta.

Until you're mine © |Logan LermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora