S I E T E

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La protagonista esta a oscuras, privada de luz,

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Tengo suerte de tener los auriculares puestos, así soy el único que puede disfrutar de tu llanto

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Tengo suerte de tener los auriculares puestos, así soy el único que puede disfrutar de tu llanto. Mi sangre burbujea, subo el volumen y me deleito con tu sufrimiento. ¿Creías que merecías cosas malas? ¿Querías caer bajo? ¿Seguirte menospreciando? ¡Adelante, que empiece el espectáculo!

Por los altavoces comienza a salir poco a poco ruido blanco, el volumen es apenas perceptible. Al principio, no lo notas, te quedas en el suelo y te retuerces en tu propio sufrimiento. El sonido empieza a colarse entre tus dedos, casi puedo notar cómo tu corazón late con más fuerza. Tu pecho sube y baja, te agitas. Suena cada vez más alto, hasta que tus parlantes comienzan a temblar. El suelo vibra, te aturde. Es horrible, insoportable, incluso para mí.

Me encanta.

Gritas, desesperada, pero tu voz se ve ahogada por el sonido que inunda el lugar. ¿Sabía que así suena el espacio, el vacío? El volumen está al máximo y tengo que alejarme de los auriculares porque siento que mis oídos sangrarán.

Colocas la almohada sobre tu cabeza. ¿Qué prefieres? ¿Sofocarte o quedar aturdida para siempre? No te preocupes, mi intención solo es asustarte, no pretendo dejar secuelas. De lo contrario, no podríamos disfrutar el después.

Y de pronto, silencio. Habías estado gritando todo este tiempo sin darte cuenta y te asustas cuando escuchas el sonido de tu propia voz. Veo que te apartas de la almohada, estás sudada y mareada. Frotas tus ojos, rojos, y no puedes evitar mirar de nuevo a la pantalla del televisor.

Es tan divertido ver tu expresión de terror mientras vuelco el contenido de los archivos privados de tu teléfono. Sientes arcadas. No te preocupes, yo también lo hice. ¿Cómo no sentir asco de descubrir que quién creí un ángel puede llegar a ser tan asquerosa y repulsiva? ¿Tienes dignidad o se te perdió en una borrachera? Pero no te preocupes, los errores existen para aprender de ellos. Yo te haré ver tus fallas y me aseguraré de que más nunca las cometas.

Miras las capturas de pantalla. Son montajes que hice de tus fotografías en páginas pornográficas. Relájate. No las subí, pero te muestro cómo podrían verse si por accidente alguien las publicara.

Fue una tarea sencilla. Gracias por darme el tiempo necesario, mientras, te retorcías y llorabas el suelo. En perfecta armonía con las imágenes que ves, tu teléfono con cinco por ciento de batería suena en el piso superior. Recuerdas que existe. Sin embargo, ¿sabrás en dónde dejaste la batería externa que te regalé? Te lo dije antes y te lo repetiré ahora: todo este tiempo te estaba preparando para este momento. Me convertiré en tu héroe.

Vuelves a mirar la pantalla del televisor. Tu teléfono grita y pide tu atención. Escuchas un torrente de notificaciones y mensajes que te llega. El pánico te abraza y se cuela hasta lo más profundo de tus huesos.

Subes mientras rengueas. El dolor se extiende por tu pierna y no puedes flexionar el pie. Tus chillidos crecen por cada escalón que pisas. Te apresuras más y más en la parte superior, llevas tus manos a tu boca y la oprimes. Corres a pesar del dolor y te encierras en el baño.

Vomitas.

Tu almuerzo y hasta la cena del día anterior se mezclan con el agua del váter. Enciendo una luz tenue en el baño para ayudarte, pero sale peor de lo imaginado. Cuando ves tu rostro en el espejo, gritas como nunca lo has hecho en tu vida, incluso, tu garganta se desgarra. No te asustaste ni tuviste miedo. Fue desolación, odio por ti misma.

Dejas que el agua corra y te lavas la boca. Te agachas y pones tu cara directo en el chorro. Quieres que el agua se lleve tus pecados. Pierdes la noción del tiempo en aquella posición. Pero yo no. Estás así durante diecisiete minutos. Cierras el grifo y secas tus manos en el vestido. Caminas hacia tu cuarto. Ves tu móvil en el piso y suena una última vez. Se apaga. Por fin ha muerto. Se quedó sin batería.

Te regalas al destino. No te dejas llevar por la ira ni por los nervios. Como una autómata buscas el cargador que te regalé. Lo encuentras pronto, lo tenías en tu mochila de la universidad. Lo enciendes y dice que tiene un 86% de carga.

No lo creo. ¿Es en serio? ¡Le das uso! Mi corazón se hincha de alegría al ver que, en algo, sí me hiciste caso. Lo conectas. Te aferras a tu teléfono como si tu vida dependiera de él y, en parte, es cierto porque en este momento sé que sientes que sí lo hace.

Lloras cuando la pantalla se enciende, tienes miedo. Quieres saber la verdad. Te imaginas los mensajes, las notificaciones, los insultos. Tu familia, tus compañeros y tus amigos —o al menos, los que pensaste que sí lo eran—.

Él, sé que piensas en él. Lo noto en tu mirada. ¿Qué dirá cuando te vea expuesta en internet?

Lo prendes. No obstante se reinicia. Vuelves a probar pero sucede lo mismo. Hago que cada vez que se encienda, se reinicie. Solo quiero jugar contigo un poco más. Después de cinco minutos, me detengo.

Tragas saliva y esperas. Sonrío al ver tu expresión de confusión. Buscas en donde sea. Te metes en las URL que te mostré. Chequeas páginas porno, visitas blogs. Refrescas tus redes sociales. Abres, cierras y vuelves a abrir tus mensajes. Eliminas caché y vuelves a abrir todas tus sesiones. Piensas que debe ser un error; no sucede nada. Absolutamente nada.

¿Qué esperabas? Ninguna fotografía se coló, no fue más que la manera que tengo para hacerte perder los estribos. Nadie te envió mensajes y nadie lo hubiera hecho aunque todo esto fuera verdad.

¿Sabes por qué?

Porque solo hay una persona en el mundo a quién le importas y soy yo. 

 

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