Capítulo 2: Confrontación

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A/N: Gracias por su recibimiento. Ha sido espectacular. Tenía pensado hacer dos capítulos y ya, pero al releer mi historia vi que habían algunos espacios sin conexión. Y lo importante es que el relato sea coherente y verosímil. Espero que les guste este capítulo. Recuerden que es Mature, por si el contenido ofende a alguien. Mil gracias otra vez. 

La hora de la cena parecía interminable. El único anhelo de Louis era estar solo para no correr el riesgo de enfrentarse a Clementine. Tenía programado irse a comer frente al fuego, alegar una falsa sensación de frío, y quedarse combatiendo sus pensamientos. Pero entonces AJ lo tomó del brazo.

—Louis, siéntate con nosotros.

—Es que... —tosió— Estoy empezando con una gripe. Y créeme, no quieres que te contagie. Mañana, un caminante se verá mejor que yo.

—Pero somos el equipo diversión.

La ilusión en el rostro de AJ era impagable. Un niño de tan corta edad se había vuelto la persona que más expectativas tenía sobre Louis, como si fuera un hermano mayor. Un superhéroe. Por eso, no tuvo corazón de darle un desaire.

—Tienes toda la razón, hombrecito. —accedió Louis, sonriendo con docilidad, aunque tragó saliva cuando se percató de que el asiento libre quedaba junto a Clementine.

En la mesa, la mirada intensa de la joven se tropezó con la de él. El contacto fue breve, pero agudo, como si una fuerza invisible los conectara desde el pecho y los obligase a colisionar una y otra vez, sin importar lo avergonzados que se sintieran. Ambos notaron que se estaban rozando inconscientemente. Es que de pronto fue natural que una mano buscara a la otra de cualquier forma, aunque fuera para algo tan vanal como pasarse los cubiertos. Con cada movimiento entre sus figuras, Louis se sentía cada vez menos capaz de seguir esquivándola. ¿Adónde podía huir? Sobrevivir le parecía una travesía más accesible que la huída. De morir también se sentía capaz, extrañamente. Es muy posible querer desvanecerse porque se desea demasiado a una persona.

Como nunca, los más jóvenes del grupo se apoderaron de lo que se habló esa noche. El aproblemado par, por otra parte, fueron invisibles. Eso hasta que los platos se levantaron y el grupo se dispersó dirigirse a los dormitorios. Clementine y AJ fueron los primeros en cruzar la entrada. Louis entró al final, un tanto lento, reflexivo. Pero la introspección se acabó de golpe cuando Clementine le salió al paso en las escaleras.

Conocía esa postura, con los brazos firmes hacia los lados y el mentón en alto.

—Ven conmigo. Tenemos que hablar. —ordenó ella.

Mierda. Aquí venía la conversación que tanto temía. Se acababan las evasivas y las negaciones. Tomando aire, Louis siguió a Clementine por el pasillo hasta que ingresó a lo que había sido la oficina de Marlon. Para cuando él cruzó la puerta, la chica había logrado encender una vela y se disponía a tomar asiento sobre el escritorio. Louis prefirió quedarse de pie, a una distancia prudente.

Como siempre, Clementine omitió irse con rodeos.

—Últimamente me has estado eludiendo y no me gusta. No has sido tú mismo. Siempre has sido el que reúne al grupo y calma los ánimos con un juego o algo, pero ahora rehuyes la compañía, y a ti no te gusta estar solo.

Era cierto. Detestaba la soledad, y el silencio le causaba reticencia, porque el aislamiento lo hacía pensar demasiado en la familia que no volvería a ver, en las personas que había perdido, en las escasas probabilidades de llegar a los dieciocho, y en las pesadillas en las que era mordido o peor. Pero ahora necesitaba de aquello, porque lo que sentía era más fuerte que sus temores.

Antes, estar a solas con Clementine no tenía mayor ciencia. Se sentía dichoso con ella, como renovado, y hasta ahí llegaba. Ahora le resultaba complicado controlar su imaginación. De él se desprendía un tenue, pero envolvente calor. Y era veloz, violento, determinante.

—¿Qué te ha ocurrido, Louis?

Y él gritó mentalmente "¡Te quiero!" "¡Te deseo!", para que llegara a su corazón su voz desesperada. Para no arruinarlo con la torpeza de las palabras. Louis abrió la boca, pero la lengua se le hizo pesada. ¿Cómo podía explicarle sin quedar como un bastardo depravado? Lo abofetería y le cerraría la puerta en la cara para no volver a hablarle. Se iría todo a la mierda. Prefirió callar lo principal y limitarse a decir:

—Tú ya lo sabes.

Un singular pudor subió al rostro de Clementine, sintiéndose en evidencia. Apartó la mirada de inmediato, viendo a un costado. Para romper con el aparente quiebre generado con su frase, Louis comenzó por disculparse por lo que no lo habían acusado.

—Fue un accidente. No pienses que te estaba---

—Lo sé. —dijo ella viendo al piso, un poco apenada.

Una clandestina vergüenza estremeció a la chica. De pronto le surgieron importantes dudas que sólo él podía contestarle. Acariciaba el escritorio para apaciguarse. Es que se deshacía en ansias.

—Dime la verdad. Cuando nos besamos, ¿sentiste algo más allá del momento, o ya no te gusto?

—Diablos, ¿pero qué dices, Clem? —preguntó Louis, apenas creyendo lo que estaba oyendo—. Claro que me gustas. Me gustas mucho. ¿A quién no le gustarías?

Esa respuesta hubiera encantado a cualquier chica de la edad de la edad de Clementine, pero ella todavía no terminaba.

—Y cuando me viste en el arroyo, ¿te gustó?

Pasmado, Louis clavó sus ojos en los de la chica. A lo mejor había escuchado mal. Pero no. Al hallarla mirándolo apaciblemente, se asombró con la naturalidad con la que ella le había hecho esa pregunta, como si él se lo hubiera dicho. Sonrió espontáneamente en reacción. La miró largo rato, convulsos los dedos, como si todavía estuviesen junto al agua, y se dijo que era sublime, y un requiebro recóndito lo invadió. 

—Clem... fue mucho más allá que gustarme. —admitió. Ése era el problema.

—Muéstrame.

Y él comprendió que aquel "muéstrame" quería decir "te quiero". Acortó la distancia, acercándose a ella cada vez más impulsivo, con una chispa enigmática sobre sus ojos, hasta que la tomó del rostro y la besó arrebatado. Y el beso entre ellos era ardoroso también, porque un instinto desconocido los empujaba a abrir sus bocas y dejar que sus lenguas se encontrasen por primera vez. Suaves gemidos involuntarios se escaparon de ambos. 

Qué maravilloso. Qué delicia de sensación. ¿Por qué no lo habían hecho antes?

Las manos de Clementine fueron a dar al cabello del chico, enredando sus dedos. Él la apegaba a su cuerpo desde la cintura, hasta que ya no fueron sólo dos bocas unidas, como en el piano, sino ellos dos, cabales, de pies a cabeza, separados por la ropa y más nada. Calor, demasiado calor. El beso, el escritorio, el contacto frenético entre sus anatomías, conferían el tinte de un descubrimiento. Y supieron cuán excitante era rozar sus lenguas, y la dulce agonía de semejante cercanía. Ella y él.

Pero cuando Louis llegó al cuello, una dura protuberancia lo traicionó cuando chocó contra el vientre de la chica.

Mierda.

Una aguda expresión de sorpresa se hizo presente en las facciones de Clementine, frenando los besos de inmediato, como si hubiera despertado de un hechizo. Sólo entonces bajó la mirada y reparó tanto en la erección de él como en la sensación de hinchazón que experimentaba su propio sexo.

Reinó un momento de estupor. Convirtiéndose en víctima de su inexperiencia, Clementine se vio sobrepasada. Se asustó. 

—Lo siento. —dijo apenada, apartándose de Louis y acomodando apresuradamente sus ropas al salir.

Louis quiso llamarla, pero su afán se quebró en una especie de grito ahogado y ronco. No podía llamarla; ¿cómo hacerlo, si había visto el sobrecogimiento en su semblante? Le dio su espacio, para tranquilizarla. Lo último que quería era que ella le temiese.

Se tomó unos segundos para recobrar la normalidad en su respiración y partió a su habitación. Todavía tenía entre sus piernas un problema que resolver.

The best kind of trouble  [ClementineXLouis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora