II

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Al observar la entrecortada luminiscencia de un relámpago filtrándose a su camarote, se cuestionó repetidamente si lo que había hecho podría considerarse un acto de coraje y valía, o un imprudente episodio de impulsividad. 

—¿En qué me he metido? 

Tan pronto sus tíos se percataran de que las escrituras ya no estaban en su poder, y que Cordelia no estaba con Alphonse Bonnet, seguramente ya no tendría un lugar en la mesa de los Leone o una habitación que aguardara por ella en la finca. Cordelia les habría mentido y les había robado y con ello había insultado su hospitalidad. La confianza de su única familia se había perdido.

Evaluando las consecuencias de su elección se había dado cuenta que no estaba preparada: Cambió las cálidas almohadas de plumas en una cómoda habitación en la finca, por unos trapos pestilentes de lana dura que apenas le cubrían; o la sopa caliente y el pan recién horneado, por el engrudo a base de avena como desayuno. 

¿Valdría la pena todos los inconvenientes y todos los sacrificios invertidos en este intento de consecución personal?

—Lo vale —susurró una voz muy dentro de ella. —Vale cada legua, cada mentira y cada lágrima derramada de miedo e incertidumbre—, Insistió la misma.

Acompañado de aquél susurro interno, la joven se vio asaltada por vagos recuerdos que comenzaron a flagelarle desde las entrañas. Memorias que esclarecían el horizonte y le permitieron respirar profundamente al mermar su ansiedad.

Rememoró por un instante cuán infeliz y desesperada estaba. Cuanta sed tenía de un cambio milagroso en su vida, y la emoción que le llenaba la idea de emprender el abordaje al navío en el que ahora estaba intentando no vomitar.

Si Emma estuviese junto a ella le sacudiría con más ferocidad de lo que el mar, ahí fuera, mecía el barco. La abofetearía si fuese necesario, hasta que se deje de miedos, flaquezas y pesimismos. «¿Te desmoronas por una simple tormenta? », imaginó la voz de su amiga reprendiéndole desde algún lugar.

Emma era su "hermana no sanguínea". Un alma gemela que conoció en el internado cuando era niña. Se consideraban un par inherente, como lo son el día y la noche, o lo son el sol y la luna. Emma, con su cara cincelada, rasgos delicados y cabellera dorada, era la fuerza y el sol; Cordelia, con su mirada intensa y cabello de ébano, era la luna. Así las habrían descrito alguna vez, y ambas adoptaron su correspondiente emblema con orgullo. 

Lamentaba que Emma Gautier se hubiese comprometido y sucesivamente mudado a otra ciudad. Pero eso era inevitable. Emma gozaba de una hermosura insólita y sobraban los caballeros que fueran capaces de batirse a un duelo por su mano. La propuesta de matrimonio de un burgués adinerado de París no tardó en llegar antes siquiera de terminar su educación; Por supuesto Emma la aceptó, como cualquier muchacha sensata de aquellos entonces lo hubiera hecho.

  A Cordelia la noticia la devastó. Era muy duro lidiar con aquella ausencia.Había sido parecido a perder a sus padres. Volvía a sentirse desamparada en un mundo que la hacía sentir poca cosa.

  Emma era su pilar personal, a quien acudía por consejo, opinión, apoyo incondicional o fuerza moral. Todos necesitan a «esa persona» alguien a quién depositar el máximo afecto. Es una necesidad tan ignorada que quizá aquellos privilegiados quienes cuentan con padres y hermanos jamás entenderán. Son esos desgraciados los que conocen cuanto hace falta en la vida ese único ser humano, entre cientos de millones, al cual vas a querer incondicionalmente. Bajo este principio Cordelia se había hecho dependiente de la compañía de Emma.

No era de extrañarse que después de esta pérdida, comenzara a sufrir los primeros brotes de depresión. Una ácida y punzante soledad que apenas estaba por comenzar.

PIEL DE LEÓN | #MAGICAWARDS2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora