Aperio

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 « ¿Quién dicta, ilumina y traza el camino hacia la felicidad? »   

 Al enterarse de que un aristócrata, comerciante, dueño de varios galeones en puerto y proveedor de la corte, visitaría la finca, la familia Leone hizo todo lo posible por preparar una recepción suntuosa, digna de un apellido de alta sociedad y estatus superior.  La señora Leone, la más entusiasta, no se permitiría aparentar lo contrario. La sola presencia de un señor de categoría, era un honor que no merecía su humilde y provinciana procedencia. Además era la primera (y posiblemente única) oportunidad que tendría Cordelia de casarse. 

Revistió a fondo la estadía principal de su casa, incluso pidió prestada a la comunidad muebles y ornamentos para concederle a la decoración un aspecto sofisticado y lujoso; Compró telares nuevos para confeccionarse a ella y a Marietta ropas como las que (creía) usarían las mujeres en la corte de Versalles; Incluso había empleado a una campesina local para fungir ese día como parte de la servidumbre, porque ¿Qué familia que se respetara no contaba con criados personales?

Después de todo el Marqués estaba por una sola razón: juzgar si la familia Leone estaba a la altura de su apellido Bonnet.

  Los cinco miembros en fila estaban propiamente de pie frente a la entrada, vistiendo los mejores atavíos de sus armarios y con una bruma de expectación y emoción en la atmósfera, contemplando un labrado y pulcro carruaje que era tirado por cuatro lustres corceles directo a hacia la entrada.

Daban por sentado que el caballero que saldría de ese carro sería el hombre más sofisticado y refinado que pudieran invitar a compartir su mesa: Una perfecta peluca blanca con talco perfumado, una casaca confeccionada por un sastre parisino con bordado de cien hilos, botones con el escudo familiar labrado en oro, y quizá un bastón con mango de plata a juego con unos guantes de cuero negro. Esa era la imagen popularizada de los aristócratas de buen apellido y vasta fortuna.   

Cuando el cochero abrió la puerta del carruaje, el hombre que asomó la cabeza no podía distar más de esa idílica imagen que la familia ansiaba conocer.

  El marqués oscilaba sus últimos años de la treintena, o quizá ya estaría pisando el principio de la cuarentena. Llevaba la mitad del cabello amarrado en un moño que se había hecho, probablemente, segundos antes de salir del carruaje, la otra mitad le caía desalineada por los hombros; bajo la nariz sobresalía un bigote de morsa y la barba de varios días sin afeitar; Sus ropas se conformaban de un  viejo y raído caftán, pantalones y botas de viajero. Ni siquiera había contemplado la consideración de enfundarse una casaca para la ocasión. 

  La familia entera desencajó la quijada con una penosa y simultánea decepción.  

Indeciso, el Señor Leone, se acercó intentando adivinar si se trataba de algún miembro de la servidumbre o un vagabundo que se habría colado a la escena. Cualquier duda quedó despejada cuando el cochero, al cual se le podía ver aún más elegante y propio que a su señor,  concedió una protocolaria y respetuosa reverencia al desaliñado Marqués. 

 Cordelia podía leer el gesto de su tío con precisión:  «¿Ese pordiosero era el acaudalado Marqués Bonnet?», que era similar a su propia expresión: «¿Ese hombre era el padre del remilgado y conservador Alphonse?».

—Usted debe ser el señor Orson Leone —saludó el Marqués con naturalidad, cómo si no fuera consciente de su propio aspecto —, es todo un honor—. Ejecutó una elegante reverencia —. Soy Jerome Bonnet, padre de Alphonse. 

Para tranquilidad de la familia, con ese ademán había dejado claro que, a pesar de su aspecto , el hombre con aspecto andrajoso sabía de propiedad. De hecho sus modos gráciles y precisos delataban que debajo de esas horrendas pintas podía esconderse un aristócrata de buen porte. 

—Un placer tenerlo en la finca,—respondió el señor Leone vacilante, intentando seguir el protocolo con fidelidad —. Ella es mi señora, Roberta —dijo presentando a su mujer, quién no dejó de examinar al caballero con aires de escepticismo —; Mi Hija Marietta... —continuó. La muchacha regordeta arrugó sutilmente la nariz y se apartó temiendo que el invitado pudiera contagiarla de algo, — y mi hijo Nicolai, quién pronto se ordenará para educarse como clérigo —añadió con un claro atisbo de orgullo.

—oh, sí —exclamó el Marqués haciendo memoria mientras apuntaba al muchacho—, Alphonse me ha hablado mucho de ti, Nicolai. Clérigo, una respetable educación. Le deseo buena fortuna y sabiduría en su formación.

—Gracias, señor. Y yo he escuchado mucho de usted, es un honor por fin conocerlo —respondió el muchacho con educación, aunque quien le conociera lo suficiente sabría que esas palabras amortiguaban una carcajada al punto del estallido.

Cordelia atisbó que su primo intercambió una mirada diáfana con Alphonse, que, contrario a su padre, apreciaba al chico desmontando con  un protocolo de vestimenta adecuado para la ocasión.  Con sus ropas negras y ceñidas, se le podía mirar más sofisticado a pesar de mantener los aires tímidos. La muchacha sonrió.  Pensaba que la elegancia y la modestia serán eternamente una combinación encantadora. Enseguida Infló el pecho mientras le contemplaba con profunda ensoñación al contemplar sus primeros pasos aproximándose.

  Alphonse era aún ese hombre tan formal, tan abochornado y tan perfecto, que ella no habría podido soñar ni en mil retratos, ni el mil novelas, ni en mil sueños febriles.  

—...y esta señorita —continuó el señor Leone —Es mi sobrina. Cordelia Leone.

Finalmente la habría presentado. 

El Marqués dibujó una mueca paternal antes de tomar su mano delicadamente y cederle una particular venia más prolongada que al resto.

—Todo un honor señorita Leone —saludó tan cortés como pudiese esperar de un hombre de la nobleza —. Puedo ver por qué mi hijo quiere formalizar un compromiso, es realmente una dama encantadora —añadió complaciente. 

  Teniéndole cerca, la muchacha consideró que no podía ser más distinto a su hijo, y no solo en el trato tan abierto y fluido con la ocasión. A diferencia de su hijo, ese hombre poseía ojos de un azul tan fulgurante que desbordaban confianza en si mismo y naturalidad; y su piel asoleada (más bien curtida) reflejaba esas largas horas expuestas al sol, como una bestia indomable incapaz de aguantar los barrotes de una jaula; su bello facial, aunque inadecuado, parecía parte de esa bestia renuente a adoptar la civilidad de un noble. 

 Quizá, si hacía el esfuerzo de imaginar a aquél hombre afeitado y vistiendo ropas finas, podía creer que era el padre de Alphonse. Pero admitía que era más sencillo deducir que probablemente el joven Bonnet hubiera sido producto de un amor ilícito entre su madre con cualquier otro cristiano de la ciudad.

 Era imposible que su prometido pudiera ser hijo de semejante de semejante vikingo.

PIEL DE LEÓN | #MAGICAWARDS2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora