12. Maullidos Agudos

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Mangel


Durante la última semana, mi cuerpo permaneció débil y en cama. La gripe me había hecho no más que un saco de carne y huesos inerte, y estaba seguro que con Rubén sucedió lo mismo.

La mañana de ese día era igual que cualquier día de otoño, grisácea en su totalidad y con la brisa gélida tocándome los cojones. Johnny maullaba agudamente sobre el sofá a un lado de mí, contando lo segundos en los que yo tardaría en desesperarme y levantarme para matarlo, pero tan grande era mi falta de energías que lo dejé cantar hasta que su garganta no diera más.

Sentí como mis pulmones se comprimían y rápidamente me escondí debajo de la manta que cubría mi torso, aspiré violentamente y después de varios segundos de adrenalina: un estornudo escapó de mi interior.

Cogí un pañuelo que yacía en una caja sobre mis muslos y me limpié la nariz por milésima vez en el día. Mi gato dejó de maullar un momento –debido al brusco sonido-, pero después de observarme detenidamente y sacudir la cabeza, giró hacia la ventana y retomó sus agudos sonidos.

-Mierda –me quejé y tomé el control remoto para buscar algo interesante en la televisión. Mi mañana no consistía en nada más que estar acostado en el sofá, con un comercial de trapeadores reproduciéndose en el canal, mi cuerpo luchando contra bacterias apestosas y mi gato maullando como si le estuvieran metiendo un palo de escoba por el culo. Algo digno de admirar, seguro mi madre estaría orgullosa.

La mujer en la pantalla estaba a punto de demostrar como limpiar salsa de tomate de un azulejo, con la sonrisa más fingida jamás vista y un vestido de los 80's, ¿En serio?, ¿No había presupuesto para comprarle un traje de trapeador? Como sea, iba a levantarme por comida y un par de calcetines cuando el timbre hizo eco por todo el departamento. Rápidamente le bajé el volumen lo más mínimo posible al televisor y me quedé estático.

Pasaron escasos segundos cuando el timbre comenzó a tintinear con insistencia, una, tras otra, y otra vez. Tal vez si no hacia demasiado ruido pensarían que no había nadie en casa y me dejarían en paz.

"Eres muy inteligente, Mangel."

-Mangel, vago de mierda. Abre la puerta o la tiro a patadas –la dulce y amorosa voz de Chetto se escuchó del otro lado de la puerta.

Me di vueltas en el sofá y me enrollé en la manta. Solté un suspiro, guardando silencio lo mejor posible, pero mi amigo gatuno no me ayudaba en lo absoluto. Sus maullidos seguían y seguían, ¿Acaso esta era una conspiración? Mátenme.

Farfullé una maldición por lo bajo mientras salía de mi cueva y le aventaba una bola de papel con fluidos a Wilson, el cual me miró indignado. Mis pies se adentraron en unas cálidas y apapuchables pantuflas y me incorporé. Todo me dio vueltas, como si me hubiera fumado la droga más baja después de tomar medio litro de Clamato. Ni siquiera sé si eso tiene lógica.

Arrastré mis pasos hasta llegar a la puerta, mis pocas energías me empujaron a tomar el pomo de la puerta y gíralo lentamente para después dar paso a la miserable cara de Chetto. De mi garganta salió un gruñido y mi contrario me observó como si se tratara de un perro con sarna.

-Tío, que asco –susurró después de entrar y cerrar la puerta, ya que yo me encontraba nuevamente en el sillón, sin intenciones de gastar más fuerzas de las sumamente necesarias.

-Gracias –respondí roncamente al encontrar el control y subirle sólo dos rayas al volumen.

Él traía lo que parecía ser un recipiente de mediano tamaño en manos, y por la forma en la que lo agarraba parecía estar caliente aún. Lo miré atento y una sonrisa para nada disimulada salió de mis labios, ¡por fin! Me alimentarían y yo no haría ningún esfuerzo. Mi contrario se acercó y enarcó una ceja al ver lo que pasaba en televisión. Ahora un hombre de mayor edad parecía bailar mientras utilizaba el trapeador, una pieza de Miles Davis sonaba de fondo y la cámara comenzó a enfocar en sus zapatos lustrados a la perfección.

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⏰ Última actualización: Oct 23, 2018 ⏰

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