Capítulo tres: Despedida.

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        La cena no fue del todo emocionante. Pensar en todo lo que me había pasado era inquietante, y más estando sola en casa. Me daba mucho miedo pensar en que algo me podía pasar, aunque me reconfortaba saber que mi madre iba a llegar pronto. De todas formas, era aterrador.
        Comí lentamente, mirando el televisor que se encontraba a un volumen más alto que el normal para llenar el vacío de la casa. Estaba muy silenciosa, y eso me producía una punzada de miedo en mi interior.
        Luego de comer me fui a dormir. Dejé la luz de la cocina encendida y un post-it para que mi madre no se preocupara. Era lo habitual cuando me quedaba en casa y mamá hasta altas horas de la noche trabajando, pero ese día era diferente. Traté de conciliar el sueño.

        Desearía no haberlo echo.

     Recuerdo la pesadilla de aquella noche. Estaba corriendo en un desierto oscuro, de noche. Mi "reemplazo" me seguía, no caminaba, pero me seguía a todas partes. Luego sin darme cuenta, chocaba con ese reflejo y me caía en un profundo agujero negro, que me transportaba a otro lugar. Al parecer, era el edificio del señor Kelin, sólo que no había absolutamente nadie. Caminaba por los pasillos, sabiendo que me perseguía. Hasta que llegué al ascensor y me encontré con el grupo de personas del piso 20. "Vete. Debes irte." Caí en la cuenta de que el único piso al que se dirigía era a donde pertenecían. "Vete. Debes irte.", repitieron. El ascensor llegó a su destino, y me desmayé en el suelo. Acto seguido, abrí mis ojos. Me encontraba en mi cama. Me senté, sobresaltada.

     El reemplazo se encontraba en una esquina de la habitación.

     Sólo que esto ya no era un sueño.

     - Vete. Debes irte. - Me dijo. Su voz era idéntica a la mía. No podía ver su rostro. La capucha de su chaqueta me lo impedía.
     - No. ¿Qué haré? No. No. - Negué con la cabeza asustada, levantándome de mi cama. Llevaba la ropa del día anterior puesta, salvo el abrigo; solía dormir así cuando tenía miedo.
     - Toma. - Avanzó unos pasos. Su paso delicado era tan parecido al mío que daba terror. Dejó mi mochila, al parecer llena de cosas, sobre mi cama. Luego se alejó unos pasos para que pudiera agarrarla. Me puse mi buzo, y colgué mi mochila a mi hombro. - Estarás bien. Cuidaré de tu madre. Vete. Debes irte. El jefe se enojará contigo si no haces caso.
     - ¿El... Jefe?
     - Vamos. Es hora de irse.

     Bajé las escaleras apresurada, sabiendo que estaba atrás mio, siguiéndome. Salí afuera y respiré el aire de la noche. Bajé los peldaños de las escaleras de afuera hasta el cercado principal, y luego me di vuelta.
     El reemplazo comenzó a tomar mi forma. Llevaba mi misma ropa, su peinado era idéntico al mío, era yo. Saludó con una mano, sonriente. Le devolví el saludo desde donde estaba, y luego vi a mi madre llamar la atención de mi otro yo. Traté de escuchar.

     - ¿Qué haces, Marianela? Son las 4 de la mañana. - Dijo algo indignada.
     - Nada má. - Respondió encogiéndose de hombros. - Ha venido una amiga del colegio a pedirme una tarea que debemos hacer antes de volver a clase.
     - Oh, muy bien. - Sonrió. - Ahora vuelve a la cama, hija, es muy tarde.
     Vi a mi reemplazo irse, y mi madre miró hacia donde estaba yo. Saludé, traté de gritarle, pero ella no veía ni escuchaba nada. Miré hacia el piso de arriba.

     "Vete. Debes irte." estaba escrito con tiza sobre la ventana.

     Salté el cercado y corrí, corrí alejándome de mi hogar. Mi única compañía era mi mochila y la dulce luna que se encontraba en el cielo. De todas formas, me sentía absolutamente sola.

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     Llegué a una cafetería. Me senté en una de las mesas para revisar todo lo que contenía la mochila, luego de que la camarera cerrara la puerta luego de decir "Odio el viento de esta región.". Al parecer, nadie podía verme.
     Mi mochila se encontraba llena de ropa. Nada de comida. Estaba también mi celular y ropa interior. Era como una mochila de viaje. Sólo que no estaba viajando hacia ninguna parte.
     Avancé hacia la cocina sabiendo que nadie podía verme y guardé mucha comida en el bolso. La iba a necesitar. Luego fui hasta el baño, y acto seguido salté por la ventana de este para seguir mi recorrido.
    
     Caminé, y luego me colé en uno de los colectivos gracias al pasaje de otro. Me senté en uno de los asientos, iba casi vacío. Cuando llegué cerca de mi destino, aproveché y bajé junto a una señora que se dirigía a una cafetería.

     Yo seguí mi rumbo. Unos minutos después, vi el edificio de las oficinas de Kelin, donde trabajaba mi madre. Sabía exactamente lo que debía hacer.

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