Había un vez, hace mucho tiempo ya, en que existía una princesa. Una princesa con crueldad en su mirar. Esta princesa vestía un hermoso vestido color negro con toques rojos y azules, con muchos vuelos y hecho de seda, y su cabello negro dejaba el viento acariciara.
La princesa disfrutaba del dolor de su reino, derrochando las cosas que a los pobres le faltaban. No pensaba en su prójimo, y siempre vivió consentida. No era una princesa normal, claro está, porque sino se detuviera a pensar en la vida de alguien además de si misma.
La princesa fue víctima de diversas protestas, los plebeyos y campesinos se levantaban continuamente en su contra, pero el rey aún seguía consintiendola, llegando al punto de cortarle la cabeza a todo aquel que hable a espaldas de él sobre su princesita.
Su nombre era Kira, y amaba el oro y las riquezas. Todo aquello que veía y le gustase se lo tenían que regalar, y lo que no le gustase era quemado en el fuego de una hoguera en la plaza principal.
Un día, mientras caminaba por su palacio (porque ya ni de su padre era), ella miró en la sala del trono entrar un fornido hombre, de cabello oscuro y ojos claros, que vestía con los colores de su bandera (negro, dorado y rojo) y portaba una espada envainada. Al primer vistazo, ella se enamoró de él, pero se dio cuenta de que aquel hombre evitaba mirarla a los ojos. Desapareció tras la puerta, dejando a la embobada joven en el corredor sin darse cuenta de su presencia.
No lo vió por un largo tiempo, o almenos para ella fueron largas esas cinco horas, pero al fijarse en él, que acompañaba al rey, pensó haberse enamorado.
¡Que amor más enfermo pensaste tener, Kira!
-Soy la más hermosa del reino -se susurró vanidosa-. Es imposible que me rechace. Imposible e inaceptable.
Pero cada que el hombre se aparecía en el castillo se negaba a fijar sus ojos en ella. Celosa, notó que él posaba cada que podía la mirada en la sirvienta sin que ella lo supiera. Intentó acercarse a él, pero la humilde sirvienta fue llamada por el rey para que le ayudara a mostrarle el castillo, dejando a la princesa con las ganas.
Tiempo después, la princesa pidió se decapitara a la sirvienta, a espaldas de su padre y con voz fría.
-P-pero, su Alteza... Ella no es... -ella le cortó las palabras.
-¡¿Cuestiona usted mis ordenes?! No le diga nada de esto a mi padre... Y no me haga cortarle la cabeza a usted también -él huyó despavorido a cumplir las ordenes, dejandola con una sonrisa macabra en los labios y una risa de locura saliendo de su interior-. Estoy haciendo lo correcto...
Al día siguiente, en su habitación colgaba la cabeza de la sirvienta.
-¡Kira, hija mía! -resonó la voz del rey en la sala del trono, al día siguiente-. ¡Han asesinado a Charlotte!
-¿Charlotte? -Preguntó.
-¡La hija de los reyes de Meriberia! -Dijo el rey con horror en su mirar-. Era la chica que se comportaba como sirvienta, la que ayudó al General Bakuto a recorrer el castillo.
"Bakuto... ¿Un general? " pensó ella.
Ya sabía el nombre de su amado, pero también que había cometido un grave error. ¿Porqué se dejó llevar por los celos? ¿Porqué no simplemente se le acercó a hablar e intentar conquistarle? Ahora, por su culpa el país estaba en peligro.
-¡¿Quién pudo haber hecho tal acto atroz, padre?! -exclamó descaradamente-. ¡Nuestro reino es muy seguro!
-Ellos sospechan que fuimos nosotros, hija -dijo el rey.
Pobre hombre, no sabía que estaba hablando justo en ese momento con la asesina...
Días después, el reino calló en la desgracia. Los comerciantes ya no negociaban por ningún motivo con el rey o los súbditos, porque cualquiera de ellos podía ser considerado como "el traidor asesino". La muerte de aquella chica dio mucho que pensar a todo el mundo, Meriberia era conocido como uno de los reinos más fértiles y ricos del planeta, aunque un lugar neutral con respecto a las guerras y querido por todos, así que la influencia dada por ellos era increíblemente enorme.
Los campesinos ya ni las fuerzas tenían para protestar. Todo lo que quedaba del oro estaba a posesión por Kira, cada noche ella lucía un banquete con orgullo, y el rey hacía del de vista gorda con los pobres que pedían un mísero pedazo de pan para sus hijos.
Poco tiempo después, el general al que la princesa tanto aclamo por atención fue a la guerra. El rey, su padre, también fué. Todo el reino creía en la posibilidad de que Meriberia se estuviera levantando sobre ellos, pero no. Eran los países asociados quienes se levantaron. Todos querían esas tierras dejaran de existir.
Kira no dijo nunca nada. Mantuvo su secreto hasta la tumba, literalmente. Nunca entabló una conversación con su amado, y la muerte de Charlotte fue en vano.
El reino pereció, por culpa de su descaro e idiotez. ¿Las princesas de verdad son así? Algunas no, otras si. Pero si hay algo que le puedo asegurar, es que los más grandes héroes pueden morir, y el mal puede triunfar si los buenos no se levantan.
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La Muerte de una Princesa
Short StoryPorque no todos los cuentos tienen un final felíz o son para niños