Recuerdo que era una tarde de lluvia, a pesar de que quedaban un par de horas para que el sol se pusiese la ciudad estaba en penumbra, las nubes negras y pesadas y la cortina de agua que levantaba pompitas de los charcos que empezaban a convertirse en pequeños mares, con puntuales tsunamis cuando pasaba un coche. Había llegado del trabajo un rato antes y me estaba tomando un café con hielo, mi favorito a pesar de ser invierno fuera, la casa se mantenía caliente y, más oscura que mi café, mi pequeña gatita negra dormitaba sobre uno de los sillones del pequeño salón de mi pequeño apartamento. La casa estaba a oscuras, desordenadas, apenas iluminada por la pantalla del ordenador y un cartelito de neones rosas y azules que adornaba la estancia, una luz que nunca se apagaba.
Mientras encendía el viejo tocadiscos y Mark Knopfler empezaba a cantar llamó a la puerta. La joven muchacha, de apenas veinte años estaba empapada, no solo por la lluvia, sino por sus lágrimas. Conservé la calma y no dije nada, solo que se cambiase y se duchase, después hablaríamos. Veinte minutos de agua caliente después y uno de mis pijamas encima la muchacha empezó a contarme una historia, una historia que cambiaría mi vida.
"Acudo a usted porque sé que es el único que hará algo. Ayudó a una amiga y no la cobró dinero porque sabía que no lo tenía, pero no vengo en busca de ayuda porque me haya pegado mi novio o porque me hayan robado". "¿Por qué, entonces, vienes? Que no cobrase a aquella muchacha no significa que vaya a ayudarte gratis, no soy una ONG."
"Lo sé, pero cuando me escuche lo entenderá. Aquella muchacha murió hace dos días, como muchas en esta ciudad, está pasando algo ¿vale? Soy periodista, trabajo en sucesos en uno de los periódicos de la ciudad y un compañero mientras comíamos el otro día me comento que había descubierto algo insólito: cada semana muere una chica en la ciudad."
"¿Una chica? ¿Sólo? Es una ciudad grande, os estáis equivocando o veis algo extraño donde no lo hay..."
"Eso le pregunté yo, no tenía sentido, hay muchas más defunciones que esas, y, aquí viene lo importante. Que se haya filtrado a la prensa todas tienen un hilo común: suicidios. Encontradas en su cama... desnudas."
"¿Desnudas?" El dato era curioso.
"Sí"
"Vale a ver, dame todos los datos que tengáis"
Aproximadamente en el último año unas doce chicas habían sido encontradas semanalmente muertas por sus seres queridos. Y el punto que las unía era que se las encontraba desnudas a todas. Un dato mínimo, pero lo suficientemente interesante como para considerarlo un hilo. Hablé con los contactos que tenía en el cuerpo y ya se estaba investigando, pero por suerte, veinte años en el cuerpo y ocho como detective privado me daban la suficiente confianza como para poder acceder a los datos. Ninguna, por desgracia, parecía tener nada que ver con la otra, parecían muertes aleatorias: no se conocían, tenían características físicas distintas, vivían en distintos lugares, se dedicaban a cosas distintas... ni una sola concordancia o punto común que las sugiriese como objetivos. De hecho, algunas es probable que no se hubiesen visto en la vida, Madrid es muy grande, pero entre barrios más o menos hay ciertas posibilidades, pero solo en los cercanos. Dos semanas más tarde seguía como había empezado.
Volví a recibir la visita de la becaria del periódico. Sería una buena periodista, o eso pensaba yo, pero no tardé en descubrir que el interés que había pensado periodístico no era tan fuerte como el miedo que sentía al haber conocido a una víctima. La segunda semana me trajo otra esquela: Rosa, 32 años, contable, vivía con su novio y este la había encontrado muerta en la cama con un bote de pastillas y desnuda, como el resto. Había seis chicas muertas por pastillas, dos se habían abierto las venas, y cinco se habían asfixiado. Extraño, desde luego, pero no parecía haber un punto en común, solo aparecían desnudas en sus camas. Desde la policía por lo visto estaban como yo, apenas tenían alguna pista, nada del laboratorio y nada en las habitaciones de las chicas. Otra cosa extraña era que solo dos tenían cartas de suicidio y era algo que a los encargados del caso y a mí nos mosqueaba, lo normal cuando se produce un suicidio planeado, aunque no es algo que se dé siempre, es algún tipo de mensaje. Tras dos meses e interrogar a los más cercanos de las chicas, aparte de lo afectados que estaban todos y lo poco que entendían de cómo había podido suceder algo así, solo saqué que no parecía haber comportamientos suicidas o depresivos en las victimas, cosa que, aunque en la mayoría de las ocasiones no se detecta por los seres queridos, me parecía que me guiaba más a la posibilidad de que hubiese algo detrás. Pero cómo llegar hasta ello. Las habitaciones en las fotografías aparecían más o menos ordenadas, unas arropadas, otras destapadas en posiciones que parecían efectivamente las que correspondían a lo que se suponía que había pasado...