Cuando MinHo llegó a su casa y subió a su habitación lo primero que hizo fue vaciar su mochila en la cama. Sonrió al encontrar un auto de juguete color morado entre sus cuadernos y de inmediato lo llevó a su librero, colocándolo a lado de un power ranger rojo en miniatura, otro regalo de JiSung, si se le podía llamar así.
Ese chico de su clase siempre aprovechaba cuando MinHo no estaba mirando para meter cosas en su mochila. Primero eran ramas u hojas, después se convirtieron en lápices o colores, y ahora la mayoría eran figuras de acción o juguetes que no eran más grandes que la palma de su mano. Tenía diez años, su mano no era muy grande.
Un día descubrió quién era el responsable de que su mochila se hiciera un desastre cuando entró al salón de clases mientras todos estaban en el patio y miró al chico rubio metiendo un puñado de ramas a su bolsa. Entró de inmediato al aula e intento enfrentarlo.
— ¿Qué haces?— le preguntó con molestia cuando estuvo al frente suyo, logrando que el niño levantara la cabeza y sus ojos se encontraran, coloreando las mejillas del extraño— ¿Por qué metes esas cosas ahí? No es tuya.
El muchachito se encogió de hombros y después de dirigirle otra mirada, sonrió. Su sonrisa fue tan agradable y extraña a la vez que MinHo no supo qué hacer cuando salió corriendo del alón soltando risitas. Lo dejó ir y después de un tiempo se le hizo costumbre el llegar a casa para revisar qué cosa había llegado a su mochila ese día. JiSung no le dirigía la palabra nunca y sólo supo su nombre cuando la maestra lo regañó por llegar tarde a clase, preguntando lo que estaba haciendo para tardar tanto en llegar. Él simplemente respondió:
— Recogía margaritas.
Y cuando el castaño llegó a casa, se encontró con dichas margaritas entre las páginas de su libro de matemáticas.
No supo cuando pero un día comenzó a gustarle el encontrar esos objetos extraños. Un día simplemente se emocionó al encontrar una figurilla de pokemon al lado de su diccionario y de pronto comenzó a llenar una repisa con distintos tipos de ellas. Ya no podía evitar observar a JiSung en clase, descubriéndolo dibujando o quedándose dormido cuando el profesor explicaba un ejercicio. Sonreía cuando al girar su cabeza la mirada del rubio ya estaba sobre él, logrando que la apartará deprisa y se sonrojara, volviendo a sus apuntes.
Era por todas esas interacciones implícitas que se había decidido a hablar con él. Nunca lo miraba con los otros niños ni se unía a jugar con nadie, así que quiso probar el día de la actividad física, cuando la maestra les pidió que se formaran en parejas.
— ¿Quieres ser mi compañero?— le sonrió de la manera más amable que pudo y el rubio volvió a sonrojarse, como todas las veces que se miraban a los ojos y asintió despacio, poniendo feliz al castaño.
La primera actividad fue amarrarse de un pie los dos juntos y correr hasta el otro extremo del campo, una carrera que se escuchó sencilla hasta que JiSung comenzó a tropezarse y a tirarlos a ambos al suelo, MinHo soló reía, pero podía ver que el otro chico se lamentaba con cada caída, por eso lo abrazó del hombro y le indicó la forma en la que debía caminar, ambos elevando el mismo pie al mismo tiempo, logrando terminar el recorrido.
La siguiente actividad fue también un tanto problemática para el más alto, teniendo en cuenta que saltar la cuerda no era lo suyo. Sus pies no paraban de enredarse con el juguete, no lograba saltar al mismo tiempo que MinHo y comenzaba a hacer un puchero cada vez que se equivocaba. Una vez más el castaño lo ayudó, poniendo las manos de JiSung en sus hombros e indicándole que sintiera cuando saltaba y observará bien sus pies, para lograr ir al mismo tiempo. Cuando terminaron los treinta saltos, el rubio estaba más que contento, pero la tercera y última actividad le bajó el animo de inmediato. El basquetbol no era para él.