A su lado nadie podía bailar… ¡Todo el mundo sabía eso! Incluido yo. Pero no era por falta de deseos de hacerlo, ni por falta de don para ello, ni siquiera por desconocimiento… A su lado nadie podía bailar por simple pudor, por mera prudencia, y, sobre todo, por respeto a esa magia que todos y cada uno de sus movimientos creaban al azar.
A su lado solo se estaba; a su lado tan solo se acompañaba; y a su lado, sobre todo, se disfrutaba, mientras administrabas ese momento casi inmortal de saberte el objetivo de todas las envidias cercanas… Conocidas o extrañas.
A su lado no quedaba más remedio que separarse en la cercanía mientras sus giros escanciaban los aromas de un arcoíris que no tardaba en formarse al fondo. A su lado solo se podía permanecer vigilante, siempre rodeándola con tus manos, sin atreverte a tocarla, para que nadie perturbara aquel milagro de largas y delgadas piernas que no tardaban en convertirse en lanzas que se clavaban en tu alma, para que nadie detuviera el giro de aquellas manos que se enroscaban en el aire como si fueran sus bucles morenos de la noche, y para que nadie robara un ápice de esa ilusión que creaba la música al mezclarse con su pelo, caer sobre su rostro manchado de arte, y verterse sobre su cuerpo, haciendo que la música y ella, juntas, escandalizaran al mismo aire que las envolvía.
A su lado mirabas y callabas a gritos. A su lado te perfumabas con los aromas que escapaban de sus púberes turgencias sometidas a un traje que parecía un trozo más del limpio cuerpo de un ángel etéreo cuyo cielo no podías surcar nunca.A su lado no podías bailar… ¡Nadie podía! De haberlo hecho alguna vez ¿qué habría pasado entonces con ese otro amor que era ella, que solo yo veía, y que ocultaba al mundo, que me ocultaba a mí, que te ocultaba a ti? Me refiero a ese amor que un día vi en ti y que, adrede, fui dejando sobre todo aquello que siempre fuimos tú y yo mientras bailaba a tu lado…
¿Qué podía hacer con todo ese amor que tú eras y que iba dejando por todas las esquinas que cruzabam por si alguna vez, al cruzarlas, te cogían sorprendida y te derrotaban para hacer que, por fin, fuera yo el que bailara, y tú la que vigilaras mi baile para que nadie te lo robara?A su lado nadie podía bailar… ¿Cómo bailar con alguien que deja taconeos de polen convirtiendo un simple tablao en todo un altar… En una puerta al mismo cielo que sabes que no puedes atravesar? Es por eso por lo que yo te acompañaba siempre, aunque nunca bailara contigo… Ahí, siempre detrás de ti, también se estaba en la gloria.