Parte 1.

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[Este es un regalo para mi amiga, es una adaptación del fanfic EXO "Absolute Chanyeol".]
PARTE I
En la cocina de su solitario apartamento, Charles Xavier de 21 años, observaba inútilmente el catálogo que yacía sobre la repisa. Lo había encontrado esa misma mañana en el buzón, donde parecía que lo miraba fijamente en medio de un mar de facturas y cartas. El catálogo era de tamaño medio, aunque más bien fino, de colores llamativos que proclamaban los geniales usos y excelentes críticas de los productos que vendía.
Aún no había comprado nada y ya creía que había cometido un error. Debería saber que era contraproducente confiar en su vecina, Moira, ya que siempre se metía en líos. A Charles no le preocupaban las modas, así que ¿qué diablos estaba haciendo con un catálogo de posibles novios robot?
Sólo Moira podría haberle dejado eso, lo cual tenía sentido considerando que su vecino ya tenía un novio robot. Mark era alto y de hombros anchos; era de esa clase de robots de la cual se podría pensar que algún día llegaría a dominar el mundo. Era un poco intimidante, pero eso no tenía casi nada que ver con su alta estatura o su imponente voz. Para ser un robot, Mark era muy similar a una persona de carne y hueso y poseía la inteligencia «humana» suficiente como para llegar a confundirse fácilmente con un humano, si no fuera por la extraña luz artificial que brillaba en sus ojos.
Charles olvidaba constantemente que Mark no era tan humano como parecía. A fin de cuentas, no sabía por qué estaba siquiera contemplando la idea de tener una pareja robot. Era cierto que no tenía mucho éxito en ese aspecto porque los estudios y el trabajo le robaban mucho tiempo, pero sabía que no había por qué apresurar las cosas. Si quisiera un novio se buscaría uno en vez de coger el camino más fácil: comprarlo. Sin embargo, la idea de tener un novio robot no estaba exenta de cierto encanto. Fue por curiosidad, más que nada, por lo que decidió abrir el catálogo y comenzar a hojearlo.
Evitando claramente los «robots sexuales» de la última página, Charles dejó que sus ojos se pasearan por las dos primeras páginas, en las que se detallaban los posibles novios «adorables» disponibles para comprar. Comprar. Sus padres nunca lo descubrirían. No sabía personalmente qué opinaban de la nueva moda de los robots, pero había leído artículos de prensa en los que los mayores americanos se mostraban confundidos, asustados y disgustados por sus jóvenes relacionándose con «latas de conserva».
-Es sólo cuestión de tiempo que nos esclavicen. -decía la noche anterior un periodista muy frenético en la televisión.
Charles había visto a los robots en acción y no creía que fueran capaces de orquestar su propia rebelión, mucho menos cuando ni siquiera sabían lo que significaba «caliente» o «frío». Mark sabía decirle a Moira qué temperaturas se consideraban calientes y cuales frías, pero cuando se le pedía que describiera la sensación que estas producían, se quedaba en blanco. Un blanco muy hermoso, ya que sus facciones parecían las propias de un actor de cine pero era, no obstante, una mente en blanco.
Charlas nunca había vivido con alguien y mucho menos con un robot. Hojeando el catálogo se percató de que aparentemente no necesitaban de mucho para sobrevivir: solo la interacción humana básica, estimulación mental y «amor». Todos los robots se ofertaban como «novios», pero Charles sólo quería un compañero de apartamento. En realidad, no sabía cómo se las ingeniaba Moira. Besar a un novio robot, independientemente de lo muy «enamorado» que estuviese uno, sería como besar un ordenador, ¿no? ¿O besar a un muñeco? ¿O besar a un muñeco con un ordenador dentro? ¿Hasta qué punto podían ser reales como una persona de carne y hueso? Charles sabía que debía cerrar el catálogo y olvidarse de los novios robots y demás tonterías. Él era un chico guapo (...más o menos) y podía encontrar un novio de verdad por su cuenta.
Pasados solo quince minutos desde que había empezado a hojear el libro y se hubo detenido en la misma página, se dio cuenta de que sus ojos se sentían atraídos por una sola y única figura. El modelo EK: ciento ochenta y dos centímetros (alto), pelo marrón y liso (adorable) y tenía la capacidad de... ¿enamorarse? ¿Qué diablos significaba eso? Era un ordenador, ¿qué iba a saber del amor?
Contra su propia voluntad, Charles se sentía atraído por aquella cara dulce. El modelo era uno de los más baratos y Charles sabía que sería estúpido de su parte dar las gracias cuando «barato» significaba mucho para un estudiante universitario. Estaría nadando en deudas cuando se graduase de la facultad de medicina pero aquel... aquel juguete, ¿no sería interesante tenerlo?
Aunque sólo pudiese pasar un rato con él, le gustaría experimentar personalmente qué tenían de especial. Le gustaría juzgar por sí mismo cómo «cambiaba la vida» (según el catálogo) tener un novio/compañero de piso robot. Y, de todos modos, si las cosas saliesen muy mal, siempre podría culpar a Moira. Después de todo, había sido ella quien le había dado el catálogo.
Unas semanas más tarde, Charles llegó a casa y vio una gigantesca caja frente a su puerta. La caja era casi más grande que la puerta de su apartamento y Charles observó, atónito, la enorme y llamativa pegatina que portaba y en la que se leía «The Boyfriend Store». La vergüenza fue lo único que lo empujó a trasladar la caja al interior del departamento, depositarla con cuidado en el suelo del salón y retroceder después un paso. Tras pasar casi dos horas tratando de abrirla, la caja finalmente se abrió soltando un intenso chorro de aire.
Charles cayó de espaldas. No esperaba que la tapa se abriese de pronto, como si cobrase vida, y observó cómo un hombre muy alto y muy desnudo se incorporaba en su interior. Pensó que una parte de su cerebro se estaba atrofiando, ya que desde aquel ángulo se estaba familiarizando muy íntimamente con el muñeco y aquel no era el propósito de todo aquello. Se puso de pie, con las manos húmedas del sudor.
El «objeto» sacudió la cabeza y bostezó, estirando los brazos hacia arriba. Baekhyun obtuvo entonces una clara imagen de su piel fresca, suave y blanca erizándose en cuanto el aire acondicionado del apartamento lo rozó. ¿Se suponía que eso era normal? Pensaba que no sentía nada.
-¿Ho... Hola?
El objeto abrió sus grandes ojos, mirándolo mientras parpadeaba adormilado.
-Oh -dijo con una voz grave que Charles no habría asociado a una cara tan bonita.
-Hola.
Cuando su cara mostró un visible tic nervioso al sonreír, Charles comprendió por qué aquel modelo era significativamente más barato que el resto. Era defectuoso. Le habían enviado un muñeco roto. Sin embargo, había pagado por él así que no se permitiría alterarse por ello.
Charles desapareció en su habitación y regresó con algo de ropa para decirle que se vistiera. Lo hizo con gran facilidad, sonriendo.
-Me llamo...
-¿Tienes nombre? -la voz de Charles sonaba estúpida en sus propios oídos.
-Por supuesto -sonrió-. ¿Tú no?
Un pequeño tic hizo que uno de sus ojos se cerrara más. Charles pensó que parecía un cachorro sobrexcitado.
-Sí, pero yo soy... -Charles se detuvo, abriendo mucho los ojos, viendo como el objeto cogía una de sus camisetas y se la ponía por cabeza, con el pelo disparándosele cuando la cabeza emergió.
-Tú eres...
Parecía real. Charles no podía apartar los ojos de la palidez humana de su piel y de cómo, después de lamerse los labios secos, parecía que un poco de humedad hubiera pasado de su lengua a los labios.
-¿Cómo te llamas? -Charles intentó ver si aparecía en la caja, pero en la pegatina sólo venía un número de serie.
-Erik -dijo el obj... dijo Erik sonriendo. El tic apareció en su ojo de nuevo-. ¿Y tú eres...?
-Charles -respondió. La altura de Erik era un poco intimidante, sobretodo porque los pantalones de Charles todavía estaban en sus manos y no en su cuerpo.
-Um... -dijo Charles torpemente, evitando mirarle-. Los pantalones, por favor.
-¿Los pantalones? -preguntó Erik, sosteniendo la prenda-. ¡Oh! ¡Ah, cierto! Se supone que debo ponérmelos, ¿verdad? A los humanos no les gusta ir por ahí desnudos, jeje. ¡Lo siento!
Charles asintió con la cabeza, aceptando las disculpas. Era difícil enfadarse con el robot Erik cuando incluso sus mejillas se teñían de un bonito color rosado, avergonzado por su error Espero que este chico no llegue a adueñarse de mi vida, pensó con cierta consternación.
Erik tropezó mientras salía de su caja y Charles se agitó, preocupado por si su nueva adquisición se dañaba antes de llegar a interactuar más con él.
-¡Perdón! -Erik se puso incluso más colorado y frotó la parte posterior de la cabeza. Parecía mucho más real que Mark, pero quizás era porque Charles nunca había visto a Mark expresando emociones negativas. Había sido una locura por su parte pensar que solo porque Erik fuera un robot tenía que ser también inteligente.
Después de tropezar con todo, Charles hizo que Erik se quedara sentado el resto de la noche. Era caro y aún no había revisado el seguro del robot.
Erik llegó un domingo por la tarde así que a la mañana siguiente, cuando Charles se levantó para ir a la facultad, abrió los ojos y descubrió otro par mirándole sobre él. Charles gritó y se incorporó sin pensar, golpeando a Erik en la mejilla. Erik chilló pero no sentía dolor; la mano de Charles temblaba tan intensamente que le resultó difícil ponerse la ropa después. El robot se disculpó por asustarle y trató de explicarle que nunca había vivido con un humano antes, así que simplemente sentía curiosidad y Charles parecía dormir tan tranquilo que...
-¿Me has estado observando toda la noche o algo parecido? -se quejó Charles mientras se cepillaba los dientes descuidadamente con la mano buena. También era la mano que peor coordinación tenía
-¿Se supone que no debería? -preguntó Erik.
Charles lo miró a través del espejo, con una vena palpitando ferozmente en su frente; Erik retrocedió hacia la puerta.
-¿Tú... no tienes que dormir también? -preguntó Charles cuando su vena se hubo calmado.
-Eso es, no duermo. Sólo recargo las baterías y eso es cada tres días -admitió pasándole a Charles una toalla para que se secase la cara.
Charles la aceptó, con una expresión todavía agria.
-Gracias... me voy ya a clase, así que...
-¿Puedo ir? ¡Nunca he estado en un colegio humano!
Charles se estremeció.
-No creo que sea una buena idea.
-¿Por favor? -la sonrisa Erik era un poco indecisa, pero sus mejillas se tiñeron de un ligero rubor. El misterioso brillo que se escondía tras sus ojos y que todos los robots tenían solo lo hacía parecer más ansioso a ojos de Charles, quien ya de por sí tenía problemas suficientes intentando resistirse a alguien de aspecto tan adorable y relativamente inofensivo.
Aun todavía un poco traumatizado por Erik observándolo mientras dormía, Charles se comprometió a dejar que lo acompañara con la condición de que no hablase con nadie aunque se dirigiesen a él.
Después de tan solo un paseo por la facultad, Charles se percató de que Erik no era tan inteligente como pensaba que sería. Eso no quería decir que fuese tonto. No. Pero después de tener que sujetarlo y tirar de él tres veces para que no lo atropellasen, era obvio que Erik era algo más que simplemente inconsciente. Se disculpó una y otra vez, con el rostro teñido de un rubor intenso, y Charles se odió por encontrar tan entrañable el color de sus mejillas. Erik parecía genuinamente arrepentido cada vez que lo hacía angustiarse, aunque eso no le impedía intentar cruzar más calles sin mirar a ambos lados primero.
Pero Erik era adorable y sonreía por cosas tontas como una abeja volando, por lo que atrajo la atención de un pequeño grupo de chicas tan pronto como puso un pie en el campus. Se sorprendía por las cosas más pequeñas, literalmente, y se puso de cuclillas para ver una fila de hormigas caminando sobre la hierba.
-Qué genial... -dijo cuando una mosca zumbó junto a su oreja e intentó atraparla, extendiendo la mano hacia arriba y haciendo pucheros cuando voló lejos de su alcance.
En ese mismo momento, justo ahí, aunque no lo sabía aún, Charles perdió una pequeña parte de sí mismo por culpa de aquel mohín.
-Se fue volando... -explicó Erik cuando se dio cuenta de que los ojos de Charles estaban clavados en su rostro-. ¡Sólo quería verla de cerca! Probablemente pensó que iba a despachurrarla o algo así.
Despachurrarla.
Charles predecía una muerte dulce y lenta para sí mismo.
Tal vez sería él quien acabaría atropellado un día, si Erik seguía sonriéndole así.
Erik había sonreído tanto durante el día que su tic era casi imperceptible para él. No era el robot perfecto, pero eso a Charles no le importaba, porque él tampoco era el humano perfecto. No era correcto exigir la perfección cuando ni él mismo la poseía.
Aprendió mucho más en aquella primera caminata a la universidad con él de lo que nunca hubiera imaginado. Dado que no estaba frente a él mientras paseaban, Charles no podía ver el misterioso resplandor que refulgía en los ojos de Erik. Podía engañarse a sí mismo pensando que acababa de dar un paseo por ahí con un... ¿amigo? ¿Compañero? Persona, entonces. Una persona de poca edad mental; Charles estaba seguro de que había niños de ocho años que no se distraían tanto con insectos y sombras como Erik.
-¿Nunca habías visto nada de esto?
-Oh, sí... -sonrió Erik, estirando la mano hasta tocar el árbol contra el que estaba apoyado-. Pero no en la vida real. Tengo un montón de imágenes en mi mente de todas las cosas que se supone que hay y de las sensaciones que producen, pero esta es la primera vez que de verdad puedo verlas y sentirlas. No puedo sentirlas por completo, al menos no como tú.
Pequeñas gotas de lluvia cayeron sobre Erik cuando agitó las ramas del árbol. Charles se apartó, sacudiéndose la humedad del hombro. Erik permaneció quieto, resistente al agua y «deseoso de sentir», como diría Charles.
-¿Crees que algún día podré sentir como sientes tú? - preguntó cuando Charles se acercó de nuevo a él.
-No sé, tal vez... -el Charles del día anterior le habría dado un «no» rotundo. Era un robot y no tenía capacidad para sentir. Pero después de pasar tan poco tiempo con él, no sentía ninguna necesidad de borrar la sonrisa de Erik de su rostro.
Hasta el momento, Erik tenía más posibilidades de sentir que incluso él, así que no tenía por qué arrebatarle sus ilusiones.
Ambos se reunieron con Moira y Mark a la hora del almuerzo. Charles no podía huir de la mirada satisfecha que Moira le lanzaba por encima de su udon y Erik se encogió un poco bajo la mirada escrutadora de Mark.
-¿Qué modelo eres? -le preguntó Mark.
Con una pequeña sonrisa, Erik se giró hacia Charles. Él se le quedó mirando un buen rato antes de captarlo. Ah, claro, la orden que le había dado esa mañana.
-Puedes responderle -le dijo.
Moira alzó las cejas.
-Ya tienes un control férreo sobre él. Afloja un poco.
Charles la ignoró y siguió escogiendo su comida. Tras la respuesta de Erik a Mark, con su sonrisa, su tic y todo lo demás, Mark le dijo algo a Moira que a Charles le sonó muy... crítico. Era muy difícil ocultar tonos condescendientes, no importaba en qué idioma se formulasen.
Él intentó hacer caso omiso, pensando que tal vez estaba siendo un poco sobreprotector con el estúpido y sonriente Erik, cuya atención se había fijado ahora en la ventana abierta.
-No has pagado mucho por él, ¿eh? -le preguntó Moira cuando se hubo asegurado de que Erik estaba distraído.
Charles se encogió de hombros.
-¿Importa?
-Cuidado... -le dijo Moira de pronto-. Mark me ha dicho que los robots fabricados como el tuyo no duran mucho. Es posible que no quieras encariñarte demasiado con él.
-¿Fabricados como el mío? ¿Por qué? - Charles dejó los palillos sobre la mesa, bajando los brazos para apretar los puños sobre su regazo-. ¿Qué le pasa?
-No irás a decirme que no lo has notado... -dijo Mark arrastrando las palabras, con sus ojos brillando con algo muy parecido a la compasión; Charles odiaba eso-. El modo en que sus ojos se mueven, su falta de capacidad de atención, su tic facial... Le doy cien días a lo sumo. Creo que lo mejor sería que lo devolvieras a la empresa de inmediato y exigir un modelo mejorado...
-No. -Charles sacudió la cabeza-. No puedo. No me queda dinero. Es él o nada.
-Si fuera tú, yo me quedaría con ese nada. -dijo Moira con cautela-. El dinero no es nada...
-Qué fácil es para ti decirlo... -replicó Charles mordazmente.
Moira tuvo la decencia de mostrarse ofendida.
-¿Qué quieres decir con eso?
Moira no tenía escasez de dinero como él, precisamente. Era mezquino por su parte echárselo en cara cuando no alardeaba de su dinero tanto como podría, pero la amargura llenó la boca de Charles. Todavía no se había encariñado con Erik, pero la sola idea de devolverlo... ya le molestaba. No importaba si no era perfecto como Mark, o si tenía tics faciales o cualquiera de esas cosas. Es el que le había sido enviado. A pesar de no creer en el destino, debía de haber alguna razón por la cual Erik, de entre todos los posibles modelos EK, hubiera sido el que le había sido enviado.
Mientras seguía perdido en sus pensamientos, sintió la dura mirada de Mark.
A su otro lado, Erik hacía pequeños ruidos de «oh» mientras miraba fijamente el mundo que había en el exterior, riéndose de sí mismo.
-Recordaré lo que me has dicho... -dijo Charles cortésmente-. Pero no creo que tengamos ningún problema.
-Haz lo que quieras... -dijo Mark. Pero la mirada de sus ojos decía: «te arrepentirás».
Charles esperaba que no.
Noches más tarde, Charles salió de la ducha y se percató de que sus problemas de cálculo estaban resueltos sin él haberlos tocado. Con un suspiro, gritó con voz ahogada:
-¡Erik! -y se sobresaltó cuando Erik apareció dando saltos por el pasillo hacia él, casi al galope.
-¿Sí? -su sonrisa era tan amplia que ocupaba la mitad de su rostro.
-¿Has hecho mis deberes? ¿Otra vez?
La sonrisa de Erik se atenuó.
-¿Se... supone que no debía?
Charles llevó la palma de la mano a su cara.
-No. Nunca. Por favor, no vuelvas a hacer mis deberes, ¿de acuerdo? Tengo que aprender a hacerlos sin tu ayuda.
-Pero yo solo quería...
-No -dice Charles con severidad-. Déjalo. No toques mis deberes. Te prohíbo que te acerques a ellos.
Castigado, Erik desciendió la mirada hacia sus manos, en una postura de sumisión perfecta.
-Está bien, lo siento -dijo con facilidad, asintiendo con la cabeza-. No lo haré nunca más. Erik no tocará los libros Charles nunca más.
Solo hablaba así cuando intentaba que algo le entrase en la cabeza, así como cuando Charles le hacía memorizar su número de teléfono por si algo sucediese en su ausencia.
Para él era complicado enfadarse de verdad con Erik quien, de nuevo, siempre «quería ayudar» cada vez que interfería en su vida.
Con un suspiro y un «está bien», Charles colocó su mano sobre la de él. Esa fue la primera vez que se tocaron. Se sorprendió al sentir un ligero calor procedente de Erik y permitió que éste tomara su mano y la examinara a su gusto. Erik acercó la mano de Charles hacia la luz y luego tiró de cada uno de sus dedos, examinando los huesos bajo su piel.
Cuando Erik rozó accidentalmente su muñeca, Charles se estremeció e intentó arrebatarle la mano. Erik alzó la mirada:
-¿Qué pasa? ¿Te duele?
-No, no... Hace cosquillas. -Charles se aclaró la garganta, de pronto avergonzado.
-¿Cosquillas? -Repitió Erik-. ¿Es agradable cuando algo hace cosquillas?
-No... No, exactamente. -Charles intentó soltarse de nuevo cuando Erik recorrió experimentalmente las venas de su muñeca con el pulgar-. Me resulta incómodo y me hace reír.
-¿Pero reír no significa que eres feliz? -Erik sonrió-. ¿Tener cosquillas te hace feliz?
-Tal vez a otras personas, pero no a mí. -Erik le permitió retirar la mano, con el rostro lleno de concentración-. Tener cosquillas está... bien -Charles suspiró-. Los nervios situados bajo la piel se excitan cuando se les toca de cierta forma. Hacen reír a mucha gente, pero a mí me ponen... nervioso. No me gusta que la gente me toque.
-Oh... -los ojos de Erik se agrandaron-. Lo siento, no quería...
-No, no, no pasa nada... -dijo Charles, levantando las manos-. Dejemos de hablar sobre esto, ya te has disculpado lo suficiente por hoy.
Cada vez era más y más difícil explicar los procesos naturales del cuerpo que Charles daba por sentados. Erik sabía qué era la felicidad y cuáles eran sus síntomas, pero tenía problemas con otras emociones más complicadas, como el miedo o la ansiedad. Charles podía recitar de carrerilla tantas emociones como conocía y cuáles eran sus consecuencias físicas, pero Erik solo movía la cabeza, sin entender muy bien por qué los humanos sentían ciertas cosas.
-Quiero ser humano... -confesó. Charles levantó la vista de sus apuntes de historia, cerrando el libro. Era tarde y Erik estaba a su lado en el sofá, jugueteando con un cubo de rubic que Charles había encontrado en su armario.
-¿En serio?
-Todos los que venimos de donde yo vengo quieren serlo. -dijo en voz baja. Siempre hablaba así por la noche. Charles no había tratado de convencerle de que hablase más alto; pensaba que quizás Erik creía que perturbaba la paz de la noche si lo hiciese.
-Sé que Mark quiere ser humano también -prosiguió Erik-. Pero él lo disimula mucho mejor que cualquier otro. Ser humano es... Realmente no entiendo por qué me fabricaron, Charles. A veces me miro y te miro y creo que no somos tan diferentes. Entonces, ¿por qué tú naciste siendo humano y yo no? Siento escalofríos cuando dejas la ventana abierta, pero nunca siento frío. Me siento mal, muy mal, cuando me gritas, pero no te tengo miedo ni me pongo «nervioso» la siguiente vez que te veo. Solo quiero que seas feliz y serlo yo también. Ser feliz es lo único que... entiendo de verdad de ser humano. ¿Es eso lamentable?
-No -Charles se frotó la barbilla, pensativo-. No es lamentable. Nosotros, los humanos, intentamos alcanzar la felicidad y conservarla a lo largo de nuestra vida. Si tú puedes lograrlo fácilmente, entonces tenemos mucho que aprender de ti.
-Pero mi felicidad... ¿es real? -Erik descendió la mirada-. Sé que mi felicidad no es... no es la felicidad humana, así que cuando estoy feliz, ¿lo siento con la misma intensidad que tú?
Charles no sabía qué decir. Por supuesto, él también se había formulado esas preguntas hasta cierto punto, pero ni una sola vez se le había cruzado por la mente la idea de que Erik también tuviese las mismas dudas.
Cuando Erik alzó la mirada, el brillo artificial de sus ojos parecía un poco más tenue de lo normal. Baekhyun le sugirió que fuera a recargar sus baterías antes de que se quedase sin energía y él accedió, saliendo a trompicones del sofá para dirigirse a la caja que Charles había colocado en la esquina de su habitación. Charles lo siguió en silencio, observando como se introducía en la caja y cerraba la puerta. Un leve resplandor irradió desde ella cuando Erik empezó a recargarse, acompañado de un suave zumbido que arrulló a Charles en un sueño profundo.
Después de recargarse, Erik se sentaba normalmente en el borde de su cama, frente a la ventana, hasta que amanecía. Charles le había preguntado si le gustaría disponer de un futón para descansar, pero éste se había negado, diciendo que prefería el «calor» de la cama de Charles y la vista desde la ventana de su apartamento.
Muchas mañanas Charles se despertaba lentamente y se volvía para mirarle. La luz del sol acariciaba bellamente su pelo castaño. A veces, Erik era de verdad como un muñeco, sobretodo cuando pensaba que Charles no lo estaba mirando. Todavía era un misterio en qué pensaba cuando veía la salida del sol.
Era dolorosamente ajeno a ciertas cosas, pero bajo ningún concepto era tonto, daba igual lo que Mark o Moira intentasen decirle. Encontraba entrañable y bonito el interés que Erik sentía por las cosas más pequeñas de la vida. Pero, era verdad, no había muchas cosas de Erik que Charles no encontrase adorables. Él era uno de los modelos más adorables, después de todo. Incluso sus pequeños tics faciales, que se suponía que eran los signos más evidentes de su estructura defectuosa, a ojos de Charles eran adorables y una parte de él esperaba ver sus sonrisas solo para ver aquellos pequeños movimientos.
Podía ser que Erik hubiese observado a Charles la primera noche, pero era Charles quien lo observó a él durante muchas noches después.
Sentía una extraña opresión en el pecho cuando Erik se acurrucaba a los pies de su cama e intentaba «dormir». Lo intentaba con todas sus fuerzas. Decía que era una de esas cosas «reales» que los seres humanos podían hacer y se sentía un poco frustrado porque él no podía.
Aquello, inconscientemente, rompía el corazón de Charles.
Un día, casi en trance, Charles se perdió en la biblioteca de la universidad en busca de «La humanidad». Entendía muy poco sobre lo que los científicos consideraban un «humano» y quería saber un poco más para poder compararlo con Erik y todo lo que Erik era.
La labor en sí sonaba complicada, pero fue solo después de recopilar veinte libros diferentes de psicología, sociología, antropología y literatura cuando comprendió lo irreal que era la tarea que se había encomendado a sí mismo. Descartó de inmediato todos los libros que trataban de la evolución humana, puesto que Erik ya había sido modelado a imagen y semejanza del Homo Sapiens.
-Pienso, luego existo... -decía Descartes.
-Nuestro mundo no es real -decía Platón-. Lo que vemos no es real. Debemos alcanzar un nivel superior de entendimiento para exceder lo que nos enseñan qué es la realidad.
A través de Platón, Charles comenzó su travesía por el estudio de la naturaleza humana hasta que dejó caer la frente sobre el libro. Era demasiado.
La especie humana había estado debatiendo su propia existencia y el propósito de la vida durante miles de años. Era imposible que él lo entendiese todo en una sola noche. Por no mencionar el hecho de que los libros estaban traducidos de las traducciones de una traducción y todo le dolió el momento en que llegó incluso a pensar en coger algún libro de Rousseau.
Al final de la noche, justo antes de que cerrase la biblioteca, intentó poner las ideas en orden.
No cabía duda. Si Platón estaba en lo cierto y la «realidad» en sí misma no era real, entonces Erik era tan real como Charles. Erik pensaba por sí mismo, tenía sentimientos y sabía lo que era... ¿acaso los animales sabía lo que eran? ¿Los insectos con los que a Erik le gustaba jugar sabían que eran insectos y él no? Pensar no era sólo una característica humana, ya que Erik lo hacía, ¿pero sólo pensar era suficiente para hacer de él un humano?
La quinta vez que se desplomó sobre sus libros, un bibliotecario se acercó para comprobar si todavía respiraba. Charles, para su propia consternación, todavía lo hacía.
Al final se fue sin nada aprendido.
Erik siempre estaba ahí cuando Charles regresaba de clase. Era tranquilo y desparecía mientras Charles hacía sus deberes. Pero eso no ayudaba mucho: Charles se distraía aun así pensando en qué podría estar haciendo Erik en ese momento. Erik tenía la costumbre de recolectar insectos y llevarlos al interior del departamento, aunque sólo fuera para ver cómo reaccionaban cuando se enfrentaban a su dedo escrutador.
Un día le preguntó si los animales sentían dolor.
-Algunos sí... -asintió Charles con la cabeza-. Los animales con sistemas nerviosos complejos sienten dolor, pero sé que algunos no porque son muy primitivos.
-Soy como un insecto, ¿entonces? -preguntó Erik levantando el dedo para mostrarle la diminuta polilla que se aferraba a la punta de su yema.
-No, tú no eres un insecto. Los insectos no pueden sentir muchas de las cosas que tú sientes. Tú eres diferente. -Charles esperaba tranquilizarle con aquello, pero no estaba seguro. Erik debía de haber estado practicando sus expresiones faciales en el espejo de nuevo, porque no dijo nada y siguió jugando con su polilla.
La experiencia de vivir con Erik había mejorado durante el último mes.
Erik ahora «dormía» por la noche en la cama con Charles, y muchas veces éste se despertaba con la cabeza sobre su pecho. Le inquietaba y no era capaz de explicar qué era lo que hacía que su cuerpo se aproximase al suyo en mitad de la noche. Esperaba que Erik creyese que eso formaba parte de las «cosas raras que los humanos hacían» y le permitiese vivir con su propia vergüenza. Pero no lo hizo. Él había sido comprado en una tienda de «novios», después de todo. Erik estaba programado para experimentar ese proceso de abrazar a alguien. Sin embargo, Charles se sentía incómodo con algo más que un simple contacto amistoso y siempre era el primero en separarse del cálido abrazo de Erik.
-No te gusto, ¿verdad?
Charles levantó la vista de la arrocera, con el ceño fruncido.
-¿Qué? Por supuesto que me gustas. No vivirías aquí conmigo si no me gustaras.
-No, no es... no me refiero a eso... No soy tu novio.
-Bueno, no...
-Pero yo soy... se supone que debo ser tu novio, ¿no? Para eso me han fabricado, para ser novio de alguien y dado que tú me has comprado...
Charles encendió la arrocera y se alejó unos pasos, jugueteando con sus manos.
-Verás... no es que tengas algo malo, Erik, es solo que... no te veo de esa forma.
Erik asintió con la cabeza, pero Charles sabía que no lo entendía.
-¿Por qué me has comprado, entonces? ¿Solo para ser tu amigo? Había robo-amigos disponibles, yo...
-¿Tú...? -insiste Charles.
-Antes de que me introdujesen en la caja... me dijeron que despertaría junto a alguien que... me amaría. A ti te prometieron un robot para hacer lo que quisieras con él, pero a mí me prometieron un novio... así que... así que perdóname si me resulta difícil aceptar esta situación.
Una vez más, Charles se quedó sin palabras. En aquel último mes se había sentido más unido a Erik de lo que jamás se había sentido unido a alguien. Moira incluso había dejado inesperadamente de pasarse por su departamento, porque las conversaciones de Charles siempre giraban en torno a Erik. No, no era amor. Ni siquiera era un flechazo. Ni tampoco un capricho.
Charles sentía curiosidad y se sentía absolutamente fascinado por lo poco que Erik entendía de la interacción humana. Le dolía ver a alguien que era tan alegre por lo general con el ceño fruncido y pidiendo disculpas por sentirse como se sentía.
Charles no quería que siguiese sintiéndose así.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Charles cogió a Erik de las manos y tiró de él para fundirse en un abrazo. Hacía años que no abrazaba a alguien como era debido, pero Erik era cálido. La temperatura natural de su procesador y el «runrún» de su «corazón» le resultaba reconfortante a Charles, quien había escuchado aquel ruido durante los últimos treinta días, sin pausa.
Erik lo envolvió con facilidad y Charles se recordó una vez más que había sido creado para ese fin. Para proporcionar felicidad a alguien a través de una relación estable y amorosa. Charles lamentaba no poder darle a Erik todo lo que necesitaba, pero no lo devolvería por nada del mundo, no ahora.
-Lo siento -dijo con su voz amortiguada por el pecho de Erik.
-No... -respondió éste- ¿Puedo... Puedo besarte?
Charles se estremeció y su cabeza comenzó a dar vueltas. Era una mala idea. Estaba escrito «mala idea» por todas partes y en letra grande y negrita. Eso significaría encariñarse. Sería dejar que Erik se encariñase con él. Y se suponía que eso no debía suceder porque Charles ya le había advertido al respecto. Pero ese era el propósito de Erik y Charles sería un tonto si le negase a alguien su verdadera naturaleza. También sería un tonto si intentase auto convencerse de que no sentía deseos de hacerlo.
Los labios Erik parecían suaves y si en todo caso... pasaba algo, siempre podría auto convencerse más tarde de que lo había hecho para «experimentar». Quería comprobar si los robo-novios eran tan cálidos y flexibles como los humanos. Había besado antes a una ex novia, así que creía que recordaba cómo se suponía que debía ser un beso, pero nada lo había preparado para la manera en la que Erik le alzó la cara presionando las yemas de los dedos contra su mentón, mientras lo observaba con ojos oscuros.
Charles sintió cómo su garganta se cerró ante aquella imagen; Erik estaba verdaderamente hecho para ese tipo de cosas, ¿eh? Sus ojos seguían abiertos cuando sus labios se tocaron.
Por suerte para él, Erik no hizo ningún amago de profundizar más el beso. Eso sólo acabaría con el poco auto control que le quedaba. Aún no había olvidado la advertencia de Mark de los cien días.
Por muy absurdo que sonase, no supondría ningún esfuerzo para Charles enamorarse deErik. Lo sabía y también lo entendía. Él mismo se estaba conteniendo a propósito por muchas razones, algunas de las cuales se esfumaron de su mente cuando Erik se separó de él y lo besó en la frente.
Los novio-robots eran, por lo visto, muy, muy buenos en lo que hacían, observó Charles.
Cuando Erik desapareció en la habitación para recargarse, Charles permaneció inmóvil en el mismo sitio, con la boca abierta. Su corazón latía dolorosamente en su pecho, ¿cómo podría estar enamorándose de un robot?
Cualquier argumento que se opusiese mentalmente a su relación, desapareció cuando recordó todos los momentos vividos con Erik y su adorable sonrisa. Erik era real. No era humano, pero era capaz de sentir algunas cosas y era cruel que Charles quisiera mantenerse emocionalmente alejado de él por no ser «real». Sabía lo mucho que Erik quería ser humano. Había notado demasiadas veces las vueltas que Erik daba en la cama por las noches para percatarse de que no estaba más cerca de alcanzar el «sueño» de lo que lo estaba hacía tres semanas, y eso lo odiaba.
Era difícil creer que no mucho tiempo atrás, Charles miraba un catálogo en su cocina mientras maldecía a Moira por meterle tales ideas en la cabeza. Ahora seguía estando en la cocina, pero había un robot en su habitación y una sensación de ansiedad dentro de su pecho que antes no existía.
Miró el calendario hasta llegar a dos meses más adelante. El día cien estaba marcado con un círculo rojo.
Todavía quedaba tiempo suficiente. Tal vez Mark estuviese equivocado. Era una máquina y las máquinas no siempre eran perfectas. Todo lo que vive tenía que cometer errores.
¿No?

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